Lejos queda ya aquel 1978 en el que el grupo de punk neoyorquino Los Ramones cantaba aquello de «No tengo nada que hacer / No tengo un hogar al que ir / Quiero estar sedado». Ahora, esa sedación tiene mucho más que ver con un sistema de salud mental que apuesta por la medicalización de los pacientes antes que tratar la raíz de sus problemas.
Al menos, esa es la tesis del profesor titular de Antropología Social y Psicoterapia en la Universidad londinense de Roehampton, James Davies, que recibe a ENCLAVE ODS –de manera telemática– desde su despacho en la City. Y así lo expone en Sedados (Capitán Swing, 2022), un análisis sobre cómo el capitalismo moderno creó la crisis de salud mental actual.
Pese que cada vez se hable más y más sobre salud emocional y mental, algo que para este psicoterapeuta es «muy importante», el problema, para Davies, radica en que «le pedimos a la gente que sean valientes y busquen ayuda, pero cuando lo hacen ¿qué se encuentran?». https://buy.tinypass.com/checkout/template/cacheableShow?aid=HEQTYbTpKq&templateId=OTDFNYDRM01A&gaClientId=1382751348.1648116409&offerId=fakeOfferId&experienceId=EXO2ZPAHLMVL&iframeId=offer_26f391753c6f72c93c1b-0&displayMode=inline&pianoIdUrl=https%3A%2F%2Fsocial.elespanol.com%2Fid%2F&widget=template&url=https%3A%2F%2Fwww.elespanol.com
Y añade: «Cuando alguien pide ayuda se encuentra con un sistema muy medicalizado que enmarca la angustia en unos términos que privilegian los tratamientos psicotrópicos». Por eso, afirma, vivimos en una sociedad «sedada», ya sea en Reino Unido, en donde centra su estudio, o en España.Imágenes del día: Juan del Val besa apasionadamente a su pareja en su última fiesta y no es Nuria RocaAne OlabarrietaEste lunes 4 de abril también son protagonistas Pilar Rubio, que ha descubierto un rincón rockero muy especial para ella, y Georgina Rodríguez y Cristiano Ronaldo, que posan junto a todos sus hijos.
«El sufrimiento es una protesta legítima ante las cosas malas que nos ocurren»
Y es que el nuestro es uno de los países del mundo donde más se apuesta por la medicalización de la salud mental. Es decir, tratar estos problemas con «drogas legales» en vez de con otro tipo de terapias.
La década de los 80, clave
Todo comenzó, cuenta este británico que también ha ejercido como psicoterapeuta en el Servicio Nacional de Salud de Reino Unido, en la década de los 80 del siglo pasado. En ese momento, el sufrimiento humano «dejó de ser una experiencia compartida». En cambió, empezó a entenderse como «un índice de disfunción interna, un desequilibrio químico o una disfunción cognitiva de la manera en que ves el mundo», asegura.
Eso, explica, «es algo muy nuevo, y no era así antes». Y aunque recuerda que la democratización de la salud mental que se ha dado en los últimos años es una buena noticia, asegura que «se ha hecho de la manera incorrecta». El problema está, explica, que se ha ligado la salud mental con la economía.
«La salud se convierte en un sinónimo de productividad, actividad o todo aquello que el sistema económico quiere que seamos. Y la recuperación se convierte en estar al servicio de los intereses económicos para los que las empresas trabajan», afirma.
Sin embargo, antes, en los 60 y los 70, «se entendía el sufrimiento como que el organismo estaba protestando contra las cosas malas que ocurrían a su alrededor. Es decir, había que atajar determinadas situaciones, en muchos casos estructurales, para que uno se sintiese mejor. El sufrimiento era una llamada de atención para cambiar. Ese tipo de filosofía era la predominante entonces», argumenta.
Por aquel entonces, recuerda, «hablábamos de un capitalismo keynesiano, había un consenso de posguerra, ese era el tipo de capitalismo que existía». Desde los 80, en cambio, se han ido sentando las bases de un «hipercapitalismo» que mide la salud mental «en términos económicos».
James Davies Capitán Swing
«El sistema le dice a la gente que sus problemas están en su cabeza y no en su entorno, lo que protege al mundo del escrutinio, exhonera de las responsabilidades al sistema. Ahora tú eres el responsable, todo es cuestión individual», matiza Davies.
Sin embargo, argumenta el experto, la mayor parte de los problemas de salud mental de las personas «derivan de su entorno, de su contexto socioeconómico y la falta de apoyos».
Pregunta: ¿Cómo llegamos a esta situación?
