¿Cómo fue la II Guerra Mundial? Se lo contaron a Studs Terkel mil y un entrevistados: soldados, almirantes, enfermeras. A todos los grabó para este libro, con el que ganó el Pulitzer
Studs Terkel murió en Chicago, a los 96 años, el 31 de octubre de 2008. Para entonces sus libros ya ocupaban un lugar destacado en la Historia cultural del país y su nombre se asociaba a diversas actividades profesionales, desarrolladas a lo largo de una prolongada e intensa vida, a través de las cuales acabó erigiéndose como una celebrada figura pública nacional. Calificado como un «auténtico héroe americano» por John Nichols en la revista progresista «The Nation», Louis Terkel (así se llamaba en realidad) ejerció de reportero, historiador, etnógrafo, locutor de radio, actor y activista.
Como resultado de esos trabajos, sobre todo de 1952 a 1997, los años que dirigió su programa radiofónico en la cadena WFMT (dejó unas 5.600 horas de grabaciones, donadas al Museo de Historia de Chicago), logró conocer y descubrir a distintas personalidades de la política, la literatura, el cine y la música -promocionó a cantautores como Woody Guthrie y a la «reina del góspel», Mahalia Jackson-, así como publicar un número nada desdeñable de obras sobre el jazz, la fe, el sueño americano, aunque las más conocidas -y las que más fama y prestigio literario le proporcionaron- fueron sus historias orales de la Gran Depresión («Hard Times») y la Segunda Guerra Mundial («La guerra ‘buena’»), obteniendo por esta última, en 1985, el Pulitzer.
Los «etcéteras»
Así edificó casi la totalidad de su bibliografía, agrupando voces anónimas, «elegidas arbitrariamente entre la multitud», que parecían convertirse, una vez leídas y escuchadas, en la síntesis de los sentimientos, preocupaciones y recuerdos de todo un pueblo. Terkel conseguía que esos hombres y mujeres, los «etcéteras de la Historia», como él los denominaba, protagonistas y testigos de los conflictos más trascendentales del siglo XX (la crisis financiera, la guerra, la segregación racial, los derechos de los trabajadores), manifestaran con naturalidad sus experiencias e inquietudes.
Recopiló testimonios de camareros, prostitutas, granjeros, basureros, soldados, inmigrantes, sindicalistas, mineros y pensionistas; pero también de abogados, médicos, generales, profesores, empresarios, artistas, editores y políticos, configurando un bosquejo en el que aparecían representadas todas las capas de la sociedad. (Entre ellos, además de los desconocidos, se encontraban personajes famosos como el economista John Kenneth Galbraith, el escritor Kurt Vonnegut o la actriz Joan Crawford).
Tras ser identificado como un «comunista sospechoso» por el FBI, fue incorporado a la lista negra durante la caza de brujas iniciada por el senador Joseph McCarthy. Algo que nunca le impidió seguir simpatizando con las causas promovidas por la izquierda (defensa de los derechos civilices, oposición a la guerra de Vietnam, etc.) o denunciar públicamente la persecución de intelectuales y funcionarios. «La curiosidad, para bien o para mal, me hizo seguir adelante», escribió.
Aparte de recibir la información, entabla una conversación en su propia mente con el entrevistado, como si fuera él, y no Terkel, quien pregunta
En su segundo volumen de memorias, tituladas «Touch and Go», Terkel dio a conocer las técnicas que utilizaba para hacer que los entrevistados hablaran sin reservas: «Lo que yo introduzco en la entrevista es el respeto […] La grabadora ha sido mi mano derecha; me ha permitido percibir las palabras y, de ese modo, conseguir el detalle revelador que de otra manera podría quedar olvidado. Pero no es simplemente el uso de la grabadora. Pido a la persona que transcribe la grabación que escuche cuidadosamente y escriba todo: pausas, pitidos de los coches, el sonido de los relojes marcando la hora. Todo. Quiero capturar la conversación en su integridad […] Luego elimino mis preguntas para poder introducir una especie de soliloquio».
La lectura de esos soliloquios no solo te traslada al contexto de la época; se genera, también, una extraña sensación de empatía, de modo que el lector, aparte de recibir la información, entabla una conversación en su propia mente con el entrevistado, como si fuera él, y no Terkel, quien pregunta.
A pesar de los premios periodísticos y los reconocimientos (fue elegido miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras en 1997), en el mundo académico se resistieron a considerarlo un auténtico historiador. La Historia oral ha sido contemplada desde ciertos rincones de la universidad -si bien esto ha cambiado levemente- como un interesado ejercicio de recons-trucción memorística más que como una rigurosa aproximación a los acontecimientos.
Estilo populista
Asimismo, el autor, víctima de la mediatización de su propio personaje, parecía encarnar, de acuerdo con sus críticos, la quintaesencia del «impresionismo literario»; un «talentoso y gran artista» que, sin disimular su ideología radical, usaba «un estilo populista para narrar una historia populista», pero que no estaba destinado a ingresar en las canonizadas páginas de la historiografía seria porque en sus textos -argumentaban- es imposible hallar «análisis o interpretaciones de datos».
Dichas afirmaciones fueron rebatidas, con estimable entusiasmo intelectual, por el historiador Michael Frisch en un artículo publicado en «The Oral History Review» y titulado «Studs Terkel, Historian». La concesión del Nobel de Literatura, en 2015, a la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich, en cuya obra se percibe un estilo narrativo muy similar al del autor norteamericano (el Pulitzer, conviene recordar, le había sido entregado en la categoría de no ficción), hizo que volviera a resurgir el debate sobre las supuestas definiciones de los géneros. Alexiévich, al igual que el estadounidense, intenta exponer lo que ella llama la «Historia omitida». ¿Literatura, Historia o periodismo? Escuchar, diría Terkel.
Autor del artículo: Xabier Fole
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