Los blancos rurales y pobres de EEUU llevan 400 años siendo ridiculizados y marginados en un
país que oculta un sistema de clases que torpedea el ascenso social. Una comunidad que apoyó a
Lincoln, fue socorrida por Roosevelt y Johnson ya sólo confía en el presidente.
Elecciones. El reparto del voto que dio la victoria a Trump
Comearcillas ( clay-eater ), gañán sureño ( redneck ), pueblerino ( hillbilly ), mascamazorcas (
corncracker ), pies de barro ( mudsill ), palurdo ( lubber ), basura ( rubbish ), talón de brea (
tar-heel ), caravanero retirado ( trailer trash ), morralla humana ( waste people ) y, el más popular,
white trash , que puede traducirse como «escoria blanca», son los apelativos con los que
describen gran parte de los estadounidenses a los habitantes de las zonas rurales y pobres del
país.
Esta comunidad es la gran falange de choque, la que no duda de Donald Trump, y busca dinamitar
(de nuevo) las casas de apuestas. Conforma la parte más débil económicamente de la pirámide
social, junto a negros e hispanos, pero es la única sobre la que no se aplica la corrección política
en el lenguaje imperante de medios e instituciones. Es presa continua de desprecio y cachondeo.
Su memoria cultural no levanta cabeza. Basta con ver Los Simpson y encontrarse con Cletus
Spuckler , el paleto rural que es tan vago como fecundo -tiene hasta 30 hijos- o bucear por la gran
novela de culto del país, así como por su notable versión cinematográfica, que es Matar a un
ruiseñor , de Harper Lee. En esta historia el villano es Bob Ewell, prototipo de la escoria blanca
descrita, alguien miserable y racista que intenta condenar a un negro inocente por la violación de
su hija . Esto es una muestra de la percepción de esta comunidad no sólo en las zonas más
desarrolladas sino también en el extranjero. Vemos a unos señores que creen en el creacionismo,
semi-analfabetos y amantes de los rifles de asalto y. claro, nos escondamos debajo del sofá. Pero
aunque los hay, no dejamos de guiarnos por un estereotipo.
«A los estadounidenses no les gusta hablar de clases sociales, creen que la Revolución
Americana acabó con los privilegios. Pero eso es mentira. Hay una aristocracia y una sociedad de
clases heredada de Gran Bretaña. En este caso no pertenecían a la nobleza, pero sí conformaron
élites poderosas. La independencia vendió que cualquiera podía prosperar con esfuerzo, sin
embargo dicho ascenso social se ha demostrado mucho más difícil de lo que se cree», explica por
Zoom Nancy Isenberg , profesora de Historia en la Universidad Estatal de Luisiana y autora del
monumental ensayo White Trash. Los ignorados 400 años de historia de las clases sociales
estadounidenses (Ed. Capitán Swing). «Siempre hubo en este país grandísimas diferencias
sociales. Hay que tener en cuenta que la gran clase media americana es joven, nacida después de
la Segunda Guerra Mundial».
El fenómeno Trump es el último impacto de los white trash en la política nacional. Quizás el más
importante tras su apoyo a Abraham Lincoln en la cita electoral que sería prólogo de la Guerra de
Secesión.
En 2016 un candidato de discurso macarra y espasmos tuiteros que nada tiene que ver con ellos
(no sólo es rico sino que su riqueza es heredada) sedujo a este importante caladero de votos.
Jugó con inteligencia el rechazo visceral que generaba Hillary Clinton en la América rural. Ella era
vista como fría y arrogante, no sin razón, especialmente cuando tachó a gran parte de los votantes
trumpianos de «deplorables».
En realidad, el actual presidente supo sacar rédito a un proceso sin digestión que dura cuatro
siglos. La tierra de la libertad ha estado ocultando un segregacionismo clasista que pone en
cuarentena el publicitado sueño americano. Por ello, Trump prometió una arcadia feliz a un público
que se considera el barro con el que se moldeó el país. Reivindicó para los white trash un pasado
glorioso del que nunca formaron parte. Pero coló . Ellos siempre han sido pobres y no han podido ,
o no les han dejado, escapar de su condición. Encima su estatus no ha mejorado en la última
década. Al contrario.
Por primera vez una persona con el sueldo mínimo que trabaja 40 horas semanales no llega a final
de mes. «Esta situación es perfecta para un liderazgo como el de Trump porque él tiene el mérito
de conectar con ese segmento de población», reconoce Juan Verde , antiguo asesor del
presidente Obama.
Isenberg estudia este embarazoso sistema de clases que, afirma, la historia oficial ha ocultado.
Según ella, la población marginal blanca llegó como consecuencia de una operación de cirugía
clasista de la colonización inglesa: mandar al Nuevo Mundo a aquellos súbditos de la Corona que
consideraban inútiles o prescindibles para la metrópoli. El objetivo era que Norteamerica fuera el
gran contenedor de «basura social».
Los pioneros reales de la futura superpotencia fueron presidiarios, soldados desertores, prostitutas
y críos sin recursos ni educación, procedentes del campesinado y de la hambrienta Irlanda, que
trabajaron como criados en condiciones de esclavitud, incluso antes de que llegaran los esclavos
de África.
La aparición de los peregrinos puritanos tampoco cambió las cosas a mejor. Estos consideraban a
los pobres como parte del estado natural de las cosas. Para purificar un origen basado en la
servidumbre, los padres de la Revolución Americana diseñaron una mitología destinada a idealizar
el nacimiento de su nación. El génesis de un proyecto nacional tan extraordinario no fue abonado
con el sacrificio de pobres gentes sino del Mayflower y Pocahontas, la india que evitó la ejecución
de un colono inglés, del Día de Acción de Gracias, tradición iniciada supuestamente cuando una
tribu salvó de morir de hambre a los pobladores extranjeros . Todo muy cumbayá. Todo
edulcorado.
