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La naturaleza renace tras los desastres y agresiones humanas

Por La Vanguardia  ·  23.10.2022

En el viejo aeropuerto de Nicosia (Chipre), que fue escenario de una batalla campal en 1974, las serpientes toman el sol en la pista de aterrizaje agrietada, los zorros persiguen ratones en la hierba crecida y los halcones anidan en lo alto de la torre de control para dejar claro de quién es ahora esa privilegiada atalaya.

La franja que separa las dos comunidades chipriotas tras la invasión turca de la isla en 1974 es uno de los mejores ejemplos de cómo la naturaleza es un laboratorio autónomo cuando cesa el asedio humano. 

En esta zona, en la que hoy nadie puede acercarse, la vida crece de forma explosiva. Las capuchinas se enroscan en medio de la calzada, los cactus cuelgan de los balcones y en medio de las carreteras se alzan palmeras. Este es un magnífico ejemplo de la asombrosa capacidad de empuje y de recuperación de la naturaleza.

Es algo que atestiguan muchos lugares en los que el declive económico, los efectos de la guerra, los desastres o la contaminación han dejado paisajes que parecían condenados a muerte.

Sorprendentemente, muchos de estos sitios inhóspitos y abandonados en la trastienda del planeta exhiben al cabo de un cierto tiempo retazos de vida o consolidan su regeneración natural cuando cesa la presión del hombre. 

Un amplio catálogo de ejemplos permite sustentar la tesis de que incluso en las circunstancias más adversas “no todo está perdido”, según documenta la escritora Cal Flyn en su libro Islas del abandono (Capitán Swing)

En numerosos sitios del planeta la vida natural ha quedado sepultada por la presencia (o la ausencia) del hombre, pero detrás de la imagen “pornográfica de la ruina” hay a veces auténticas reservas naturales. Flyn sobrepone los elementos positivos al imaginario apocalíptico, y los expertos dicen que no va desencaminada.

Los guionistas de las series de distopía nos asustan con un mundo futuro con máquinas en un desierto sin vida ni aliento, mientras que, en sentido contrario, las leyes de la ecología adelantan esta pantalla del futuro. La distopía puede ser el pasado imperfecto o mal imaginado. Y a ello se aferra Cal Flyn, que nos explica que en el mundo conviven la oscuridad y la luz; y que, aunque ella misma ha sentido el “vértigo ante el precipicio”, su viaje “demuestra que hay motivos para la esperanza”.

La recuperación de los bosques

¿Qué pasa cuando no actúa el hombre? Civilizaciones precolombinas fueron sepultadas por la selva

En Estonia, los terrenos agrícolas abandonados tras el desplome de la Unión Soviética (el fin de las granjas colectivas) dejó unos campos asilvestrados; y el resultado han sido unos densos y oscuros bosques de abetos. La cubierta vegetal del país ha pasado del 21% en el año 2021 al 54% en 2010.

Investigaciones llevadas a cabo en la Amazonia (siguiendo el rastro de las descripciones de Gaspar de Carvajal) han revelado que bajo territorios precolombinos cubiertos de bosques se hallan extensas redes de carreteras, casas y estructuras piramidales construidas por culturas desconocidas y que quedaron sepultadas por el el abandono…

En la actual Florida, los primeros exploradores observaron que la decadencia provocada por pandemias, el manejo del fuego y el colapso de la producción agrícola convirtió los campos en extensos bosques, arboladas o praderas. 

Las ruinas escondidas en las selvas nos hablan, pues, de otros tesoros que puede esconder la naturaleza.

Un ley que explica el fenómeno de recuperación de la Naturaleza es la “sucesión ecológica”, un proceso que hace que zonas exentas de vida (como islas emergidas desde el fondo del mar a partir de la actividad volcánica) puedan completar su ciclo natural partiendo de la nada, según nos recuerda Narcís Prat, durante años catedrático de Ecología de la Universitat de Barcelona. “Primero llegan las plantas pioneras, que tienen una gran capacidad de adaptación; luego, al cabo de un tiempo, se produce biomasa; van muriendo; se van formando tierras que retienen la humedad; y a partir de ahí van llegando nuevas plantas especialistas; salen matorrales; aparecen árboles, hasta que se forma el bosque”, describe.

No menos relevante es la llamada sucesión secundaria –abunda el ecólogo Josep Peñuelas– que se da cuando, tras una perturbación muy en un lugar donde ya había vida (por ejemplo tras un incendio), se produce una recuperación muy rápida, favorecida por hecho de que en la zona quedó materia orgánica, semillas y demás. Y “la vida se va adaptando, de manera más o menos rápida, a partir de los recursos disponibles”.

Improvisadas reservas

Las zonas desmilitarizadas fronterizas se convierten en reserva naturales

Todo esto se puede leer en las tierra sin nadie, muchas veces zonas desmilitarizadas. La exclusión de personas en tierras fronterizas que están en conflicto ha creado “paraísos naturales sobrevenidos”. Los 1.450 kilómetros de frontera entre Irak e Iran, donde se enterraron más de 20 millones de minas terrestres, son ahora el baluarte del leopardo de Persia, del que quedan menos de 1.000 ejemplares de libertad.

Y, de la misma manera, la zona colchón creada para consolidar el proceso de paz entre Perú y Ecuador en su disputa territorial por la cordillera del Cóndor (en los Andes) dio lugar a bosques prístinos sin talar, la preservación de ricos filones de oro y cobre sin explotar, y hábitats que siguen ofreciendo una diversidad biológica que sorprende a la ciencia.