Respuesta: Todo empezó con la publicación del tercer Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales de Estados Unidos (conocido como DSM). A partir de ahí, la comunidad psiquiátrica empiezan a diagnosticar cada vez más cuadros relativos a la salud mental: pasamos de 100 a casi 400 diagnósticos diferentes.
P.: ¿Eso es un problema?
R.: El DSM reduce el umbral por el cual se diagnostica a alguien cualquier desorden psicológico. Esto hace que sea mucho más sencillo que se designe a cualquiera como enfermo mental. Y se expande la definición de enfermedad para que incluya cada vez más facetas de la experiencia humana. Cosas que no deberían considerarse enfermedades, lo son.
Es en ese punto, explica Davies, cuando se empieza a medicar a los pacientes. Esto, asegura, «crea un mercado enorme, porque si toda esta gente ahora tiene algún trastorno, tienes que tratarles». Así, se empieza a expandir el uso de psicotrópicos, que se eligieron, dice, por ser «las medicinas más baratas y supuestamente eficaces que ofrecían las farmacéuticas».
De esta manera, se medicaliza la vida diaria, lo que acabó derivando en «la farmaceutificación de la vida». Davies asegura, además, que «las circunstancias sociales que nos rodean, las condiciones que hacen que el hipercapitalismo funcione, encajaban con este nuevo sistema«. Por eso, dice, prosperó este modelo de salud mental.
Se crea, además, «un mercado masivo que mercantiliza el sufrimiento y lo convierte en una oportunidad de mercado». Y añade: «es algo con lo que se puede ganar mucho dinero». Pero el problema, para Davies, está en que, a partir de la década de 1980, se «despolitiza el sufrimiento».
Pregunta: ¿El sufrimiento es política?
Respuesta: Debemos reivindicar que el sufrimiento, la acción de sufrir, es una llamada de atención, una protesta legítima ante las cosas malas que nos ocurren. Interpretar el sufrimiento de esa manera tiene muchas ventajas, porque nos fuerza a mirar nuestras vidas, nuestra historia, nuestro entorno y descurbir qué provoca que la situación sea difícil y realizar los ajustes necesarios. Pero también nos fuerza a mirar a toda la sociedad, examinar las estructuras que afectan tu vida de diferentes maneras.
P.: ¿Podría poner un ejemplo?
R.: Sabemos que durante los confinamientos por la covid, si eras una madre soltera viviendo en un rascacielos en Londres tenías cuatro veces más posibilidades de tener depresión que si eras parte de una familia de clase media acomodada de barrios residenciales de la ciudad. ¿Por qué? Tiene que ver mucho con la estructuras en las que vives, la capacidad económica: cuanto menos tengas, más posibilidades tendrás de caer en la desesperación. Eso no quiere decir que las personas con mayor nivel adquisitivo no tengan problemas, pero son diferentes. Por eso tenemos que repolitizar la manera en que entendemos el sufrimiento.
«Tenemos que invertir más tiempo en sentirnos vivos y menos en trabajar»
Davies llama la atención sobre el movimiento de liberación de la mujer de los años 60 del siglo pasado, cuando el feminismo tomó las calles de manera masiva, especialmente en las sociedades anglosajonas. «¿De dónde venía? Del dolor de las mujeres, de aquellas que sufrían por las condiciones sociales y se negaron a que las medicaran, aunque se intentara», explica.
Y añade: «Ellas sintieron y compartieron su dolor, y se rebelaron contra las estructuras que lo causaban, los obstáculos que hacían que estuviesen encerradas en vidas que no querían vivir». Ese, dice, es el «ejemplo perfecto» de «cómo se politiza el sufrimiento: la gente se une para compartirlo, ayudarse y reclamar un cambio«. Lo mismo ha ocurrido en los últimos años con el Black Lives Matter.
Pregunta: La covid-19 ha puesto sobre la mesa la salud mental.
Respuesta: La pandemia ha animado a la gente a adueñarse de su propia angustia y a hablar de ella. No ha habido ningún otro evento social en la historia moderna que haya tenido un efecto similar. No es perfecto, pero legitimizó la crisis de salud mental. Es decir, vino a decirnos que no pasaba nada por estar mal y a animarnos a buscar ayuda.
P.: ¿Cambiará esta experiencia traumática colectiva la manera en que se trate la salud mental?
R.: La covid ha golpeado el modelo actual. La mayor parte de las personas que sufrieron por la pandemia reconocía que si perdías tu empleo o estabas angustiado por no poder salir de los 30m2 de tu piso, era el resultado de lo que estaba ocurriendo en el mundo. Esto es nuevo: nunca habíamos sido conscientes de que la salud mental se ve afectada por las circunstancias socioeconómicas y sanitarias externas. Así que, por defecto y sin quererlo, empezamos a socavar la dependencia del modelo medicalizado.
