Morirse es caro. Morirse no es nada ecológico. Morirse es muy poco transparente. Y morirse es incluso discriminatorio. «No, no nos morimos bien y hay un montón de cosas que se pueden hacer mejor». Lo dice La Orden de la Buena Muerte, una organización sin ánimo de lucro fundada en 2011 por la escritora y funeraria Caitlin Doughty (Hawai, 39 años), una mujer empeñada en codearse con la muerte para acabar con todos los estigmas, los miedos, las fobias y los tabúes que la rodean.
«Hace 100 años no tenías la opción de llamar a alguien por teléfono para que hiciera desaparecer el cuerpo de un familiar y no verlo nunca más. Hoy sí, y eso ha acabado con la responsabilidad del hogar y nos ha desconectado culturalmente de la muerte», lamenta Doughty, autora de ¿El gato se comerá mis ojos? (Capitán Swing), un repaso a las preguntas más disparatadas a las que ha tenido que enfrentarse a lo largo de su carrera como funeraria
Ella empezó a trabajar en un crematorio de San Francisco a los 23 años. «Incineraba seis cuerpos al día y eso cambió mi vida por completo», cuenta. «Había algo fascinante no sólo en el hecho de estar en contacto con la muerte, sino también con las historias de la gente y de sus familias y con la cultura de nuestra sociedad. Ahí me di cuenta de que no estábamos haciendo bien las cosas».
Doughty creó su propia ONG de la muerte, se convirtió en probablemente la mayor influencer del mundo en asuntos fúnebres y fundó su propia funeraria: Clarity Funerals and Cremation of Los Angeles, un centro decidido a ofrecer despedidas más ecológicas y sostenibles y precios más asequibles y transparentes.
«En Estados Unidos un funeral puede costar decenas de miles de dólares, pero a las funerarias todavía se les permite ocultar sus precios. Nosotros estamos trabajando para que todas publiquen sus tarifas en internet», explica.
En la web de la funeraria de Doughty sí aparecen los costes. Una cremación sencilla cuesta 995 dólares y un entierro, 1.195. Convertir tu cadáver en compostaje humano sale por unos 5.000 dólares.
En España, según un estudio publicado por la OCU en 2021, el precio medio de los servicios funerarios supera los 3.600 euros. De todos los costes, el féretro, arca o ataúd es el apartado más caro: un modelo común, sin lujos especiales, cuesta entre 600 y 1.300 euros, pero la media ronda unos 1.200 euros.
Es importante sentarse junto a un cadáver para perder el miedo a la muerteCaitlin Doughty
Según el último informe de Panasef, el precio final de un trabajo funerario está compuesto sólo en un 58% por el valor del servicio en sentido estricto. El resto se va en servicios complementarios, certificados, impuestos y el coste del destino final, ya sea inhumación o incineración. El sector funerario nacional facturó el año pasado 1.653 millones de euros, lo que representa el 0,13% del PIB.
¿Es posible cambiar nuestra forma de morirnos? «Claro que es posible», responde Doughty. «Yo llevo 15 años en esto y han cambiado muchas cosas. Si no, yo no seguiría. Hoy hay más incineraciones, menos ritos religiosos. La cultura está cambiando y la industria tiene que cambiar con ella».
-Usted asegura que nuestra cultura ha «patologizado» los cadáveres. ¿Qué significa eso?
-Quiero decir que, si le preguntas a la gente si un cadáver le parece algo peligroso, la mayoría te dirá que sí. Pero no, no lo es. No son zombis. Si tu madre muere de cáncer y está en casa, su cuerpo no tiene ningún peligro. En realidad el miedo que tenemos a los cadáveres es el miedo a nuestra propia mortalidad y por eso es importante sentarse junto al cadáver para que disminuya nuestro miedo a la muerte. Simplemente poder decir: es mi madre y entiendo que está muerta, es profundamente triste, pero no tiene ningún peligro. No es radioactiva ni biológicamente peligrosa.
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