La reciente edición en castellano de Borderlands/La Frontera. La nueva Mestiza (Capitán Swing, 2016), obra mítica de la profesora, activista queer y escritora chicana lesbiana Gloria Anzaldúa representa una noticia de valor inconmensurable para el público hispano parlante.
Anzaldúa, figura esencial de los Estudios Chicanos junto a las grandes Cherie Moraga y Chela Sandoval, reivindicada enérgicamente como parte imprescindible de la heterogénea genealogía decolonial, marcó la diferencia en el año 1987 con un extraordinario texto dificilmente catalogable desde los estrechos marcos de la literatura crítica convencional. Borderlands no es un poemario, ni un ensayo, ni una autobiografía; es todo a la vez.
La categoría “frontera” es utilizada aquí como grieta simbólica y emocional a través de la que intuir la compleja experiencia pluriversal de la persona mestiza. Gloria Anzaldúa era, entre otras muchas cosas, una académica; sin embargo, el artefacto que nos ocupa, traducido por Carmen Valle, no fue construido desde la oscuridad conceptual y frialdad filosófica a las que parecen estar obligadas buena parte de las publicaciones de corte erudito.
No hay en él rastro de pretensiones intelectuales universalistas ni de lenguajes especialmente complejos fuera del alcance de las clases trabajadoras. No obstante, la crudeza, sinceridad y profunda visceralidad con la que fue construido lo dota, irremediablemente, de autoridad moral, de la autoridad moral de quien escribe desde las tripas.
Es, por lo tanto, un texto vivo y vibrante que alberga la poderosa ambición de compartir no únicamente un cúmulo de ideas, sino una particular constelación de heridas, miradas, lenguas y mundos.
A través de ella habla la historia y habla el territorio. Habla México, Estados Unidos, la frontera, su comunidad: la chicana. Habla el genocidio del blanco sobre el indio, la opresión múltiple sobre la india; sus resistencias y luchas. Habla el desprecio heteronormativo sobre la lesbiana, el castigo social infligido a la que no encaja en los roles de género impuestos. Habla el machismo. Habla La Malinche y habla La Llorona.
Se intuyen “la bestia”, “la sombra”, “el alien”, cristalización múltiple de la marginalidad identitaria a la que está condenada la persona mestiza y que, sin embargo, resignifica con dignidad quien decide seguir siéndolo.
La legendaria feminista no fue complaciente con nadie. Renunció al reduccionismo y al esencialismo, así como al antiesencialismo radical o las estrategias líquidas de la asimilación cultural occidentalocéntrica. Podría y debería decirse que Borderlands no es una lectura cómoda para nadie.
No lo es en su formato, rompedor estética y poéticamente, ni lo es en su contenido. Estaba muy lejos de intentar halagar y señalaba con agudeza parte de la deshonestidad que mueve el universo postcolonial en los países occidentales: “En los círculos académicos hay un prejuicio contra esto. Está bien escuchar a un hombre negro como Homi Bhaba de Inglaterra -importarlo a los Estados Unidos y escuchar sus opiniones sobre post colonialidad- en lugar de llevar a alguien de California que es chicano/a y quien ha experimentado algunas otras cosas. Si eres muy exótico, como por ejemplo siendo de Australia, África, India, etcétera, esto te legitima más que siendo una exiliada interior”.
Anzaldúa, como el escritor afroamericano Langstone Hughes, no limitó los múltiples alcances de su mirada por temor ante las estrategias coloniales o para preservar de manera artificiosa una unión comunitaria que supuestamente blindaría a la propia ante los ataques de la dominante.
Hughes, en El artista negro y la montaña racial, señalaba de forma irónica: “Sed respetables, escribid sobre gente agradable, mostrad lo buenos que somos, dicen los negros. Sed estereotipados, no vayáis demasiado lejos, no hagáis añicos las ilusiones que nos hemos hecho sobre vosotros, no distraigáis nuestra atención con un exceso de seriedad. Pagaremos por ello, dicen los blancos […] Nosotros, jóvenes artistas negros que nos dedicamos a la creación, tratamos ahora de expresar nuestra realidad de piel oscura sin miedo ni vergüenza. Si agradamos a la gente blanca, nos alegramos. Si no es así, no nos importa. Sabemos que somos bellos. Y también feos. El tam-tam llora y el tam-tam ríe. Si agrada a la gente de color, nos alegramos. Si no, su descontento tampoco nos importa. Construimos nuestros templos para el mañana, con ímpetu, como sabemos, y nos alzamos en la cima de la montaña, libres en nuestro interior”.
