Pocas personas saben en qué momento exacto sus existencias cambian para siempre. La periodista estadounidense Nellie Bly, sí. Su nombre real era Elizabeth Jane Cochrane (1864-1922) y tuvo una vida de película. Entre otras cosas, porque protagonizó un caso parecido al de Alguien voló sobre el nido del cuco , aunque con final feliz.
Sus reportajes destaparon numerosas irregularidades, en especial los malos tratos a las pacientes de un frenopático de Nueva York. Pero si pasó a la posteridad fue sobre todo por otra aventura, la que inició el 14 de diciembre de 1889, a las 9 horas, 40 minutos y 30 segundos. Justo en ese instante desafió la portentosa imaginación de Julio Verne. Y ganó.
Nellie Bly se propuso ser más rápida que Phileas Fogg, el protagonista de La vuelta al mundo en 80 días . Ella tardó ocho días menos, para satisfacción de su periódico, el sensacionalista New York World , de Joseph Pulitzer. Sus mejores reportajes, incluida esta hazaña, se recogen en un libro muy recomendable: La vuelta al mundo en 72 días y otros escritos (Capitán Swing).
Aunque fue víctima de los convencionalismos de su tiempo, se rebeló y abanderó el periodismo de investigación en una época en que las mujeres parecían condenadas en las redacciones a las páginas femeninas. Ella no se conformó y trató de escribir para remover conciencias.
Antes de lograr la popularidad no dudó en disfrazarse para vivir en primera persona los dramas que quería investigar. Un siglo más tarde eso mismo haría el alemán Gü̈nter Wallraff, autor de Cabeza de turco. Este paladín del nuevo periodismo gonzo se hizo pasar por inmigrante árabe para airear las penosas condiciones laborales de la mano de obra extranjera menos cualificada en Alemania.
Nellie Bly aparentó ser en una ocasión una demente para comprobar en carne propia durante diez días cómo era el psiquiátrico de Blackwell’s Island (hoy, Roosevelt Island). Simuló tan bien sus desvaríos que engañó a un juez y logró que la internara. Hasta la competencia picó y habló de la extraña locura de una desconocida que había destrozado la habitación de una pensión.
Sus denuncias propiciaron poco después reformas y mayores inversiones en el sanatorio. El cine ha visto en esta historia un filón. El último ejemplo por ahora es Atrapada en el manicomio, un telefilme del 2018, con Christina Ricci como protagonista. Los guionistas, sin embargo, hicieron una versión muy libre de los hechos y pusieron el acento en los aspectos más truculentos.
Un poco más realista resulta Diez días en un manicomio (2015), con Caroline Barry y Christopher Lambert en los principales papeles. Periodista infiltrada avant la lettre, Nellie Bly también fingió para otros de sus reportajes que era una criada en paro, una madre soltera o una obrera en una cadena de montaje.
Así documentó las corruptelas de las agencias de colocación, el mercado negro de las adopciones y la explotación laboral de las mujeres (Nellie Bly cuenta cómo se siente una esclava blanca, tituló el New York World). Pero la exclusiva de su vida fue la de la vuelta al mundo, que la convirtió en una de las mujeres más conocidas de su país e inspiró incluso juegos de mesa.
Comenzó este viaje de 45.000 kilómetros en Nueva York, muy ligera de equipaje: un único vestido y una bolsa de mano con lo imprescindible. Una vez en Francia se dio uno de sus pocos lujos y se desvió de la ruta trazada para ir hasta Amiens y conocer al matrimonio Verne.
Leí que podía darse la vuelta al mundo en 80 días, pero esos cálculos no tuvieron en cuenta los diferentes husos horarios y pensé que ahí había una gran novela”
El novelista le explicó por qué escribió su famosísimo libro, que inicialmente apareció por entregas en 1872: “Leí en un periódico ciertos cálculos según los cuales podía darse la vuelta al mundo en 80 días, pero esos cálculos no tuvieron en cuenta los diferentes husos horarios y pensé que ese hecho podría darle un gran final a una novela”.
La periodista le contó a su vez su plan y en qué puntos se desviaría del trayecto de Phileas Fogg para procurar llegar antes que él. “Si lo logra en 79 días, la aplaudiré a rabiar”, le respondió Julio Verne. Al final no lo hizo en 79, sino en 72 días. En 72 días, 6 horas y 11 minutos para ser exactos. El escritor le envió un telegrama de felicitación en cuanto pisó suelo estadounidense.
No sólo fue más rápida que un personaje de ficción. También ganó a otra mujer, Elizabeth Bisland (1861-1929), de la revista Cosmopolitan , que se puso en marcha poco después de que la reportera de Joseph Pulitzer comenzara su periplo, pero en sentido opuesto, de oeste a este.
Nellie Bly partió de Nueva York y atravesó el Atlántico, el canal de la Mancha, el Mediterráneo, el Adriático, el Jónico, el canal de Suez, el mar Rojo, el estrecho de Bab el-Mandeb, el golfo de Adén, el mar Arábigo, el Índico, el estrecho de Malaca, el mar de China, el Pacífico y la bahía de San Francisco.
Visitó, siempre fugazmente, Reino Unido, Francia, Italia, Egipto, Yemen, Sri Lanka (entonces Ceilán), Singapur, China y Japón. “Nuestra intrépida reportera viaja sin la protección de un hombre”, decía siempre el New York World. Este periódico fue uno de los adalides de la prensa amarilla, en constante lucha con el New York Journal de William Randolph Hearst.
Meses después, el periodista, aventurero y empresario George Francis Train (1829-1904) completó este mismo reto en 67 días, 12 horas y 2 minutos. El récord de Nellie Bly duró poco, pero no su ejemplo de valentía e inconformismo…
En 1914 siguió derribando barreras y publicó crónicas de guerra desde Europa. Pero su mirada siempre fue la de una mujer blanca del siglo XIX. Sus textos no se pueden descontextualizar. De lo contrario, chirrían. En la crónica de su desafío a Verne, por ejemplo, dice de los mendigos de Egipto: “Eran muy insistentes, pero no tanto como para necesitar que les diéramos bastonazos”.
Jamás se cuestionó el colonialismo. De los chinos de Hong Kong explica que “no son gente de aspecto agradable”, sin preguntarse el porqué de su “miseria y suciedad”. Sin embargo, la peor confesión de La vuelta al mundo en 72 días y otros escritos estalla cuando muestra su pesar por la pérdida de unas “horas preciosas sólo porque unos negros habían sido demasiado lentos”.
Se refería a los nativos que cargaron el carbón para la caldera de su barco en Singapur.
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