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“La que está profundamente comprometida con la Cultura es la derecha.”

Por El Confidencial  ·  12.03.2016

ALBERTO SANTAMARÍA PUBLICA ‘ARTE (ES) PROPAGANDA’

El escritor y teórico publica el demoledor ‘Arte (es) propaganda’, una crónica de cómo de la derecha neoliberal está ganando la batalla cultural

El periodista Thomas Frank explica que “las élites adoran las revoluciones que se limitan a cambios estéticos”. Lo confirma un ensayo breve pero contundente, titulado ‘Arte (es) propaganda’, que publica la colección de ebooks Muckracker. Su autor es Alberto Santamaría (Torrelavega, 1976), profesor de Historia y Teoría del Arte en la Universidad de Salamanca. También ha publicado ‘La vida me sienta mal’ (2015), contra los tópicos del Romanticismo, y ‘El poema envenenado. Tentativas sobre estética y poética’ (2008), que recibió el Premio Internacional de Crítica Literaria Amado Alonso. El estilo de Santamaría, directo y demoledor, recuerda a los textos de John Berger. “No ha sido una influencia consciente, pero tuve una etapa muy Berger”, recuerda. En las páginas de ‘Arte (es) propaganda’ conviven Franco, Picasso, Juan March, Hans Haacke, Rembrandt y otras celebridades presuntamente dispares, pero que ocupan trincheras en la batalla cultural.

Santamaría señala un pasaje revelador, encontrado en la página web de la Fundación Botín: “Aunque la creatividad es inherente al ser humano y se manifiesta de forma natural en nuestra infancia, va quedándose dormida poco a poco debido a un entorno y a una educación que a veces no la promueven, ni se preocupan de entenderla y potenciarla. Este informe nos acerca a los beneficios que nos brinda la creatividad a título personal y a sus posibilidades para generar riqueza y desarrollo económico y social. Para ello debemos cuidar la creatividad infantil, así como despertarla en aquellos casos en los que esté algo dormida”.

Suena inocente, pero no lo es tanto. “Botín (sí, ¡Botín!) nos acusa de que estamos adocenados, dormidos, que somos conformistas y que la creatividad es la clave para despertar. Pero ¿realmente quiere Botín transformar la sociedad? ¿Es acaso un marxista reprimido que está cansado de interpretar el mundo y que quiere transformarlo a través de la creatividad?”, pregunta Santamaría. Las clases dirigentes se encuentran totalmente cómodas en el lenguaje del arte contemporáneo, que han ido moldeando a su medida desde hace siglos.

PREGUNTA. Al comienzo del texto, encontramos una frase contundente: “el activismo cultural de la derecha es omniabarcador”. Atribuyes a los neoliberales una “lógica del cálculo cínico”, que utiliza patrocinios, programas públicos y centros culturales para “la despolitización de todo gesto”. ¿La estrategia del capitalismo es que su propaganda sea tan abundante que logre pasar desapercibida?

RESPUESTA. La propaganda es la esencia de todo sistema democrático. Para que exista la democracia es necesario que existan medios que propaguen ideas. La propaganda es una forma de narrar e inocular ideas que, desde el siglo XVIII, el liberalismo supo aprovechar. Es obvio. Sin embargo, la palabra propaganda hoy tiene muy mala prensa y cambiamos su nombre o la disfrazamos. Pensamos que propaganda es lo de Corea del Norte, pero la tenemos bien cerca todos los días, y no es nada malo (o no tiene por qué serlo). Cuando la iglesia católica se inventa la propaganda en el siglo XVII, la misión Propaganda Fide, fundada en 1662, tiene por objetivo que su forma de narrar se imponga sobre las demás, especialmente a la Reforma protestante. La propaganda es eso: tratar de propagar ideas, así de simple. Y el arte de todos los tiempos y estilos ha sido una vía importante al respecto.

