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La más pura soledad rodeada de gente

Por El País   ·  22.01.2019

Podría ser cualquiera. El hombre que se aprieta un chato de vino en la barra del bar. La joven estudiante que se agarra a una barra del metro. La anciana que ve pasar la tarde en un banco del parque. ¿Quién está solo en Madrid? Uno se imagina que toda esta gente volverá a casa y le esperará una familia, o la llamada de un amigo. Sin embargo, es posible que en casa solo espere el silencio, el fulgor azulado del televisor siempre encendido, el fregadero lleno de platos sucios, acaso el maullido de un gato viejo. En la gran ciudad, rodeados de tanta gente, es posible estar muy solo.

Es difícil decir quién está solo en Madrid. A simple vista todos parecemos funcionar autónomamente, puros individuos, sobre todo en el horario laboral. Es al atardecer cuando se juntan las parejas, cuando los amigos toman cañas, cuando salen los perros a husmear. Pero hay gente que no tiene con quien estar. En realidad, la soledad es un estado mental. Para algunos su soledad, aun existiendo físicamente, no supone ningún problema. Otros se sienten más solos que la una incluso rodeados de seres queridos. El problema es la soledad no deseada.

Ahora el Ayuntamiento se ha comprometido a luchar contra la soledad urbana, y es lógico que lo haga porque la palabra ayuntamiento viene de ayuntar, es decir, de juntar. Y quien se junta ya no está solo. Así que, ya desde la pura etimología, la soledad debe ser un importante enemigo del Consistorio. Hay 240.000 solitarios entre nosotros que no desean serlo.

Olivia Laing se fue a Nueva York y se encontró muy sola, solísima, entre tal densidad de gente amontonada, según relata en un libro reciente, La ciudad solitaria (Capitán Swing). En sus páginas retrata a otros solitarios urbanos, artistas como Warhol, Hopper o Henry Darger.

Aquí la soledad más que de artistas es de personas mayores. La juventud es gregaria y funciona en manada, basta ver las redes sociales de la chavalería: fotos de mucha gente en discotecas, en playas, en excursiones, en botellones. Luego, a lo largo de la vida, nos vamos independizando de los demás hasta que nos independizamos de nosotros mismos.

Es descorazonadora la soledad de algunos sin techo. Hay uno en Lavapiés que tiene pinta de llevar años sin hablar con nadie. Vive solo, embutido en sus mantas, ajeno a la exuberancia inmobiliaria que le rodea. En la pared le han colocado una pintada inspiracional, de esas de persigue tus sueños. Por el día se sienta en un banco, liando cigarrillos, con la mirada perdida, tan solo que solo habla consigo mismo. Mueve los labios, farfulla cosas que solo él entiende, mira a personas invisibles. Qué vacío rodea a las personas sin hogar, qué tiempo tan vacío y sobrecogedor enfrentan cada día, donde solo resuena la nada.

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