Las especies a las que más les cuesta sobrevivir en el planeta son aquellas que necesitan más privacidad, las que reclaman que no se les moleste

Cal FlynEscritora

“Las especies a las que más les cuesta sobrevivir en el planeta son aquellas que necesitan más privacidad, las que reclaman que no se les moleste”, nos dice Cal Fly. Son las que más denodadamente luchan por hallar un espacio en un mundo intensamente conquistado por el hombre.

La zona desmilitarizada entre Corea del Norte y Corea del Sur (250 km de largo por 4 km de ancho) la conforman un territorio con bosques templados humedales y arrozales abandonados con miles de especies extintas o amenazadas en la península coreana. El oso negro asiático, el venado acuático coreano o el gato leopardo han sido avistados en esta zona, donde cada año unas 20.000 aves migratorias utilizan el área fronteriza como zona de descanso.

Los científicos han documentado un amplísimo catálogo de terroríficas anormalidades en las poblaciones de animales en el entorno de Chernobil fruto de la radiación; pero la ausencia de humanos y el regreso de la vida silvestre compensan a veces el daño, como muestra la presencia de 14 grandes especies de mamíferos detectadas en la zona de exclusión empleando cámaras de control remoto. En la zona de exclusión bielorrusa los lobos son siete veces más abundantes que en reservas naturales cercanas.

Evolución rápida

La recuperación llega a los sitios más insospechados

Flyn nos dice que la bahía de Newark, en New Jersey podría ser el escenario más sorprendente de recuperación de la naturaleza- En respuesta a la fuerte contaminación por sustancias tóxicas persistentes (PCB, dioxinas…) se ha dado un fenómeno de rápida evolución de especies. “Esta es como una luz que atraviesa una grieta”, nos dice Flyn.

Los pequeños peces killis (de la familia de las carpas), entre otros ejemplos, han conseguido sobreponerse a entornos tóxicos desarrollando grandes capacidades de adaptación por la vía de “evolución rápida”, algo que han experimentado otras especies. “También estamos viendo grandes cambios en respuesta al cambio climático”, recuerda la escritora. La fuerza evolutiva transformará y transmutará formas de vida hasta niveles hoy impensables, añade, aunque tal vez solo una ínfima parte se abra paso en un mundo envenenado y ruinoso.

En esta línea, un estudio desarrollado desde 2017 en la Zona de Exclusión de Chornobil (por el investigador Germán Orizaola) reveló que ahora la frecuencia demográfica de las ranas negras es mayor que la de las ranas verdes, lo que se atribuye a un proceso de selección natural generado por la exposición inicial a niveles muy altos de radiación. 

Los ejemplares con una coloración más oscura, es decir con mayores niveles de melanina, habrían sufrido un menor impacto de la radiación liberada por el accidente, y ahora son preponderantes.

Los ecólogos Narcís Prat y Josep Peñuelas destacan las oportunidades que abre la biorremediación

En la Place a Gas, cerca de Verdún (escenario de la primera guerra mundial), se destruyó el arsenal de las armas química; pero incluso en este lugar, junto a las ceniza venenosas, nacen plantas adaptadas para limitar la ingestas de metales y evitar su acumulación tóxicas mientras que otras son hiperacumuladoras de metales tal vez para hacerse amargas y disuadir a los herbívoros.

Los ecólogos Narcís Prat y Josep Peñuelas destacan las oportunidades que abre la biorremediación. Estas plantas son capaces de succionar los metales pesados de la tierra que absorbiendo y reteniendo, de manera que si luego son extirpadas se podría obtener “cosechas de tóxicos” y preparar el terreno a otros organismos más sensibles a la contaminación.

En Detroit (EE.UU.), se llevado a cabo uno de los procesos de resalvajización más extremo”, tras su decadencia industrial y su deterioro urbano mientras los habitantes intentan “mantener a raya” la naturaleza. Los edificios que han quedado desocupados o mal protegidos se llenan de ailantos; en los parques con altas hierbas se pasean zorros, faisanes y zarigüeñas; los halcones anidan en los tejados de los rascacielos abandonados; los castores construyen sus madrigueres; los coyotes aúllan en la noche…

 La recuperación de la naturaleza choca aquí con los hábitos y comportamiento de las personas que viven cerca de las zonas abandonadas, que no perciben nada positivo en esta invasión de la naturaleza. Los vecinos “se cortar el césped ante el retorno de la naturaleza, y lo yacen para sentirse seguros”, nos comenta por videoconferencia Flyn.

Las bioinvasiones, la colonizacion rápido (al principio)

Este resurgir cobra en ocasiones una fuerza inusitada con las bioinvasiones (comúnmente estigmatizadas por ser protagonizadas por especies “foráneas”). El problema –dice Peñuelas- se da sobre todo en un primer momento de la colonización, cuando, de golpe, se destruye toda la diversidad biológica de un lugar, cuando la perturbación simplifica el ecosistema. 

“Pero si se da tiempo a esta fase, le sigue un proceso de estabilidad y mayor biodiversidad” que hará que las comunidades sean mas complejas y variadas. La recuperación tiene, no obstante, un límite: cuando hay una total desaparición de los recursos; que es lo que pasa cuando se da una gran explosión volcánica.

Flyn señala que sería erróneo pensar que todo se arreglaría si desapareciera el hombre “porque muchas especies se benefician de la presencia humana”. 

Ella opina que “el hombre puede respetar mucho más las especies con las que convive”; y recuerda que “hay zonas que se están recuperando teniendo población humana”, por lo que “el problema no es el ser humano, sino la intensidad de nuestra presencia”.

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