Todo lo cual no convierte el alegato de la autora en un regalo de autodesprecio o de ingenuidad hacia la falsa conciencia de superioridad cultural del blanco. No rechaza su legado indígena, lo acepta, lo abraza; piensa y construye desde él. No reconoce los hipócritas ataques del anglo, porque, al fin y al cabo, ella no necesita al anglo para criticar determinadas dimensiones de su herencia cultural. La autocrítica es practicada desde La Nueva Mestiza con clara consciencia racial, no es una invitación para que el blanco se reafirme en su racismo endémico, sino para que escuche y aprenda.
Así, en su trabajo, Anzaldúa saca a la luz el papel de la cultura como forma de tiranía, como medio de chantaje identitario que, desde dentro/fuera, se articula contra las mujeres racializadas para aplacar su rebeldía.
La experiencia queer, la resistencia y desobediencia silenciada de las mujeres no blancas hace gritar con contundencia y dignidad al que podría ser uno de los manifiestos más rebeladores y radicales producidos durante la segunda mitad del siglo XX. Heredera de la antigua tradición náhualt y de la influencia ineludible del anglo, la cultura chicana aparece entonces como cultura mestiza, múltiple y creativa que se renueva constantemente.
La identidad no es presentada como un monolito oxidado de proyecciones exteriores construidas por el blanco, sino como una frontera asumida que alumbra desde dentro/fuera otras experiencias, otras herencias, otras espiritualidades.
Porque para Gloria Anzaldúa la poesía, el arte, no es un juego estético ocioso. Ella lo practica como forma trascendental de ahondar en la experiencia corporal, filosófica y espiritual mestiza.
“¿Cómo describirías tu propia filosofía?”, le preguntan, a lo cual responde: “Yo la describiría como describo mi espiritualidad. Llamo a mi realidad espiritual ‘mestizaje espiritual’, así que pienso que mi filosofía es ‘mestizaje filosófico’, donde tomo de todas las diferentes culturas, por ejemplo de las culturas de América Latina, de la gente de color y también los europeos”.
De nuevo, podemos observar una experiencia común del ser mestizo que se repite, con innumerables matices que han de ser respetados exquisitamente.
Jean Toomer, representante fundamental del Renacimiento de Harlem, diría lo siguiente en 1920: “En mi cuerpo había muchos tipos de sangre, alguna oscura y todas ellas mezcladas en el fuego de más de seis generaciones. Era, por lo tanto, un nuevo modelo de hombre, o el más antiguo. En la medida en que consiguiera la grandeza de la talla humana, justificaría toda la sangre que hay en mí. Si por el contrario me mostraba despreciable, las traicionaría a todas”.
La propuesta de la histórica y polifacética activista se inscribe en un interesante linaje de pensamiento mestizo. La propia Gloria Anzaldúa se reivindica como continuadora de Vasconcelos. No obstante, sería injusto relacionar su obra con la indefensa propuesta de “mestizaje” manifestada por autores como Amin Malouf en su libro Las Identidades Asesinas.
Es posible que Malouf y otros hayan cumplido una función positiva de cara a la sociedad dominante en el contexto liberal. Las Identidades Asesinas puede ser un interesante manual de autoayuda psicosocial contra el fundamentalismo identitario, pero Borderlands transita otra galaxia imposible de clasificar desde una perspectiva sencillamente multicultural o intercultural.
Gloria Anzaldúa transita las fronteras del cuerpo, de las sexualidades, de las razas, de los géneros y lo hace en castellano, en inglés, en náhualt, en mexicano norteño, en tex-mex, en chicano,en pachuco; no olvida sus raíces, las reactiva.
Transita todas esas fronteras sin ápice de frivolidad. No olvida sus ritos, ni los desdeña; los practica fervientemente antes de situarse ante la escritura con celo y consciencia poética.
Sin lugar a dudas, este sugerente y brillante texto viene a alumbrar la mediocridad del pensamiento multicultural español y a proponer claves desde las que pensar/sentir la identidad para los sujetos mestizos en el territorio del olvido colonial patológico.
Viene también, ojalá, a añadir frescura a la tradición blanca de la poesía crítica española, tan necesitada de otras voces que recuerden otras experiencias y lo hagan con la lucidez inigualable de Gloria Anzaldúa.
Autor del artículo: Helios F. Garcés
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