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La granjera que frenó una central hidroeléctrica

Por La Vanguardia   ·  07.08.2021

No duda cuando le preguntan qué hace. “Soy pastora y esquiladora”. Pero la islandesa Heiða Guðný Ásgeirsdóttir, de 43 años, es muchas cosas más. En su niñez se consideraba un patito feo, delgada, bajita y desgarbada. Como en el cuento, su aspecto cambió radicalmente. Lo que nunca cambió fue su carácter volcánico y rebelde. “Una granjera no es la mujer de un granjero. Es una mujer con una granja”, protestaba de niña.

A pesar de las ofertas para desfilar en Milán y de su imán para las portadas de las revistas, enamoradas de su fotogenia, descubrió pronto que aquel no era su mundo. El de verdad estaba en la loma de Fitarhol, más allá del valle de Krókur, dominado por las montañas y el río Tungunfljót. Allí estaba la granja de su familia, Ljótarstaðir, “en los confines del mundo”.

Y allí regresó. Quería demostrar que en estas tierras “difíciles para la agricultura” no solo prosperan “los zorros y los cuervos”. Era feliz con Fífill, su pastor alemán, y con sus 500 ovejas. Entonces oyó hablar de Suðurorka. Esta empresa energética privada eligió aquel lugar para una mastodóntica central hidroeléctrica “El proyecto Búland era enorme y llegaba hasta el parque nacional de Hólaskjól, con un embalse de diez kilómetros cuadrados y un dique monstruoso”.

Heiða Guðný Ásgeirsdóttir explotó en el 2010, cuando descubrió que el epicentro del tsunami estaba en sus tierras. No todos los granjeros se oponían. Para algunos era muy tentador el dinero de las expropiaciones, pero a ella le desesperaba que “un tipo cualquiera de la ciudad pueda decidir que producirá energía donde le apetezca y que para hacerlo no tenga más que enseñar unos fajos de billetes”.

Aunque renunció a las pasarelas por su timidez y porque odia ser el centro de atención, comenzó a enviar cartas a los periódicos y a convertirse en el rostro visible de la oposición al plan. “Nuestras tierras ­–les decía a los más renuentes– tienen otra clase de riqueza. Los campos que trabajamos no son nuestros, serán de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos, y no hay que dárselos a unos granujas ricos de Reikiavik”.

Su discurso combativo cautivó a la prensa y la catapultó a la fama: “El proceder del sector energético ha sido muy dañino para las comunidades rurales, a las que desintegra”. Entró en la política municipal, ganó adeptos, pronunció discursos en el Parlamento y protagonizó entrevistas y documentales. Un libro de la escritora Steinunn Sigurðardóttir refleja su lucha, Heiða, una pastora en el fin del mundo ( Capitán Swing).

No soportaba que le dijeran que se oponía al progreso o que no quería que sus vecinos sacaran provecho de tierras solo aptas para “cuervos y zorros”. Su respuesta era: “La tierra continuará después de nosotros. No nos pertenece. Nosotros pertenecemos a la tierra y eso supone una gran responsabilidad: hay que defenderla de las aves de rapiña, de los intrusos de manos limpias y pelo engominado”.

Mereció la pena. El tesoro natural afectado por la central hidroeléctrica de Búland fue declarado en el 2016 zona de protección integral. Los directivos de Suðurorka fueron a por lana y salieron trasquilados. Desde entonces, la némesis de este gigante de los negocios ha vuelto a su vida tranquila . Sonríe los días con buen tiempo (12 grados y poca lluvia). Madruga, repara cercas y cuida de su rebaño. Cuando no se dedica a estercolar, rastrillar y esquilar, mira al horizonte y se siente reconfortada. Ha salvado Ljótarstaðir.

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