Pese a definirse como muy progresistas, los ‘millennials’ se revelan mucho más conservadores que sus padres en la intimidad: el 25% de los jóvenes en EEUU cree que la mujer debe estar en el hogar.
Cada vez que me he dicho, a lo largo de mi vida: ‘Ah, eso no me pasará a mí, yo nunca seré como mi madre’, lo he terminado siendo. También he fallado en mis predicciones siempre que he pensado: ‘Mi marido jamás repetirá los errores de su padre, son otros tiempos, los hombres han cambiado’. Qué decepción».
La mujer que asoma por la pantalla de Zoom desde el salón de su casa en Nueva York, ataviada con una sencilla coleta y una sudadera oversize, cuenta que ha pasado el fin de semana fuera de casa. Aclara que ha sido por trabajo, nada de vacaciones. Se fue el jueves y volvió el domingo. Cuatro días, dos de ellos no lectivos.
La primera tarde, su móvil ya echaba humo.
«Mi marido estaba invitado a una fiesta el viernes por la noche y nuestra hija mayor, de 14 años, decidió que también quería salir, así que había que encontrar a alguien que cuidara de la pequeña, de 11», dice.
Su primer impulso fue desentenderse: no estoy, qué pena, no puedo hacer nada. Pero su inercia tenía otros planes: enseguida encontró a una amiga encantada de que la niña pasara la noche en su casa. Crisis solucionada. Solucionada por ella, claro.
Cuando volvió, el domingo, la casa estaba llena de envases de comida para llevar y la nevera, intacta.
Al entrar, el perro suplicó con la mirada que lo sacara. A su marido no le había dado tiempo.
George saludaba desde el sofá, donde se había desplomado de puro cansancio.
«No pude resistirme», reconoce.
-Es duro, ¿eh?
-Vaya, valía con un simple «gracias».
La escena anterior podría haber tenido lugar en cualquier casa, pero ocurrió en una en la que la discusión sobre la crianza paritaria ha ocupado días y noches durante años. Darcy Lockman, psicóloga clínica, publica estos días en España Toda la rabia: madres, padres y el mito de la crianza paritaria (Capitán Swing), un compendio de testimonios, estudios científicos y toques de autobiografía que expone a tumba abierta una realidad incómoda: no hemos avanzado tanto como parece. «Qué decepción», suspira de nuevo la autora, «supongo que cuando empiezas mal, nunca desaparece del todo».
Si ha llegado hasta aquí, querido lector, querida lectora, no desespere. No todo está perdido, lo prometemos.
Pero antes, unos datos para reflexionar.
La proporción de madres en la población activa en EEUU alcanzó su pico en 1995. Desde entonces, la división en el cuidado de los hijos se ha estancado: las mujeres asumen un 65%; los hombres, un 35%. Los últimos datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), aparecidos hace apenas 15 días, revelan que la situación a este lado del charco es exactamente la misma: durante un día laborable las mujeres dedican 6,7 horas de media a sus hijos; ellos, 3,7 horas. De nuevo, prácticamente dos tercios frente a un tercio.
El reparto de tareas en los hogares lleva 20 años invariable: las mujeres hacen el 65% del trabajo; los hombres, el 35% restante
La Encuesta Social General que elabora la Universidad de Chicago cada año desde 1972 revela que los millennials, la actual generación de padres, tienen una visión mucho más avanzada de la igualdad en el entorno laboral que en el hogar. Mientras les parece evidente que las mujeres están al mismo nivel que ellos en la oficina, de puertas para adentro el reparto de tareas no es demasiado diferente al de los tan mentados -a menudo, para mal- boomers. Sus propios padres. En 1994, el 16% de los adultos jóvenes estadounidenses (de 18 a 25 años) creía que el lugar de la mujer era el hogar. En 2014, esa cifra había aumentado al 25%.
¿Qué está pasando aquí?