En realidad los ancestros de los white trash fueron ignorados cuando no humillados nada más
desembarcar. «El prestigio social desde los orígenes del país hasta hoy se sustenta en la
propiedad. Por eso el voto se concedió a los propietarios», apunta Isenberg. Para los hombres
libres estos parias sin tierras eran chusma de piel amarillenta que criaban hijos prematuramente
envejecidos, vestía con harapos y además eran vagos. En el desvario antropológico se llegó a
pensar a finales del siglo XVIII que además estaban imbuidos por un «carácter nómada» y que
emigrarían a Sudamérica. Problema resuelto. Pero como no se marcharon, tuvieron que instalarse
en los pantanos y las zonas menos fértiles de la incipiente república. La siguiente esperanza de
las clases más privilegiadas era que la Naturaleza fuera la que practicara una eugenesia, un
darwinismo social sin misericordia.
Ese tortuoso camino por la historia del joven país muestra muchas contradicicón. A Isenberg le
resulta desconcertante que hoy muchos de los descendientes de estos siervos porten enseñas
sudistas como símbolo colectivo. En realidad, la bandera confederada que lucen con orgullo en
gorras y guanteras del coche sólo les trajo más desgracias . «El gobierno confederado durante la
Guerra Civil tuvo mucho miedo de que se pasaran al Norte porque Lincoln prometió tierras y
derechos. Ellos fueron utilizados como carne de cañón en un ejército en el que los propietarios
sólo servían durante un año ya que se les permitía regresar a casa para defender sus granjas y
plantaciones. Los pobres, como en cualquier guerra, fueron los que más sufrieron, tanto que
incluso muchos llegaron a rebelarse. En un discurso en Misisipí, al presidente confederado
Jefferson Davis le abuchearon y tiraron zapatos».
Pero eso también lo han olvidado las generaciones actuales. Su nostalgia está basada en otra
mentira, otra mitología de un Sur justo y fraternal de blancos felices.
Lo cierto es que, a pesar del espectacular crecimiento del país en los últimos 100 años, este grupo
no termina de alcanzar los grados de prosperidad lograda por otros colectivos. No sólo viven peor,
sino menos. Entre 1999 y 2014 la mortalidad de los blancos sin estudios universitarios creció un
22%.
Seducir al proletario blanco es la misión de los candidatos de los dos partidos en cualquier
elección. Dos presidentes sureños como Jimmy Carter (Georgia) y Bill Clinton (Arkansas) llegaron
a hacer anuncios pueblerinos para sus campañas. Vestían camisas de cuadros, conducían un
tractor o posaban con una mula, cuando en realidad eran unos señoritos de familias bien.
Fuegos de artificio. Nada más.
Además del apoyo gubernamental a las minorías, a las que muchos de ellos ven como
competencia dopada, lo que quizás resultó ser el espolón de l trumpismo fue el fin de la tierra de
oportunidades que premia al que se lo merece. Eso que el filósofo Michael J. Sandel ha
denominado «la tiranía del mérito» . La América que ha grabado a fuego la recompensa del
hombre hecho a sí mismo sigue siendo muy seductora pero ya no es avalada por los hechos. Esto
ha generado una enorme frustra-ción en los que tienen menos recursos. Más aún cuando
presidentes populares como Bill Clinton y Barack Obama fomentaron un discurso en el que
aquellos no son capaces de ascender socialmente y que son unos fracasados.
Según datos de diversas instituciones, denuncia Sandel, la carrera por la movilidad social está
trucada. Entre los white trash , con un bajo índice de estudios universitarios, sólo unos elegidos
son admitidos en universidades top. La razón es que los grandes centros académicos terminan
acogiendo principalmente a los hijos de los ricos y a los de una clase media dispuesta a hacer
grandes sacrificios económicos para prepararlos desde pequeños. Son muy pocos los blancos
pobres que logran cruzar las puertas de un ascensor social gripado.
La culpabilización de la pobreza es habitual en la política americana. Por eso la indignación
generada sólo podría ser explotada por un outsider como Trump, que en sus discursos exime a
sus seguidores de cualquier responsabilidad. La culpa siempre es de los otros: la globalización, los
chinos o los inmigrantes.
Hasta la llegada del trumpism o sólo ha habido dos presidentes de EEUU, ambos demócratas, que
han mostrado empatía por ellos : Franklin D. Roosevelt , precursor del New Deal , y Lyndon
Johnson , con su plan contra la pobreza en el Sur. El resto los olvidó. «Con la Gran Depresión uno
de cada cuatro ciudadanos perdió el empleo -dice Isenberg-. «Por eso ya no se podía acusar a los
pobres de su situación».
Otra pregunta interesante para Isenberg es conocer el punto de vista de la comunidad negra, que
vivió una esclavitud aún mucho más cruenta que los white trash pioneros y una limitación de
derechos civiles hasta hace relativamente poco. Además se ha rebelado con contundencia frente a
los últimos abusos policiales contra ella. ¿Importa en el cabreo más la raza o la clase social?
« ¡ La mayoría de afroamericanos conocen mucho mejor a los white trash que los otros blancos !
Han convivido con ellos, compartido barrios, cultura y también pobreza. Pasa igual en la
comunidad negra, donde también hay diferencia de clases».
La ‘escoria’ que es la gran bala de plata de Trump
Por El Mundo · 02.11.2020