Acaba de llegar a nuestras librerías El gran mito. Se trata de una enmienda a la totalidad a las teorías del libre mercado, a esa «magia del mercado» a la que se refería Ronald Reagan que llegó a declarar que el gobierno no era la solución, sino el problema. La obra extensamente documentada de los historiadores Naomi Oreskes y Erik M. Conway nos relata el papel crucial de empresas tecnológicas en esta guerra ideológica, mostrando cómo la desinformación y los influencers neoliberales que se apoyan en bulos vienen de lejos.
Si Oreskes y Conway ya nos contaron en su anterior libro –Mercaderes de la duda– cómo un grupo de científicos y asesores científicos de alto nivel ocultaron la verdad del calentamiento global, ahora desmontan el mito del libre mercado. La obra publicada en España por Capitán Swing bien podría haberse titulado El gran timo, pues pone negro sobre blanca la cantidad de mentiras en las que se ha apoyado el capitalismo para negar el papel del Estado en la justicia social.
A pesar de que todas las grandes transformaciones tecnológicas (ferrocarril, electricidad, teléfono, radio, ordenadores, internet…) fueron producto de la colaboración público-privada, el sector tecnológico ha cumplido un papel esencial a la hora de extender los bulos que deifican a ese ente inmaterial que es ‘el mercado’. El libro, cuyo repaso se circunscribe a EEUU, relata cómo en el salto del vapor a la electricidad fueron desactivados por el sector privado todos los intentos por tratar de que el gobierno participarse en el proceso para garantizar su acceso en las zonas rurales.
Aunque ya entonces las eléctricas recibían subsidios, el lobby eléctrico no dudó en rescatar el fantasma rojo, tachando de comunista al gobierno por no querer separar los fines sociales de la electricidad. El gran mito describe un buen antecedente de los bulos y la desinformación que nos asola en la actualidad, personificándola en la Asociación Nacional de la Luz Eléctrica (NELA), creada en 1885 y que agrupaba más de 500 de las mayores empresas privadas de suministro eléctrico de EEUU, lo que suponía el 90% de la producción de kilovatios del país. NELA extendió la idea de que la idea de primar los intereses sociales a los beneficios económicos de la expansión eléctrica era producto del comunismo y la tiranía. ¿Les recuerda a algo?
Su acción de propaganda se extendió a los medios de comunicación, a la escuela y las universidades –con profesorado a sueldo- hasta tal punto que tras seis años de investigación, la Comisión Federal de Comercio (FTC) concluyó en 1930 que la de NELA había sido la mayor «campaña de propaganda en tiempos de paz llevada a cabo por intereses privados en la historia de este país». Sólo de 1921-1927 se contabilizaron 12.784 editoriales patrocinados por la industria.
NELA quedó tan desacreditada que terminó disolviéndose o, por ser más precisos, mutó al Instituto Eléctrico Edison, que prácticamente agrupaba a las mismas empresas, aún hoy vigente y exponente del negacionismo climático. La Asociación Nacional de Fabricantes (NAM) es otro de los actores recurrentes en la campaña de bulos capitalistas, empleando para ello el discurso de «la lucha por la libertad», advirtiendo de «los peligros del gobierno centralizado», llamándolo comunismo y socialismo, y afirmando que amenazaba el estilo de vida estadounidense. De nuevo, ¿no les suena este discurso?
La amenaza del cine sonoro
Uno de los capítulos que atrapan es el dedicado al cine y a cómo el salto del cine mudo al sonoro lo cambió todo. Este avance técnico permitió que en la década de 1930 las películas trajeran consigo la forma de hablar en las zonas urbanas con sus inmigrantes buscando una vida mejor, con sus bares y vodeviles donde paraba la clase trabajadora. En aquella época, se recuperó el género western, representando el conflicto entre los grandes terratenientes y los pequeños… Las uvas de la ira, película de John Ford basada en la obra de John Steinbeck fue la gota que colmó el vaso: representaba las adversidades de una familia migrantes a California, huyendo de las Grandes Llanuras devastadas por la sequía. Si la novela había sido prohibida por muchos gobiernos locales, e incluso quemada en Bakersfield (California), la película fue acusada de propaganda estalinista y criptocomunismo sentimental.
Otros ejemplos de sinrazón capitalista fue la ‘Guía de la gran pantalla para los americanos’, concebida para influir a productores y directores de cine en el que había mantras como «no desprestigie el sistema de libre empresa, ni a los empresarios, la riqueza…» o «no deifique al ‘hombre común’»; guía que llegó a usar el FBI para identificar lo que consideraba propaganda comunista, llegando a investigar Qué bello es vivir (Frank Capra) por la imagen que mostraba de los banqueros.
A través de sus más de 750 páginas, El gran mito no olvida a la Escuela de Chicago ni el papel que jugó otra eléctrica, General Electric, en el ascenso presidencial de Ronald Reagan. El todavía actor presentó durante años el programa televisivo General Electric Theater, un ingenio para lavar la imagen de la compañía, enemiga de los sindicatos y con delitos de pactar precios, manipular subastas, etc. con otra casi treintena de compañías eléctricas.
Reagan recorrió el país en los 50 no sólo a través del televisor, sino dando conferencias por todos el país, muchas de ellas antes grupúsculos de extrema derecha, alabando la propiedad privada por encima de los derechos humanos –defendía no vender a minorías- y acusando a la protección medioambiental de reducir o incluso amenazar el derecho a la propiedad privada. Aquello marcaría el inicio de su carrera política que le llevaría en los 80 a reivindicar «la magia del mercado», como si éste fuera un ente poderoso y omnisciente, una entidad cuya voluntad debe ser necesariamente obedecida, ante la cual los meros mortales no deben siquiera dudar.
En su amplio repaso histórico, Oreskes y Conway no olvidan las presiones en 1974 del fundador de Hewlett-Packard (HP) para que sus colegas corporativos dejasen de apoyar a colegios y universidades que defendieran puntos de vista anticapitalistas o neutrales con el capitalismo o, más recientemente, los monopolios de Microsoft en los 90 y Google en los 2000. Más allá de la influencia del sector tecnológico en esta deriva del libre mercado, El gran mito niega que competir signifique hacerlo sin reglas, ilustrando los efectos perniciosos de la dejación de funciones del Estado en la gestión de Donald Trump de la pandemia del COVID y «lo caro que sale la dependencia del mercado libre».
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