Eso fue precisamente lo que se preguntó Darcy Lockman un sábado gris de primavera en 2016, cuando se vio por enésima vez haciendo la maleta de fin de semana para las niñas mientras su marido se iba al gimnasio. «Me generaba muchísima curiosidad que la misma queja que me permitía a mí misma exteriorizar sólo de vez en cuando se repitiera en todas las mujeres de mi alrededor, todas trabajadoras con hijos pequeños, todas criadas en familias progresistas en los 90, todas universitarias y convencidas de que nunca caeríamos en la misma trampa que nuestras madres», recuerda.
El título del libro nació en el diván de su consulta: mientras sus pacientes femeninas llegaban llenas de rabia, los masculinos no entendían, sencillamente, nada de lo que sus compañeras les reclamaban. Estaban mucho más implicados en la crianza de lo que habían estado sus padres, ¿qué más querían?
«Recuerdo haber detectado el machismo en el trabajo antes de ser madre, pero en casa no me lo esperaba», asegura Lockman. En base a su investigación, el momento exacto en que todo se desequilibra lo marca la llegada del primer hijo. «De entrada, hay mucho más trabajo. Si antes te daba lo mismo ser siempre tú la que limpiabas el baño porque total, no era para tanto, ahora las tareas se multiplican», explica, y sigue: «Por otro lado, una vez que nuestros cuerpos se han reproducido de dos maneras tan diferentes es cuando se activa de verdad nuestra conciencia de género».
“Recuerdo haber detectado machismo en el trabajo antes de convertirme en madre, pero en casa no me lo esperaba”Darcy Lockman, psicóloga clínica y escritora
Por si acaso a alguien esto de la «conciencia de género» le suena a palabrería feminista alejada del común de los mortales, Lockman se remite a una pareja ejemplar, uno de esos equipos familiares paradigma de todas las virtudes.
Pues sí, los Obama también tienen sus miserias.
En 2006, el todavía senador Barack Obama volcó sus frustraciones más íntimas en un libro manifiesto que escribió con la mira puesta en la presidencia, La audacia de la esperanza: «Cuando nació Sasha, mi mujer apenas podía contener su ira hacia mí. ‘Sólo piensas en ti’, me decía. ‘Nunca pensé que tendría que criar a una familia sola’. Esas acusaciones me molestaban. Me parecían injustas. Colaboraba con las niñas siempre que podía. Lo único que pedía a cambio era un poco de cariño. En lugar de eso, me vi sometido a interminables negociaciones sobre todos los detalles de la gestión de la casa, a largas listas de cosas que tenía que hacer o que había olvidado hacer y a una actitud generalmente agria».
Los Obama habían descubierto los roles que su género les tenía previstos y no lo habían encajado demasiado bien.
Pero hay más.
Un año después, durante su primera campaña presidencial, Michelle aprovechaba una entrevista en Vogue para perdonar a su marido: «Pasé mucho tiempo esperando que arreglara las cosas, pero luego me di cuenta de que estaba ahí en la medida en que podía. Si no, no significaba que no fuera un buen padre o que no le importara. Podían ayudarme mi madre o una niñera estupenda. Cuando lo acepté, mi matrimonio mejoró».
«Si eso era lo mejor que Michelle Obama podía sacar de su matrimonio, ¿qué audaz esperanza nos quedaba a los demás?», se pregunta Lockman en su ensayo.
Si sigue con nosotros, querido lector, querida lectora, no tire la toalla. De verdad que existe luz al final del túnel.
De momento, demos un salto continental y situémonos en España. Volvamos al CIS.
“Le dije a Irene Montero que no hacían lo suficiente por las madres. Sin corresponsabilidad no hay igualdad”Laura Baena, fundadora del Club de Malasmadres
Si las mujeres se atribuían 6,7 horas de cuidado infantil al día y los hombres 3,7 horas, veamos qué sucede si en lugar de preguntarles por su propio desempeño les preguntan por el de sus parejas: los hombres atribuyen a las mujeres 4,52 horas diarias de media al cuidado de los niños; las mujeres valoran la contribución de los hombres en 4,31 horas. Un momento, eso sería una crianza paritaria. ¿Dónde está entonces el mito?
