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La historia que no cuentan los libros de texto en Estados Unidos

Por El Diario.es  ·  21.04.2018
  • Hace diez años, James Loewen explicó en el libro ‘Patrañas que me contó mi profe’ cómo los libros de texto dan una visión manipulada y mítica de la historia de EEUU para propagar un patriotismo sin espíritu crítico
  • Ofrecemos un extracto de su última edición, publicada en España por Capitán Swing, en el que Loewen explica el caso del presidente Woodrow Wilson

Cuando les pregunto a mis alumnos universitarios qué recuerdan del presidente Wilson (1913-1921), me responden con entusiasmo. Dicen que condujo al país a regañadientes a la Primera Guerra Mundial y que después lideró, dentro y fuera de Estados Unidos, las iniciativas para crear la Sociedad de Naciones. Asocian a Wilson con causas progresistas como el sufragio femenino. Unos pocos recuerdan las redadas de Palmer que, en la época wilsoniana, se lanzaron contra los sindicatos izquierdistas. Pero mis alumnos no suelen conocer ni tampoco hablan de dos políticas antidemocráticas que aplicó Wilson: la segregación racial del Gobierno federal y sus intervenciones militares en otros países.

Estados Unidos intervino en Latinoamérica con más frecuencia durante la época de Wilson que en ninguna otra de nuestra historia. En 1914 enviamos tropas a México, a Haití en 1915, a la República Dominicana en 1916, a México de nuevo ese mismo año (y nueve veces más antes de finalizar la presidencia de Wilson), a Cuba en 1917 y a Panamá en 1918. Durante toda su administración, Wilson mantuvo fuerzas en Nicaragua y las utilizó para determinar qué presidente tenía ese país y para obligarle a aprobar un tratado que concedía trato de favor a Estados Unidos.

En 1917 Woodrow Wilson asumió poderes especiales al comenzar a mandar, en secreto, ayuda monetaria a los «blancos» durante la guerra civil rusa. Durante el verano de 1918 autorizó el bloqueo naval de la Unión Soviética y envió fuerzas expedicionarias a Murmansk, Arcángel y Vladivostok para contribuir a la derrota de la Revolución rusa.

Con el beneplácito del Reino Unido y Francia, y uniéndose en un mando conjunto con el ejército japonés, las fuerzas estadounidenses desembarcaron en Vladivostok para dirigirse hacia el lago Baikal con el fin de apoyar a fuerzas checas y blancas rusas que habían instaurado un gobierno anticomunista en Omsk. Después de mantener frentes en lugares tan occidentales como el Volga, las fuerzas blancas rusas se desintegraron a finales de 1919 y nuestras tropas acabaron abandonando Vladivostok el 1 de abril de 1920.

Pocos estadounidenses que no vivieran en esa época saben algo sobre nuestra «desconocida guerra con Rusia», por utilizar el título del libro escrito por Robert Maddox sobre ese desastre. Ni uno solo de los doce manuales de historia de los Estados Unidos de mi primera muestra lo menciona.

Sí lo hacen dos de los seis nuevos Boorstin y Kelley, por ejemplo, dicen: «Los Estados Unidos, con la esperanza de evitar que los arsenales de municiones cayeran en manos alemanas cuando la Rusia bolchevique dejara de combatir, aportaron unos 5000 hombres a la invasión aliada del norte de Rusia desde Arcángel. Igualmente, Wilson envió casi 10.000 hombres a Siberia dentro de una expedición aliada».

Es posible, aunque seguramente difícil, que un estudiante estadounidense pueda inferir de ese fragmento que Wilson estaba interviniendo en la guerra civil rusa.

Por su parte, los libros de texto rusos conceden bastante espacio al episodio. Según Maddox: «La consecuencia inmediata de la intervención fue la prolongación de una sangrienta guerra civil, lo cual costó miles de vidas más y ocasionó una enorme destrucción a una sociedad ya de por sí maltratada. Y hubo también consecuencias de más larga duración. Los líderes bolcheviques tenían pruebas fehacientes… de que las potencias occidentales tratarían de destruir el régimen soviético en cuanto pudieran».

