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La demonización de la clase obrera

Por Infamiazine  ·  19.12.2012

En neolengua no existen palabras para hablar de clases sociales, patronos y obreros,  lucha de clases puesto que se considera desfasado, de otro tiempo. Con el advenimiento del neoliberalismo de la mano de sus grandes profetas Tatcher y Reagan, junto a sus discípulos: el nuevo laborismo, la  tercera vía, los González y compañía se (supone que se) han superado todos los viejos conflictos sociales.

Ahora sí, por fin, vivimos en una sociedad meritocrática, la sociedad de las clases medias, donde cada uno está dónde se merece. Aquí, lo único que existe son individuos libres, nada de grupos sociales, ni movimientos con intereses opuestos. En palabras de la Dama Hierro:  “No hay sociedad, […] sólo hombres y mujeres individuales con sus familias”. Estos individuos, buscan maximizar su beneficio, y gracias a la magia de la mano invisible, redunda en riquezas para todos los que se lo merecen, así como, en pobreza para los vagos y pendencieros

Peeero, parece que el encantamiento neoliberal comienza a quebrar. Una buena muestra son las consecuencias de la última gran crisis económica, o estafa planetaria, la denominada crisis de las subprime. Analizando sus efectos, el observador menos avispado  podría atestiguar que persiste la estratificación social, que, supuestamente, había desaparecido. Puesto que, mientras por arriba, donde moran los causantes de la crisis, se disparan los beneficios y el lujo. Por abajo, nos quedamos sin moradas y engrosamos las listas del INEM.

Owen Jones pretende con este ensayo recuperar para el debate la cuestión de clase. Para este empeño utiliza la denostada figura del chav (lo que vienen a ser nuestros canis, chonis, pelaos, merdellones) El motivo, es la intuición que, “El odio a los chavs es una manera de justificar una sociedad desigual”.

Para ponernos en situación, los chavs/canis son el único grupo social objeto de burla descarnada que no produce ningún tipo de sonrojo mofarse de ellos. Hagamos un experimento: probemos a hacer un chiste en compañía de un grupo de progres gafapastas (ahora autodenominados hipsters), de temática racista, machista u homófoba, el resultado es el lógico lapidamiento. Ahora en cambio, probemos a soltar la mayor burrada sobre las chonis peluqueras de tu barrio, o el cani del camarero de turno, o el pokero de callejeros. El resultado será bastante dispar. No te lloverán piedras, sino risas y aplausos.

Este odio hacia la figura del choni para Owen Jones es sintomático de una sociedad clasista.  En sus propias palabras: “Pero lo cierto es que el odio a los chavs es mucho más que esnobismo. Es lucha de clases. Es una expresión de la creencia que todo el mundo debería volverse de clase media y abrazar los valores y estilos de la clase media, dejando a quienes no lo hacen como objeto de odio y escarnio.”

Como vemos el calado del mensaje neoliberal tras tres décadas de hegemonía, es bastante profundo. La dura derrota del sindicalismo infringida por la Tatcher, sumado a la caída del Muro, tuvo como una consecuencia la desarticulación del movimiento obrero, así como, la omnipotencia de los vencedores para imponer su visión del mundo.

Esta visión, que a priori podríamos denominar la dictadura de la clase media (aunque hablar de clase media, no es más que un eufemismo, puesto que los valores de la sociedad son los valores de la clase dominante), en su discurso único no deja espacio para la clase obrera. En el reino de la meritocracia no existen horizontes colectivos, no hay causas materiales, ni grupos sociales con intereses antagónicos… todo se reduce al esfuerzo de cada uno. Es decir, aquí todos los buenos son de la gran clase media, los pringaos que no acceden a ella es porque son unos lumpens.

El lenguaje no es inocuo, y una muestra de poder es la capacidad de imponer el lenguaje a nuestros enemigos, es decir, quién nombra, manda. Pongamos un ejemplo extraído del libro: “Ha habido una visión general consistente- y está pasando del concepto de clase al de exclusión – en que la exclusión en cierto modo sugiere me estoy excluyendo a mí mismo, que hay un proceso, que mi comportamiento tiene una réplica exacta en mi estatus social. La clase social es algo que viene dado. La exclusión es algo que me sucede y en lo que de alguna manera soy agente.”

Así se va construyendo la realidad, a la medida de la sociedad neoliberal, porque hablar es enunciar el mundo.  Para la construcción del marco neoliberal-meritocrático fue fundamental la omisión de la clase obrera de los discursos dominantes, tanto en los medios de comunicación, como de los políticos. Y cuando se muestre en la primera plana a los excluídos de la clase media, deben ser mostrados de forma perniciosa, como casos de fraude en el cobro de las prestaciones sociales, violencia en los barrios, hooligans… mostrando lo viles que son los de abajo. Así es como poco a poco se va construyendo en el imaginario colectivo la ilusión de la sociedad de clase media, a su vez, la del chav, que corresponde precisamente a estos excluidos del selecto club de la clase media.

Aunque parezca que  la clase obrera ha desaparecido, que la clase obrera no tiene sentido,  nada más lejos de la realidad, es cierto que la clase obrera industrial fordista, con todas sus señas de identidad,  se haya visto muy mermada por la desindustrialización que se implementó con el neoliberalismo, desplazando el eje de la economía productiva a la financiera. Pero, todavía siguen existiendo una clase de personas que vende su tiempo por un salario con el que a duras penas llega a fin de mes, y que no poseen ningún control sobre dicho trabajo. Lo que viene a ser una definición sencilla y rápida de la clase obrera.

Aunque por su retórica lo pueda parecer, el objetivo del neoliberalismo no fue borrar del mapa a la clase obrera, ya que la sociedad clasista sigue intacta, sino que buscaba eliminar al movimiento obrero como sujeto político/cultural capaz de contraponer una cosmovisión diferente a la burguesa. Lo que les preocupa en palabras de un diputado conservador:

“No es la existencia de clases lo que amenaza la unidad de la nación, sino la existencia del sentimiento de clase”

Las consecuencias de esta embestida contra el movimiento obrero se traduce en la ausencia de la cuestión de clase en el debate, además de la desaparición de la primera plana de los representantes políticos de origen obrero, al igual, que la práctica inexistencia de medios de comunicación obreros con capacidad para competir con los grandes medios comunicación burgueses. O en el plano cultural, frente a la preponderancia de las bandas obreras en los ochenta (The Smiths, Joy Division, Cock Sparrer…) en el 2000 lo que está pegando es el indie, música complaciente, que elude el conflicto social, aséptica,  propia de las clases medias.

Solo tenemos que recordar las palabras del multimillonario Warren Buffett: “Claro que hay lucha de clases. Pero es mi clase, la de los ricos, la que ha empezado esta lucha. Y vamos ganando” Para comprender la importancia de la cuestión de clase. Y mientras sigamos aceptando la visión del mundo que nos imponen los de arriba, difícil que podamos salir de este sistema que nos está chupando la vida.

Concluyendo estamos ante un libro realmente necesario, con una narración amena y sencilla, que evita el rigorismo académico. Está más cerca del reportaje que del libro clásico de teoría social, pero que aun así, consigue de calle el objetivo: recuperar el debate de las clases sociales.

Por último, agradecer a la gente de Capitán Swing por apoyar este ensayo a contracorriente. Sin duda se trata de uno de los libros del año.

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