«Hay una construcción social del papel de la buena madre que nos va en vena por la educación que hemos recibido todas desde niñas. Y desde ese lugar desarrollamos un cierto paternalismo hacia nuestra pareja en los primeros años de maternidad que deforma nuestra manera de ver la realidad: él es siempre un padrazo, haga lo que haga», asegura Laura Baena, que por rebeldía contra el papel que la vida le deparaba fundó, en 2014, el Club de Malasmadres, una comunidad de discusión, investigación y apoyo que ha dado lugar, 10 años después, a la asociación Yo No Renuncio, que se ha reunido con las principales instituciones nacionales y regionales para impulsar políticas de conciliación, un pódcast con más de tres millones de descargas, dos libros, una gira por toda España con talleres, formaciones y charlas, una canción y cuatro carreras solidarias.
También ha devuelto a su fundadora, madre de tres hijas, el éxito profesional al que tuvo que renunciar en su momento, pero a eso volveremos más tarde.
En los últimos días una noticia viral ha puesto sobre alerta a Baena: Andrés Bretón, bombero riojano, acudía al trabajo con su bebé de cinco meses para denunciar que no se estaba respetando su permiso de lactancia. «Eso que hacemos las mujeres de manera callada todos los días de nuestra vida no abre periódicos, pero si lo hace un hombre lo sacamos hasta en el telediario», se queja. «La sociedad me dice a mí que soy una mala madre por seguir con mi carrera, por viajar, y a ellos que son unos héroes por ocuparse de sus hijos, eso es lo que hay que trabajar».
Como Lockman, en mayo de 2022 la malagueña partió de su propia experiencia y de los testimonios de sus coetáneas para trazar en su libro Yo no renuncio: mi historia de no conciliación (Lunwerg), el retrato de una generación frustrada. Abandonó una prometedora carrera en la publicidad cuando su jefa le dijo: «Esta no es una empresa para mamis y bebés», y la obra magna de su reinvención como emprendedora vio la luz en septiembre de 2020 con el informe Las invisibles, una investigación a partir de casi 95.000 encuestas online que pone datos a los problemas de conciliación y sigue confirmando, dice, que España «no es país para madres».
El 75% de las mujeres reconoce que su vida laboral se ha visto afectada con la maternidad, el 22% de ellas asegura que no ha crecido profesionalmente. La cosa no mejora de puertas para adentro: el 65% de las mujeres se siente sola en la crianza, el 20% declara que es por falta de apoyo de su pareja. El 59% de las mujeres declara tener sentimientos de culpa recurrentes al ejercer como madre, el 68% de ellas siente que no llega a todo.
Sólo el 8% de los hombres está en algún grupo de WhatsApp del colegio, y menos de un 10% interrumpe su trabajo cuando su hijo enferma
«Yo renuncié a mi carrera profesional y sólo mucho tiempo después fui consciente de que no fue una elección libre. Las mujeres no elegimos cargar con más, ni quedarnos en casa ni reducirnos la jornada, es sencillamente la única salida que vemos para salir adelante y genera mucha frustración», asegura Baena.
Para ella, hay una disonancia clara en el devenir de ambos miembros de la pareja tras el nacimiento del primer hijo: «Los hombres van tomando parte en el hogar, pero sólo hacen las tareas visibles: llevan a los niños al parque, los bañan, los recogen, sólo realizan las actividades más lúdicas y con mayor reconocimiento social. Las que se aplauden. ¿Quién va a decir al padre que está siempre en el parque con los niños que no está siendo responsable?», acusa. «Las mujeres, mientras tanto, se ocupan de las labores sucias y feas que suponen mayor carga en los cuidados, no sólo cambiar los pañales, que también, sino gestionar los requerimientos del colegio, las vacunaciones, los médicos, los cumpleaños, la educación emocional…».