Esta agresión atizó las sospechas que durante la Guerra Fría motivaron a los soviéticos, que hasta la disolución de la URSS continuaron reclamando indemnizaciones por la invasión.

Las invasiones de Wilson en Latinoamérica son mejor conocidas que su aventura en Rusia. Los libros de texto sí se ocupan de algunas y resulta fascinante observar cómo sus autores intentan justificar esos episodios. Sería imposible que una descripción precisa de esas invasiones diera una imagen positiva de Wilson o de los Estados Unidos. Ahora sabemos que las intervenciones de Wilson en Cuba, la República Dominicana, Haití y Nicaragua prepararon el terreno para dictadores como Batista, Trujillo, los Duvalier y los Somoza, cuyos legados siguen vigentes.

Ya en la propia década de 1910 gran parte de las invasiones no fueron bien recibidas en nuestro país y provocaron un aluvión de críticas en el exterior. A mediados de 1920, los sucesores de Wilson dieron la vuelta a sus políticas en Latinoamérica. Los autores de los manuales de historia lo saben, porque un capítulo o dos después del de Wilson ensalzan nuestra «política de buena vecindad», la renuncia al uso de la fuerza en Latinoamérica por parte de los presidentes Coolidge y Hoover, extendida por Franklin D. Roosevelt (FDR).

En comparación, los libros de texto podrían calificar (pero no lo hacen) las acciones de Wilson en Latinoamérica de «política de mala vecindad». Sin embargo, al enfrentarse a cosas desagradables, los manuales de ayer y de hoy hacen lo imposible por sacar al héroe del aprieto, como en este ejemplo del antiguo Challenge of Freedom: «El presidente Wilson quería que los Estados Unidos cimentaran amistades con los países latinoamericanos. No obstante, le resultó difícil…».

Varios manuales echan la culpa de las invasiones a los países invadidos: «Wilson rehuía las políticas exteriores agresivas», afirma The New American Pageant. «La agitación política en Haití no tardó en obligar a Wilson a tragarse algunas de sus antiguas palabras antiimperialistas… A regañadientes envió a los infantes de marina a proteger vidas y propiedades americanas». Este fragmento es una pura y simple invención. Al contrario que en el caso de su secretario de Marina, que posteriormente se quejaría de que lo que Wilson «[me] obligó a hacer en Haití me resultó difícil de digerir», ninguna prueba documental sugiere que el presidente tuviera escrúpulo alguno en enviar tropas al Caribe.

Todos los libros de texto analizados mencionan que Wilson invadió México en 1914, pero defienden que las intervenciones no eran culpa del presidente. Según el Pageant de 2006: «Las llamadas a la intervención atronaban desde los labios de los patrioteros estadounidenses». Y continúa: «Sin embargo, el presidente Wilson se mantuvo firme ante los que exigían que pasara a la acción».

Evidentemente, Wilson no tardó en ordenar la entrada de las tropas en México, antes incluso de que el Congreso se lo autorizara. Walter Karp ha demostrado que esta idea de un Wilson renuente también contradice los hechos: la invasión, que fue idea suya desde el principio, disgustó tanto al Congreso como a la población estadounidense.

La intervención de Wilson fue tan escandalosa que líderes de las dos facciones enfrentadas en la guerra civil mexicana exigieron la retirada de las tropas de los Estados Unidos; al final, la presión de la opinión pública en los Estados Unidos y en todo el mundo indujo al presidente a retirarlas.

Los autores de manuales suelen utilizar otro recurso para describir nuestras aventuras en México: ¡dicen que Wilson ordenó la retirada de nuestras fuerzas, pero no concretan quién ordenó su entrada! Ofrecer la información utilizando una voz pasiva impersonal ayuda a aislar a los personajes históricos de sus propias acciones, nada heroicas y nada éticas.

