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La mejor escuela del mundo

Por El País  ·  24.05.2022

La mejor escuela del mundo

En su ensayo ‘Palacios para el pueblo’, el sociólogo Eric Klinenberg defiende los colegios que se
pueden controlar y organizar de manera colectiva: desde el profesorado hasta el alumnado y la
dirección
Acceso a la escuela Evelyn Grace diseñada por Zaha Hadid en Brixton, Londres. Hufton+Crow
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El profesor de Harvard Richard Dober diseñó campus universitarios por todo el mundo. Y concluyó
que, de igual forma que los griegos tenían el ágora y los romanos, el foro, el campus universitario
era la contribución norteamericana a la arquitectura cívica, esto es: la que fomenta la comunidad,
la lealtad y la urbanidad. ¿Cómo lo hacían las escuelas por definición elitistas? Según él,
estimulando la diversidad del discurso y los puntos de vista. Es decir: topándose con lo diferente y
sembrando las dudas. Esos encuentros, y desencuentros, tenían una traducción de la pluralidad
de los libros a la variedad del patio. El encuentro con la duda es clave para el sociólogo Eric
Klinenberg . “Altera nuestra vida, nuestras oportunidades laborales e incluso nuestras redes
sociales. Favorece la mezcla, incluso los matrimonios mixtos, explica en su ensayo Palacios para
el pueblo (Capitán Swing). Los palacios para el pueblo son, es, el espacio público”.
Sin embargo, un campus universitario es un micromundo, una especie de gueto académico. Al
contrario que universidades europeas como Bolonia, París, Barcelona o Salamanca, que formaban
parte de la ciudad, en Norteamérica, salvo excepciones como la Universidad de Nueva York , uno
se aísla para estudiar. Hasta el siglo XX, en Europa uno estudiaba viviendo en la ciudad,
conviviendo con la familia y con los ciudadanos. Y aun así “muchas de las primeras universidades
europeas estaban pensadas para robustecer las barreras sociales y no para derribarlas”. El que
habla es Paul Turner, catedrático de la Universidad de Stanford y autor de un libro sobre la historia
de los campus (Campus: An American Planning Tradition ) que Klinenberg cita para recordar que
fue en la Universidad de Oxford donde se levantó el primer patio interior cerrado -no por
casualidad a la manera de los monasterios- y que ese jardín privado contribuyó a cerrar y aislar los
colleges británicos. El jardín privado reforzó el control sobre los estudiantes y, en realidad, separó
la sociedad del conocimiento. Corría el siglo XIV. Y fue la ciencia la que abrió esos campus, dos
siglos después, para ventilarlos y sanearlos.
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Con la apertura de los edificios, Klinenberg cuenta que fue entonces cuando los colleges trataron
de incorporar, paulatinamente, alumnos locales no provenientes de la aristocracia. Sucedió así
que, para contrarrestar una decisión arquitectónica errónea, el número de estudiantes
provenientes de la población no privilegiada fue mayor que en ningún otro momento -salvo el siglo
XX- de la historia de esa universidad. La relación entre la arquitectura y la sociedad quedaba
demostrada no solo en el ejercicio del poder, también en las posibilidades de la apertura de los
edificios.
Las primeras universidades norteamericanas -Harvard College (1636), Yale College (1701) o
College of New Jersey (Princeton, inaugurada en 1746)- se alejaron de los centros urbanos para
“distanciarse de las distracciones y disfrutar de los entornos puros”. Pero Klinenberg traduce que
se estaban alejando, en realidad, de “los peligros de la urbe”: el laicismo urbano y lo inesperado
que uno puede encontrar en las urbes más cosmopolitas. Así, fue con la llegada de estudiantes
cuando los campus se abrieron por una mera cuestión logística: no podían acogerlos a todos. En
Norteamérica aparecieron los clubs: sociedades gastronómicas que derivaron en la sociedad Phi,
Betta, Kappa, una fraternidad universitaria creada en 1776 por cinco hombres del William and
Mary College que varios centros intentaron prohibir (Princeton o Brown) y que construyó un
contrapoder con el 10% de los universitarios matriculados asociado a uno de esos
hermanamientos que, “como quien ingresa en cualquier club, renuncia a la posibilidad de formar
parte de algo más grande”, explica Klinenberg.
Sala conmemorativa del Phi Beta Kappa en el College of William and Mary en Williamsburg,
Virginia. STIC
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Hoy esas fraternidades están cuestionadas . En lo que va de siglo acumulan más de 60 muertos
entre humillaciones, novatadas, actos sexuales, alcoholismo y suicidios. La historia demuestra que
los muros pueden proteger o aprisionar. Creerse superior priva de aprender de los otros. La
universidad de Chicago intentó abrirse a sus vecinos de barrio afroamericanos, pero para 1950 su
director habló de una “invasión negra”. ¿Cómo contrarrestarla? Comprando terrenos en el barrio
de Hyde Park, ese cinturón sería la manera de rehacer y proteger el vecindario. El resultado fue
que construyeron un gueto. Hoy, el 10% de los estudiantes de la Universidad de Chicago es
negro. Ese porcentaje aumenta hasta al 85% entre los vecinos del barrio. Solo en 2005 se dejó de
aconsejar a los estudiantes que buscaran alojamiento lejos de las comunidades vecinas. Tal vez
entendieron que la mejor escuela del mundo podía estar en la calle.
En su ensayo, Klinenberg se plantea si el campus virtual puede ser un lugar social. Y cuenta el
caso de Minerva, un intento de universidad online , global , que utiliza como recursos las
principales ciudades del mundo. Hay ventajas: todo el mundo está al mismo nivel: “No hay última
fila”, apunta. Y, como se graban todas las clases, se pueden volver a ver. Pero… se graba también
a los alumnos asistiendo a la clase. Esto, que puede ser una intromisión en la libertad de los
estudiantes, es visto por Klinenberg también como una posible ventaja -el profesor puede ver
dónde se atasca cada uno-. Para las 160 plazas de la promoción de 2022 en la Universidad
Minerva se presentaron 20.000 candidaturas.
¿Las universidades virtuales integran y democratizan o encierran a la gente en un cuarto ante una
pantalla por la que llegan a un mundo de conocimiento -preparado y parcial- mientras son
totalmente observados? El mejor colegio del mundo está, como la vida misma, en continuo
proceso de cambio, corrección. Y reparación.

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