La herencia de Lenin un siglo después

Por El Español  ·  31.05.2024

Agustín Comotto repasa la vida del líder comunista y su contexto histórico en una biografía ilustrada inspirada en el arte vanguardista. 

Lenin murió el 21 de enero de 1924, hace un siglo. No le gustaban los funerales: los consideraba absurdos aunque también necesarios. Quiso ser enterrado en San Petersburgo junto a su hermana y su madre, pero el ateo y materialista Politburó decidió embalsamarlo como un exvoto y divinizarlo. «Debemos mostrar que vive», sentenció Stalin, secretario general del Partido Comunista. El culto a su personalidad, impulsado por su feroz sucesor, cubrió todo el país de bustos y estatuas del difunto señalando al futuro, a la utopía comunista.

Una de ellas incluso llegó a la Antártida, donde hoy remata las ruinas de una estación científica abandonada y cubierta de nieve. Al otro lado del telón de acero, con la llegada de la Guerra Fría, fue satanizado. Parece que no existen términos medios. «Soy muy crítico con sus ideas, era un personaje muy autoritario y estoy muy en desacuerdo con él, pero su peso en la historia es innegable. Por ambas partes se crea una figura totalmente artificial, a mí me preocupó más el hombre de carne y hueso«, señala a este periódico Agustín Comotto, autor e ilustrador de Lenin. El hombre que cambió el mundo, coeditado por Capitán Swing y Nórdica. 

«Era una persona irascible y compleja, con una capacidad intelectual por encima de la media. Trabajaba entre 15 y 17 horas y dejó una obra escrita inmensa, muy teórica, muy densa y de compleja lectura. Sufría muchísimas migrañas, dormía muy mal y tenía una especie de trastorno alimenticio, comía cualquier cosa cuando el hambre le sorprendía «, apunta el autor. 

Siempre un paso por delante

En su biografía ilustrada pensada para un público amplio, Comotto, siguiendo el estilo del arte vanguardista ruso de principios del siglo XX, recorre de forma accesible y clara una gran variedad de temas. Además de la vida del fundador de la URSS, sus ideas y relaciones personales, retrata el contexto histórico de Rusia y Europa y los grandes hitos de la Revolución rusa, como el golpe de Estado que Lenin promovió el 24 y 25 de octubre de 1917, los días más decisivos de su vida. 

El 24 había un clima extraño en San Petersburgo. En el antiguo instituto de Smolny destinado para niñas nobles y reconvertido en cuartel general bolchevique, el Comité Central conspiraba. Lenin llegó tarde. Las calles estaban casi vacías y el Gobierno provisional de Aleksander Kerenski, con sede en el Palacio de Invierno, cerró los puentes sobre el río Neva. Lenin y su guardaespaldas sortearon el bloqueo haciéndose pasar por obreros borrachos ante unos hastiados soldados que no le reconocieron a pesar de que tenían orden de capturarlo. 

Al día siguiente, la Guardia Roja -de no más de 400 hombres- se hizo con los puntos neurálgicos de la ciudad. Se les unieron soldados y obreros que cercaron el Palacio de Invierno apoyados por el acorazado Aurora. Kerenski abandonó el edificio con un descapotable antes de los primeros tiros. Con el golpe de Estado en marcha y sin comprobar su éxito, Lenin ya estaba haciendo la lista del nuevo gobierno bolchevique. 

«Él siempre se está adelantando. Tenía una capacidad de maniobra y lectura social extraordinaria, era un superdotado. A principios de siglo sabía que en la Europa industrializada iba a estallar una revolución producto del descontento de la clase obrera. Tiene muy claro que empezaría una Primera Guerra Mundial que terminará con una reordenación geográfica de los estados capitalistas y que en Rusia habría una gran revolución por las injusticias flagrantes de la Rusia de los zares«, explica el autor. «Más tarde, cuando toma el poder sabe que habrá una guerra civil; sabe que la va a ganar y dedica sus fuerzas a consolidar su nuevo estado. Hoy parece fácil decirlo, pero Lenin supo aprovechar sus circunstancias históricas y eso es algo muy complejo». 

Un mundo nuevo

Maestro de la propaganda, utilizó las vanguardias a su favor para ilustrar el mundo nuevo que quería crear, completamente ajeno e inédito a los estados que ya existían. Aquel arte moderno en realidad no le gustaba, «lo veía como un elemento más para controlar el país«, apunta Comotto. Como ejemplo adoptó el rojo revolucionario presente en banderas y uniformes que en la mentalidad rusa simbolizaba la valentía, el coraje, la abnegación, la generosidad y el amor. 

Sentado sobre una montaña de cadáveres, dedicó grandes esfuerzos al control del individuo y la destrucción de cualquier amenaza antirrevolucionaria, tanto dentro como fuera de su partido. En diciembre de 1917 fundó la Cheka, una temible policía secreta que torturaba y asesinaba de forma impune esparciendo el miedo entre los ciudadanos. ¿Pero fue un invento de Lenin? 

«Los últimos zares crearon la Ojrana, una unidad de policía secreta a la que destinaron muchos recursos. Sus agentes pueden investigar, detener, juzgar y ejecutar sentencia y en ocasiones todo ello lo hacía una misma persona. La Cheka es una heredera de esta unidad que luego se vuelve más sofisticada y que funcionaba de manera similar a la Gestapo y más tarde a la CIA y el Mosad«, explica el autor. 

Los amores de Lenin

Trabajador incansable, en ocasiones maquiavélico, asaltado por frecuentes crisis nerviosas, muy pocas personas conocían realmente qué pensaba, entre ellas su amante Inessa Armand, ocultada por Stalin para crear una imagen de un líder incorrupto. El líder bolchevique valoraba su inteligencia y capacidad intelectual aunque discutían con cierta frecuencia, como demuestra su correspondencia privada. 

Sin embargo, su esposa Nadia Krupskaya fue determinante en su vida. En especial cuando su salud nerviosa empeoraba debido a la presión y el estrés. «Ella lo cuidó e hizo una suerte de ‘escudo’ entre él y la información exterior aislándolo para que sus nervios mejorasen», desarrolla Comotto.

Al final, una enfermedad cerebral lo dejó inválido y lo llevó a la tumba en enero de 1924. Para desprestigiarle en el mundo occidental se difundió el rumor de que murió de sífilis. Cien años después de su muerte y 30 tras el colapso de la URSS, Lenin sigue muy presente. 

«Basta con ver por ejemplo el Congreso de Madrid donde llevan semanas gritándose e insultándose unos a otros para desacreditarse. Lenin inventó esta manera de hacer política. Hoy todos los congresistas tienen una metodología muy similar. El señor Feijóo, que no creo que sea marxista-leninista, dijo a un ministro de Sánchez que iba a caer en la ‘papelera de la historia’. El primero que dijo este término fue Trotski [lugarteniente de Lenin] en el Primer Congreso Soviético. Podemos estudiar a Lenin en Trump, en Ayuso, en Putin… y es curioso porque estas personas no coinciden con Lenin o incluso le satanizan», cierra Comotto. 

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