P. ¿Quién está ganando la batalla de la propaganda cultural?

R. Al hablar de arte comprometido, solemos pensar en posicionamientos de izquierda (como si fuese algo tautológico). En realidad, quien está a día de hoy profundamente comprometida con la Cultura es la derecha. Saben que la cultura, una vez que ésta ha perdido su sentido radical, es un arma fundamental para propagar ideas neoliberales, para generar nuevas sensibilidades. Ahí tenemos las series de televisión, ahí las películas, ahí la mutación de conceptos como el de creatividad o el diseño de nuevos modelos culturales como el emprendedor. Esto es activismo cultural de la derecha. Ciudadanos, por ejemplo, insiste una y otra vez en la necesidad se separar política y cultura, pero –paradójicamente- este un gesto radicalmente político y cultural. Si hablamos del arte, no existe un arte puro lo mismo que no existe un político puro.

P. ¿En qué cuestiones prácticas se traduce eso?

R. Un caso interesante son las pasadas elecciones de diciembre: se desarrollaron varios debates televisivos con los candidatos como protagonistas. Al día siguiente un montón de gente criticaba que allí se había hablado de todo menos de cuestiones culturales. Que cuando hablemos de Cultura sólo se piense en el IVA cultural, etcétera, es un gran ejemplo del activismo de la derecha. No quiero decir que el IBEX 35 se reúna los martes a las once para pergeñar venganzas contra la Cultura, sino que hay en el ambiente una forma de visión de la cultura que es plácida para la derecha. Como señala David Deichter, mientras la izquierda se miraba el ombligo la derecha supo muy bien qué hacer con la cultura y con el arte. El neoliberalismo (como el liberalismo del XVIII tipo Hume o Adam Smith) ha sabido que buena parte del presente se juega a nivel sentimental, y que en la modulación del lenguaje y de los sentimientos es posible producir narraciones efectivas y edificantes.

P. La anécdota central del libro es la visita de Franco a una bienal de arte contemporáneo donde su guía le dice “Excelencia, esta es la sala de los revolucionarios”. La respuesta del dictador es memorable: “Mientras hagan las revoluciones así…”. ¿La revolución estética en hoy un sucedáneo de la revolución política?

R. Esa anécdota la narró Tapiès y sirve de muestra para entender cómo el arte es una forma perfecta de propagar ideas conservadoras o liberales. Si nos fijamos bien, el arte abstracto se ha convertido en una especie de bálsamo que sirve para otorgar dinamismo y espontaneidad a quien lo muestra. Pero, como decía Ezra Pound, “cualquier idiota puede ser espontáneo”.El arte, en el fondo, sigue funcionando de la misma forma que hace siglos. Tiziano, que fue un enorme y fantástico pintor -y propagandista-, retrataba a Carlos V y sus victorias sobre los protestantes. Ahora tenemos un modelo diferente pero con idéntica intención. Rajoy (o Zapatero, o Aznar) ya no pueden colgar retratos de sí mismos (aunque seguro que ganas no les faltan), pero sí un arte abstracto que ofrece imagen de “actualidad” y es inane políticamente. Desde los años ochenta, el consejo de ministros es una perfecta y bien trabada galería de arte abstracto.

P. Cuenta la historia de Fabio Nelli, banquero vallisoletano del siglo XVI y XVII, que encargó el cuadro ‘Prometeo encadenado’ al pintor Gregorio Martínez. Bajo la apariencia de una escena mitológica, lo que se representa es el terrible castigo que espera a cualquiera que se rebele contra el poder. Ahora explica que los mecanismos de poder se han refinado: basta promocionar un arte insípido. ¿Hoy las élites se sienten más seguras que hace unos siglos?

R. No sé si se sienten más seguras, pero sí que controlan perfectamente el territorio. Mire el caso de los titiriteros. Sólo una izquierda perdida en lo cultural puede actuar tan mal. En cualquier caso, si uno entra en las webs de los bancos y sus fundaciones se sorprenderá de la cantidad de veces que aparecen palabras como “emociones”, “creatividad”, “sensibilidad”, etcétera. En España el caso de Juan March es llamativo. El hecho de que uno de los mayores asesinos y financiadores de la Guerra Civil pase a la posteridad como el gran filántropo del arte y de la sensibilidad es bastante curioso. Pero no verás a ningún artista cuestionando la figura de Juan March. Lo mismo sucede con Botín, otro gran filántropo. Esto a su vez tiene que ver con el vaciamiento total de la palabra “cultura”. Ya no quiere decir nada.

