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La esposa diminuta

Por Librero a mi pesar  ·  13.03.2012

Quizá fuera por lo arriesgado de la apuesta hecha por la editorial Capitán Swing, tan inclasificable como apasionante. Quizá por las serenas ilustraciones de Tom Percival. Quizá porque últimamente necesito libros que me sorprendan (debo de estar haciéndome mayor). Quizá haya despertado la pasión que sentí (y casi había olvidado) por los relatos de Julio Cortázar.

El caso es que me sigue resultando extraño haberme interesado por un libro con un argumento tan alocado y mágico: un atracador de bancos advierte a las víctimas presentes que no les sucederá nada si cada uno de ellos le entrega, de entre lo que llevan encima, su bien más preciado. Una petición que parece un alivio en un primer momento se convierte en una de las acciones más maléficas que alguien puede realizar, porque con los objetos, el atracador se lleva también parte de sus almas, de sus motivos para vivir y de sus mundos. Poco tiempo después del atraco, los afectados están viviendo en mundos irreales, mágicos donde Jenna despierta convertida en una persona de caramelo, Dawn es perseguida día y noche por el león que tenía tatuado en su pierna, Jennifer debe llevar a la lavandería a Dios (cogió muchas pelusas debajo de su sofá) o Stacey comienza a menguar de un modo aparentemente arbitrario.

Con un estilo narrativo sencillo, casi juguetón o distraído (quién sabe si no hubiera naufragado de haber optado Kaufman por una belleza estilística mayor), esta historia te atrapa, te empuja, te inmoviliza y te presenta un lógico laberinto, una serena locura de la que necesitas angustiosamente ver la salida, pero pides a gritos no salir. Una fabulosa sorpresa.

Javier Moriarty

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