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La secta de Roussel

Por ABC Cultural  ·  04.02.2012

Raymond Roussel es uno de los escritores más «raros» e influyentes del último siglo. Su obra «Locus Solus», un ejercicio de estilo cuya impronta aún se siente en la literatura y en el arte

André Breton dijo de Roussel que, junto a Lautréamont, era «el más grande magne­tizador de los tiempos modernos». Fetiche absoluto de las vanguardias, precur­sor de todos los pres posibles (fue presurrea­lista, prefuturista. preoulipiano y prepatafí­sico), ajedrecista, consumado músico, ren­tista y millonario que rompía todos los es­quemas del poeta bohemio, pobre y decaden­te de comienzos de siglo, Raymond Roussel (París, 1877-Palermo, 1933) originó, después de suicidarse en el siciliano Hotel des Pal­mes, más teoría y aparato crítico que ningún otro autor del siglo XX. Paradójicamente, en su época tuvo que costearse la publicación de casi todos sus libros y fue el que más in­sultos y burlas concentró por parte tanto de la crítica conservadora y realista como de un público acostumbrado a autores «digeribles», del estilo de Pierre Loti y Anatole France, y muy poco predispuesto a sus febriles e in­comprensibles fantasías alucinatorias.

Alabado por Gide, Giacometti, Georges Perec, Duchamp —con el que compartió su pasión por las máquinas y el ajedrez—, Michel Leiris, los escritores del Nouveau Roman y los surrealistas —«Roussel es el genio en es­tado puro, inaccesible para la élite», según Cocteau—, pocos escaparían a su genio. Así lo atestigua la magnífica recopilación de textos dedicados a su obra, que aparecen ahora jun­to a su enloquecido puzle científico o perver­so paseo por un jardín de los suplicios, entre Sade y Verne, que es su novela Locus Solus: desde los firmados por Roberl Desnos, Paul Éluard, Breton o Leiris, hasta los pertene­cientes a los años 60, cuando se produce la gran recuperación de su figura, con exégetas de lujo: Ashbery, Foucault, Robbe-Grillet, Sollers o Blanchot.

La magia de un excéntrico

El título del artículo que Michel Foucault publicó en Le Monde en 1964 ya era signifi­cativo: «¿Por qué se reedita la obra de Ray­mond Roussel? Un precursor de nuestra literatura moderna». La de Capitán Swing es una estupenda y muy completa edición que coincide con Locus Solus. Impresiones de Raymond Roussel, la muestra que el Mu­seo Reina Sofía dedicada a su mundo y sus numerosas influencias.

Desconcertante y comparable a la revo­lución llevada a cabo por Joyce, su figura esquiva y misteriosa solo sería conocida, a lo largo del tiempo, por unos cuantos inicia­dos en su culto y por los distintos laborato­rios experimentales de artistas, escritores, filósofos y psicoanalistas que se fueron sucediendo. Encasillado en el irracionalismo con el apelativo de «excéntrico», el gran es­pecialista en la obra de Roussel, Jea Ferry, que consagró cuarenta años de su vida a su descodificación, siempre defendió que se lo leyera por puro placer y para «maravi­llarse». Es decir, buscando la «magia» que emana de sus textos, lo mismo que sucede con Verne, del que Roussel se había queda­do totalmente prendado desde su infancia, devoción que compartía con su contempo­ráneo y vecino del Boulevard Malesherbes, Marcel Proust.

Opciones estéticas

Su escritura procede por acumulación y repeticiones. Homofonías, juegos de pala­bras y construcción de incisos dentro de los incisos, al modo de los paréntesis en el cálculo algebraico, explicó él mismo en su testamento literario, Cómo he escrito algu­nos de mis libros (1935), Opciones estéticas que no venían de Mallarmé («del que nunca había oído hablar») ni de Breton («del que no entendía una palabra») y que plasmaban su rotunda independencia.

Poeta hermético o loco visionario, depen­diendo de quién lo juzgara, Roussel publicó su novela Locus Solus (1914) tras su otra gran obra, o gigantesco laboratorio de experimen­tación literaria, Impresiones de África (1909), Locus Solus es el nombre del museo-parque propiedad de Martial Cantarel, un sabio de vastos conocimientos enciclopédicos, inven­tor demente de artilugios extravagantes que va mostrando a un grupo de visitantes. Alternándolo con cuentos, vaticinios, episodios históricos y leyendas fantásticas, guiará a sus invitados a través de un mundo terrorí­fico, entre infantil y macabro, que contiene, entre otras cosas, un mosaico compuesto por dientes multicolores, un diamante de gran­des dimensiones habitado por una bailarina de largos cabellos, una enorme vitrina donde se conservan en un líquido llamado resurrec­tina varios cadáveres intactos y, por fin, el mismísimo cerebro de Danton, cuyos mús­culos y nervios son activados por un galo sin pelo llamado Jong-dek-lén.

Mercedes Monmany