P. Recuerda que uno de los impulsores de esta mutación fue Eugenio D`Ors, que en los años cuarenta entendió la necesidad cambiar el registro estético de la dictadura cuando fueron derrotadas la Italia y la Alemania fascistas. Entonces se apuesta por nombres como Tápies, Saura y Jorge de Oteiza. ¿Estamos hablando de una continuidad ética y estética entre los dos sistemas políticos?

R. Tapiès, Saura y Oteiza, cuyas obras muestran uno de los mejores momentos del arte español contemporáneo, también representan un juego fascinante a nivel político y cultural. Todo el arte antifranquista conceptual que se desarrolló en España en los primeros setenta no encuentra ningún hueco en el panorama posterior. Esta visión política es inhabilitada, frustrada, apartada, a favor de fórmulas que acaban desembocando en fenómenos como el intento de situarse a rebufo del retorno de la pintura en los ochenta que se daba en Europa, o fenómenos como ARCO. En realidad no ha habido un gran interés por el arte más allá de su rédito visual. Es decir, la pintura daba imagen de modernidad en ese momento de transición. Era justo lo que se necesitaba: arte que diera sensación de cambio y modernidad.

P. Otro fragmento revelador habla de un comisario artístico franquista al que le daba igual que Oteiza escribiera textos contra la dictadura. Mientras se prestase a acudir a bienales, estaba apoyando al régimen. ¿Cree que puede estar pasando lo mismo con artistas actuales presuntamente críticos como Santiago Sierra?
La mejor parte del arte político que se hace hoy es aquel que carece de contenido político explícito

R: No hay una respuesta fácil. Por supuesto, no quiero decir que todo el arte deba ser un arte crítico, ni de contenido político. De hecho, me atrevería a decir que la mejor parte del arte político que se hace hoy es aquel que en principio carece de contenido político explícito. Cuando alguien que trabaja ocho o diez horas al día y después de un trabajo de mierda se dedica a escribir un poema a la primavera o a pintar un cuadro abstracto, creo que en ese gesto hay mucho más arte político que en lo que habitualmente se llama así. Por otra parte, cuando hablamos de arte político estamos generalmente hablando de arte que es considerado político dentro de la institución artística, y no más allá. En cualquier caso, en las últimas décadas hemos vivido intentos bastante cutres de disenso low cost como los de la “estética relacional” de Bourriaud o los del Young British Art… Sobre esto escribo en un libro de próxima aparición titulado ‘Alta Cultura Descafeinada’.

P. Cita varios ejemplos de artistas que han logrado sacudir la modorra del mundo artístico, por ejemplo Hans Haake o la Asociación de Trabajadores del Arte (AWC). ¿Cuáles serían los artistas, asociaciones y gestos con el mismo voltaje ahora mismo?

R. Si somos totalmente sinceros, hoy el ‘Guernica’ ha perdido por completo su sentido político y ha pasado a ser algo así como un animal de feria. La gente se cabrea porque dejan a Pierce Brosnan hacerse fotos delante del ‘Guernica’ y no a ellos. Ése es posiblemente el único componente político que hoy hallamos en el cuadro. Al ‘Guernica’ le queda la batalla del selfie. Por supuesto, hay espacio para que los artistas hoy trabajen con gestos políticamente cuestionadores. Los hay, pero siempre a riesgo de no ser visibles. Por otro lado, hay artistas que se llenan la boca con la palabra “cultura popular” pero que en ello sólo perciben un simple ejercicio esteticista.

P: Habla de la necesidad de un arte de la deseducación y la desactivación de los lenguajes dominantes. ¿Eso es labor de las artistas o de todos en general?

R: Sería interesante poder recuperar y reconfigurar el concepto de propaganda, el cual tiene muy mala prensa hoy debido, curiosamente, a la propaganda neoliberal. En este sentido creo que es una labor de todos aquellos que consideren necesario hallar grietas o pliegues a las formas desde las cuales se nos ofrece el relato cotidiano. La desactivación de la que hablo no trata de decir que hay que cuestionar el lenguaje dominante enfrentándose violentamente a él. No es eso, sino tratar de buscar los espacios dentro de los cuales sea posible eliminar las formas en las que el poder nos etiqueta.

