No puedes negarte a ti mismo. Ni vivir en un letargo permanente equivocando sueños y costumbres. Cayendo viciado a la rutina y el auto-desconocimiento de ti mismo. No es que necesites que un ladrón entre a un banco en el momento preciso en el que tú estás y, en vez de vaciar las cajas fuertes de toda la sede de la entidad de ahorros, decida vaciarte el alma obligando a rellenarla de nuevo y a jugar al mismo juego que te había hecho caer en la planicie vital en la que estabas sumido/a, pero es una opción. Una opción que plantea Andrew Kaufman (no el mítico y transgresor humorista fallecido, sino uno de los liristas mejor valorados desde el comienzo de siglo) en una de las fábulas con moralina más fantásticas, futuribles, sociológicas (¿o antropológicas?) y ficticias que se hayan parido en los últimos años y sin necesidad de recaídas en formato El Principito ni en los ensayos humanistas en formato El Príncipe de Maquiavelo. Medianeras y puentes cruzados.
La esposa diminuta, editado por Capitán Swing Libros casi dos años después de su edición original en los states, narra una acción y una serie de reacciones en formato catastrofista bizarro: un ladrón decide entrar en un banco no para llevarse la pasta gansa de las cajas fuertes sino los elementos más valiosos en la vida de los allí presentes. Una vez sucedido esto y de llevarse diverso tipo de fetiches sentimentales tales como llaves, fotos o calculadoras, la mierda ocurre. Y ocurre a escala individual pero en aplicación global. Una deformación social de la cotidianidad de cada uno de los allí damnificados pero que Kaufman decide centrar en uno de los personajes: Stacey, esposa de David (narrador) y madre de Jasper y que comienza a sufrir, en escala gradual numérica, el empequeñecimiento de su propio ser día tras día. A la búsqueda de soluciones, tortazo en la cara. Al fin y al cabo lo que el escritor pretende no es tanto frivolizar sobre las catástrofes surgidas por arte de magia o la demonización en formato ilusionista de un ladrón-cabronazo que deforma la vida de a quienes hechiza, sino más bien cuestionar nuestro lugar en el mundo, el devenir claustrofóbica, la confusión de nuestros sueños, los amores envueltos, la renuncia del otro al uno, la omisión familiar, la adaptación de caracteres y el equilibrio en dosis únicas del querer y poder en formatos elásticos. Gimnástica pasiva.