Eso sí, Davies asegura que en plena pandemia hubo «intentos medicalizar otra vez la salud mental». Y cuenta el caso de un movimiento en Reino Unido liderado por psiquiatras que «decían que las enfermedades mentales estaban aumentando y se necesitaba más tratamientos psicofármacos».
James Davie Capitán Swing
P.: Dice que hablablan de enfermedades mentales.
R.: Pero no lo son. Estamos hablando de problemas de salud mental, cuyas causas no pueden resolverse con medicación. Sólo se podrán solucionar con remedios sociopsicológicos, no con drogas. O con intervenciones económicas, no médicas.
P.: Entonces, ¿qué impacto ha tenido la pandemia?
R.: Primero, ha hecho que la conversación esté sobre la mesa. Y después, por defecto ha empezado a desmedicalizar la conversación sobre la salud mental. Pero mi miedo es que una vez la covid pase y volvamos a la vida normal, las demandas de la economía se reafirmen, los mensajes antiguos vuelvan, y nos encontremos en el punto de partida otra vez. Que haya o no un cambio sostenible es complicado de saber.
P.: Su tesis dice que para cambiar el modelo de salud mental se necesita un cambio en el modelo económico.
R.: Claro. La razón por la que este modelo [de salud mental] fallido ha tenido éxito y se ha mantenido es porque encaja en el sistema. Si el sistema cambia, ya no encajará, por lo que todos estos fallos tendrán que desaparecer. Veo, sin duda, que el cambio definitivo llegará con una transformación social que implique alejar sus políticas económicas del capitalismo agresivo que existe hoy. Nunca habíamos tenido una situación como la actual antes: vivimos un hipercapitalismo inédito que provoca cientos de preocupaciones en las personas, pero además, de él se nutren el sector de la salud mental actual. Si dejamos de alimentar este hipercapitalismo, el modelo ya no encajará y se creará espacio para las decenas de tipos de terapias y tratamientos que la mayor gente quiere.
P.: ¿Y qué cree que quiere la gente?
R.: La gente quiere y necesita apoyo, ayuda, validación, respeto, comunidad para dejar de sentir solos y asustados. Esos tipos de servicios son los que necesitamos poner en marcha.
P.: ¿Y por qué no se hace?
R.: Como no son ideológicamente consistentes, no tienen las mismas oportunidades en el mercado. Porque tampoco hay mucho margen para lucrarse con ellos.
Davies recuerda que «los grandes cambios sistémicos suelen ocurrir cuando un grupo de gente se junta para forzar cambios en las políticas». Suceden, normalmente, en periodos de crisis profundas que, como él mismo dice, «le echan un pulso a la economía y se producen cambios rápidos y profundos». Ocurrió, recalca, en el siglo XX tras la Segunda Guerra Mundial, en los 70 con la crisis de la inflacción, o con la crisis del petróleo.
«Tuvimos una oportunidad perfecta para cambiar el capitalismo en 2008 con la crisis financiera, pero la dejamos pasar, lo rescatamos y ahora está en soporte vital. Actualmente, volvemos a tener esta oportunidad, con la covid y todo lo que está ocurriendo entre Ucrania y Rusia», afirma. Y advierte: «Nos encontramos en un momento muy interesante: en cinco años nos podríamos encontrar viviendo en un contexto económico muy diferente al actual«. Y, por ende, en un sistema de salud mental radicalmente opuesto al actual.
Pregunta: ¿Qué necesitamos para que esto suceda?
R.: Es imperativo desafiar el materialismo y el consumismo, que no sólo son los engranajes del hipercapitalismo, sino que están destruyendo nuestro medioambiente. Y es que, además, el materialismo en nuestras propias vidas nos está destruyendo como personas: la idea de que soy mejor por tener una casa o un coche más grande, o que tengo más éxito por tener más cosas… eso tiene que desaparecer. Tenemos que empezar a recordar que lo que nos hace una mejor persona es quien soy, cómo me comporto y cómo me relaciono. Es imprescindible que recuperamos el arte de ser y de relacionarnos.
Para ello, reivindica Davies, «tenemos que reducir el tiempo que invertimos en trabajar e invertirlo en sentirnos vivos, estar en comunidad, con la familia, leer…».
Y concluye asegurando que «la mayor parte de la gente está empezando a entender que el tipo de sistema económico que tenemos, basado en el hipercapitalismo está al final de su vida, por muchas razones, y las consecuencias climáticas son uno de los factores principales».
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