Estos días publico también un libro que en apariencia nada tiene que ver con ‘Arte (es) propaganda’ titulado ‘Si fuese posible montar en una bruja’, y en él trato el caso de Leandro Fernández de Moratín. Ambos libros tienen el mismo objetivo y están profundamente vinculados. Moratín en lugar de enfrentarse a la Inquisición de modo directo llevó a cabo una estrategia más compleja. Sabía que si se enfrentaba a la Inquisición su texto desde el minuto uno sería eliminado. En su lugar, lo que hizo fue publicar un Auto de fe de la propia Inquisición y lo llenó de notas a pie de página. ¿Qué logró? Algo maravilloso y que ha pasado desapercibido: que la Inquisición tuviera que censurar un texto escrito por ella misma y al mismo tiempo logró visibilizar la estupidez de la Inquisición. Eso es un gesto político y un gesto de propaganda.

P. Citas una frase de Terry Eagleton que viene a decir que la socialdemocracia roba a la clase trabajadora su odio, “sustituyendo la memoria de sus ancestros esclavizados por los sueños de sus nietos liberados”. ¿Puede ser el odio un combustible valioso? ¿Se te ocurre algún ejemplo?

R. No sé si el odio puede ser combustible para el arte, posiblemente sí, aunque es complejo. Pero lo que creo que es acertado del postulado de Eagleton es el hecho de cómo el futuro se ha convertido en un buen arma para la derecha. No hay ayuntamiento que no hable de retos culturales. Es decir, cosas que hay que lograr culturalmente, cuando en realidad lo que se está diciendo es “a ver que retos podemos buscar que impliquen beneficios turísticos”. No hay “retos culturales”, hay Cultura y punto. En ciudades pequeñas como Santander, que es uno de los temas del libro, hay una verdadera trama de estupideces porque se quiere poner a la ciudad como cabecilla del arte contemporáneo con el único objetivo de atraer turistas. En fin…

P. Decía el crítico británico Raymond Williams que hay que desconfiar de los conceptos que suscitan adhesiones unánimes. Tu ensayo sospecha especialmente de la palabra creatividad. ¿En qué dirías que reside el peligro de este concepto?

R. La “creatividad” es una de esas palabras fetiche hoy día. No hay palabra que guste más a los banqueros, ¿cómo es eso posible? Pero fijémonos. La palabra “creatividad” no aparece en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española hasta 1984. Sí, justo en ese contexto de cambio del que antes hablábamos. Es más, la palabra no es de uso común hasta 1950. De hecho, podemos pensar que la palabra creatividad no es un invento del mundo del arte sino de la mercadotecnia. En cualquier caso, esta palabra, que esconde un fuerte componente judeocristiano, fue objeto de debate en los años sesenta, cuando se vio en ella el mejor arma de cambio.

Por el contrario si hoy pensamos en “creatividad” lo que nos viene a la cabeza son niños manchándose las manos. Si nuestros hijos van un museo o a una fundación con el colegio y se manchan las manos de pintura decimos que ha sido una actividad creativa. El activismo cultural de la derecha ha sabido jugar perfectamente con esta idea. Vaciar de cualquier contenido al concepto de creatividad hasta convertirlo en puro ejercicio lúdico. Mancharse las manos no es ser creativo es mancharse las manos y punto. Lo más gracioso es que cuando en la actualidad se ha ejercido la crítica de la creatividad ha venido de la mano de personajes aún peores y más reaccionarios como Kenneth Goldsmith, quien habla de escritura “no-creativa”, pero que al final es más de lo mismo: algo lúdico. De todos modos, para mí el colmo es cuando la Fundación Botín, en su página web, nos dice que estamos adocenados y que tenemos que despertar y ser creativos. Sí, el Banco de Santander te dice que estás dormido. Se ríen creativamente en nuestra cara.

Autor del artículo: Victor Lenore

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