Algunos libros no se limitan a omitir al autor, sino que omiten también la propia acción. La mitad de los manuales ni siquiera menciona la toma de Haití por parte de Wilson. Después de invadir el país en 1915, los infantes de marina estadounidenses obligaron a su parlamento a elegir como presidente al candidato preferido por nuestro gobierno.

Cuando Haití se negó a declarar la guerra a Alemania después de que lo hicieran los Estados Unidos, nosotros disolvimos su parlamento. A continuación, supervisamos la celebración de una especie de referéndum de aprobación de una nueva Constitución haitiana, menos democrática que la anterior. El resultado fue ridículo: se aprobó por 98.225 votos a favor frente a 768 en contra.

Como ha señalado Piero Gleijesus, «no es que los fervientes esfuerzos de Wilson por traer la democracia a esos pequeños países fracasaran, es que nunca lo intentó. Intervenía para imponer la hegemonía, no la democracia».

Estados Unidos también atacó una orgullosa tradición haitiana, la posesión individual de pequeños huertos, que se remontaba a su revolución, para promover la creación de grandes plantaciones. Las tropas estadounidenses obligaron a campesinos encadenados a formar parte de brigadas de construcción de carreteras.

En 1919 los ciudadanos haitianos se sublevaron contra las tropas de ocupación de los Estados Unidos mediante una guerra de guerrillas que costó más de tres mil vidas, en su mayoría de haitianos. Esto es lo que aprenden los estudiantes que leen Pathways to the Present: «Los Estados Unidos entraron en Haití para reinstaurar la estabilidad, después de que una serie de revoluciones convirtieran el país en un lugar débil e inestable. Wilson… envió a las tropas estadounidenses en 1915. Los infantes de marina de los Estados Unidos ocuparon Haití hasta 1934».

Estas insulsas frases ocultan lo que hicimos, sobre lo cual George Barnett, general de ese cuerpo, se quejó a su superior en Haití: «Durante cierto tiempo se han venido produciendo asesinatos de indígenas prácticamente indiscriminados». Para Barnett, este violento episodio era «el más asombroso en su especie de los ocurridos en toda la historia del cuerpo de infantes de marina».

Durante las dos primeras décadas del siglo xx, Estados Unidos convirtió Nicaragua, Cuba, la República Dominicana, Haití y otros países en verdaderas colonias. Y, como ya hemos visto, Wilson tampoco limitó sus intervenciones a nuestro hemisferio. Su reacción ante la Revolución rusa consolidó la alianza de los Estados Unidos con las potencias coloniales europeas. Su administración fue la primera en obsesionarse con el espectro del comunismo, fuera y dentro del país. Wilson fue categórico al respecto. En Billings (Montana), de campaña por el oeste en busca de apoyos para la Sociedad de Naciones, lanzó esta advertencia: «Hay apóstoles de Lenin entre nosotros. No puedo ni imaginarme lo que supone ser un apóstol de Lenin. Significaría ser apóstol de la noche, el caos y el desorden».

Cuando ya la alternativa de los rusos «blancos» no existía, Wilson siguió negándose a reconocer diplomáticamente a la Unión Soviética. Contribuyó a prohibir su participación en las negociaciones de paz posteriores a la Primera Guerra Mundial y ayudó a derrocar a Béla Kun, el líder comunista que había llegado al poder en Hungría.

Su defensa de la autodeterminación y la democracia nunca pudo competir con sus tres férreos «ismos»: colonialismo, racismo y anticomunismo. En Versalles, un joven Ho Chi Minh apeló a Woodrow Wilson para que defendiera la autodeterminación de Vietnam, pero Ho tenía en contra esos tres principios. Wilson se negó a escuchar y Francia conservó el control de Indochina.

Parece que para Wilson la autodeterminación estaba bien, por ejemplo, para Bélgica, pero no para lugares como Latinoamérica o el Sudeste Asiático.

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