Si hubiera que elaborar la lista de los autores que pueden considerarse referentes morales de su tiempo, uno de los nombres indiscutibles sería el de George Orwell, cuya candidatura se promovería, además, por los sectores ilustrados tanto de las izquierdas como de las derechas. En ese sentido, su posteridad goza de una excelente salud. Orwell es el genio moral que salió de una época sucia con las manos limpias.
Tanto o más que Camus o Hannah Arendt, Orwell encarna el paradigma del intelectual comprometido con la severa militancia por la búsqueda de una verdad ajena a compromisos o conveniencias estratégicas. De ello da cuenta la totalidad de su obra, desde sus novelas y sus innumerables artículos, ensayos y programas de radio hasta su correspondencia. El lema acuñado por Thomas Mann -“Una verdad perjudicial es mejor que una mentira útil”- hubiera resultado idóneo para la sobria lápida gris de su tumba.
En Homenaje a Cataluña , escrito a partir de sus experiencias como brigadista en las milicias del POUM durante la guerra civil española, emergió como crítico del totalitarismo y, muy especialmente de la patología estalinista del comunismo, a cuya denuncia dedicó también una sátira no superada, Rebelión en la Granja.
Porque Orwell, uno de los autores socialistas más leídos de todos los tiempos, era un acérrimo anticomunista, lo que le generó -en los largos años de idilio de la intelectualidad gauchiste con el régimen de la Unión Soviética- todo tipo de incomprensiones. Básicamente por parte de aquellos a quienes Stalin habría calificado sin pestañear de “tontos útiles”, que le reprochaban criticar con mayor empeño al comunismo que al fascismo.
⁄ Ningún fin podía justificarse con medios tan grotescos como los que vio utilizar al KGB en Barcelona
Esto no era cierto, aunque Orwell creyera que el atractivo del comunismo era traicionero porque sus objetivos eran más nobles que los del fascismo y necesitaba, por tanto, más mentiras sobre las que sustentarse. Ningún fin, por utópico que fuera, pudiera justificarse con unos medios tan grotescos como los que vio utilizar al KGB en Barcelona, mientras le comían los piojos en los barracones de Wellington donde ahora tiene su sede la Universitat Pompeu Fabra.
En 1948, tras la Segunda Guerra Mundial, publicó 1984 , la distopía por antonomasia. Un manifiesto contra la tiranía que a veces ha sido encasillado en el género de la ciencia ficción y cuyo mensaje es a la vez una terrible advertencia sobre las consecuencias del control estatal absoluto y una premonición de derrota y muerte.
De inmediato se convirtió en un best seller, prohibido en toda la Europa del Este (fue Timothy Garton Ash quien dijo que 1984 acabó en 1989) y cuyo impacto se ha hecho notar en gentes tan dispares como Churchill, H.G. Wells, Margaret Atwood (evidente en El cuento de la criada ), David Bowie o las campañas publicitarias para Apple de Steve Jobs. En la época de las fake news y la postverdad, coincidiendo con la elección de Trump a la presidencia de los EEUU, sus ventas llegaron a dispararse un 10.000 por ciento.
A este meteorito literario dedica su último libro Dorian Lynskey, periodista musical en The Guardian y escritor especializado en la intersección entre cultura popular y política. Se trata de un ameno y a la vez erudito estudio cultural sobre el viaje intelectual de Orwell desde la ideación y publicación de 1984 hasta la influencia de éste después de su muerte. Un texto reinterpretado hasta la saciedad por políticos, artistas y publicistas y del que conceptos ya tópicos como el de “Gran Hermano” inspiraron hasta la producción de un lamentable reality show .
Un brillante y muy recomendable ensayo en el que el autor, a la vista de las amenazas del presente, acaba por concluir que Orwell, pese a todo, tendía a subestimar la imbecilidad humana.
Dorian Lynskey. El Ministerio de la Verdad. Capitán Swing Traducción de G. Facal Lozano 23,75 euros 400 páginas
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