Y pone cifras a su alegato: sólo el 8% de los padres está en algún grupo de WhatsApp del cole, y menos de un 10% interrumpe su jornada laboral cuando su hijo o hija enferma. «Cuando decimos que la conciliación no existe y que la pagamos las mujeres no nos referimos sólo a la parte económica, sino también al coste emocional y personal derivado de esa carga mental», dice quien en una reunión con la ex Ministra de Igualdad, Irene Montero, le recriminó sin tapujos: «No habéis hecho lo suficiente por las madres. Sin políticas de corresponsabilidad no hay igualdad posible».
«Sí, creo que el movimiento feminista ha olvidado la paridad más elemental, que es la que se da en casa», coincide Lockman, y subraya: «No seremos iguales hasta que lo seamos en todas partes».
Lo personal es político, decía Simone de Beauvoir, pionera feminista. Y en lo personal la cosa no pinta demasiado bien. El pasado miércoles, YoDona publicó un artículo de título evocador: El baby-clash o por qué la llegada de los hijos puede dinamitar tu pareja. Citaba el IV Observatorio de Derecho de Familia AEAFA (Asociación Española de Abogados de Familia), publicado en 2022, para enumerar las principales razones por las que una pareja se divorcia: el desgaste que provoca el estrés de la crianza de hijos y/o el trabajo (motivo muy habitual en el 32% de los casos); el desenamoramiento (24%); la infidelidad (21%); las dificultades económicas (17%); y las discrepancias en la educación de los hijos (14%).
«Todos necesitamos que nuestro compañero se tome en serio nuestras necesidades, no para satisfacerlas todas, lo cual es probablemente imposible, pero sí, al menos, para tratar de ver las cosas desde nuestra perspectiva», analiza Lockman, cuya investigación confirma que la desigualdad en el hogar está a la cabeza en los motivos de divorcio para las mujeres.
“Algunos malestares en los hombres son la prueba del algodón: están empezando a sentir el estrés de lo que es cuidar”Ritxar Bacete, antropólogo especialista en género
Ritxar Bacete, antropólogo y trabajador social especialista en género y paternidad apunta otro dato, surgido del estudio Images que condujo junto a la Diputación Foral de Vizcaya: mientras las mujeres de los hombres boomers son las que expresan estar menos enamoradas, sus compañeros están más que satisfechos con sus parejas. «Los que menos se pringan», subraya Bacete. Por el contrario, en las parejas más jóvenes son ellos los insatisfechos mientras que ellas están encantadas. «Algunos malestares en los hombres son la prueba del algodón: están empezando a sentir el estrés de lo que es cuidar», dice.
¿Recuerda el lector que anunciábamos luz en la oscuridad? Pues allá va.
«En el proceso de socialización de la masculinidad, la desconexión es la norma. Pasa con el cuerpo, con la vulnerabilidad y ahora, con los cuidados. Es como dejar de fumar sexismo», asegura el investigador, que apela a la paciencia en un cambio social que avanza lento, pero seguro.
«La transformación de los hombres no se produce en la incomodidad, es más efectivo crear un espacio de confianza donde la pareja crea realmente que nosotros también queremos ese cambio, aunque a veces sea complicado. Muchas mujeres encuentran alivio cuando descubren que las resistencias de su compañero a la participación no son capricho suyo sino fruto de la socialización, de un complejísimo sistema que hace que estemos desapegados de los cuidados», dice. Y sugiere: «Hay que escapar de las expectativas exageradas y negociar antes de que llegue la primera criatura. Después, va a ser muy difícil conseguir que algo cambie».
Mientras en sus cursos muchos de los asistentes llevan la foto de Bertín Osborne como ejemplo de lo que nunca debería ser un padre, él muestra imágenes de sus amigos: «Son profundamente imperfectos y probablemente, muchos no pasarían el test de igualdad, pero lo intentan cada día con todas sus fuerzas», cuenta, y deja una reflexión positiva, no todo va a ser queja: «La buena noticia es que hay algo muy profundo que se está moviendo en nuestra sociedad occidental. Aún no se ve, es cierto, pero se verá».
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