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La Comuna de París contada por ella misma, en su 150 aniversario

Por EFE  ·  31.03.2021

Periodista aguerrido, activista aspirante a yerno de Carlos Marx, Prosper-Olivier Lissagaray escapó a las ejecuciones en masa y a las deportaciones a la Guayana después de ser el último defensor de una barricada de la Comuna de París, una revolución que contó en ‘Historia de la Comuna de París’ que ahora, 150 años después, se publica en España.PUBLICIDAD

Con traducción de Blanca Gago Domínguez y prólogos de Eric Hazan y Eleanor Marx, la editorial Capitán Swing ha publicado este relato de unos hechos vividos en primera persona y en cuya escritura Lissagaray invirtió cinco años, tras salvar la vida escondiéndose en casa de una prostituta para después cruzar Bélgica y pasar a Inglaterra, principal refugio de los perseguidos de la Comuna.

La primera edición de la obra de Lissagaray -‘Lissa’ para sus compañeros de barricada- se publicó en Bruselas en 1876, pero la policía impidió su distribución en Francia, de modo que hasta veinte años después, en una edición ya revisada y completada, no se distribuyó en París.



Antes, acogido a la amnistía de 1880, ‘Lissa’ regresó a París para fundar ‘La Bataille’, un periódico escrito por antiguos comuneros y dirigido ‘a todos aquellos que persiguen la supresión de clases con la llegada de la clase obrera’, un periódico que apoyó todas las huelgas, se opuso a las expediciones coloniales y a cualquier maniobra antirrepublicana.

‘Lissagaray no se rindió hasta el final’, dice Eric Hazan al describir cómo fue su entierro en 1901, cuando dos mil personas, entre ellas destacados veteranos de la Comuna, acompañaron el féretro de -según un periodista que le fue contemporáneo- ‘un hombre de recursos, inteligente, intratable con los arribistas, poderosos o no, despiadado con los renegados, duro consigo mismo y poco indulgente con los demás, de pluma y espada siempre afiladas’.

De cómo de afilada era la pluma de este ‘gascón bastante orgulloso e irascible, panfletario y duelista’ es una muestra la carta que dirigió a dos amigos que aceptaron acompañarlo como padrinos a un duelo con otro periodista:

‘Os agradezco vuestra ayuda a la hora de alumbrar la inefable cobardía de aquellos que nos insultan en ‘Le Figaro’ y sus secuaces; los mismos que se comportaron como perros durante el sitio de París denunciando a los supervivientes, rematando a los heridos (…) Ellos son la escoria que a lo largo de todo este tiempo, mediante un control absoluto de la prensa y las librerías, ha inventado su propia leyenda sobre los acontecimientos y los hombres de la Comuna’.

Lissagaray no se hace presente en su relato de los setenta días de la Comuna -entre marzo y mayo de 1871-, con el Ejército prusiano sitiando París, victorioso tras la guerra que puso fin al Segundo Imperio, porque no escribió unas memorias, como hicieron Jules Valles, Louise Miguel o -sin intervenir en la revuelta, como mero espectador- Edmond de Goncourt, sino que escribió para combatir ‘las mentiras de la burguesía’ sobre aquellos hechos.

La Comuna poseyó, según Eric Hazan, un ‘genuino programa revolucionario’ y los cuatro meses del sitio parisino tras la capitulación francesa, fueron interpretados como una traición del Gobierno al pueblo, ante lo cual la Comuna ‘surgió como un levantamiento patriótico, un gesto de orgullo nacional antes de convertirse en un movimiento social revolucionario, y ese rasgo le brindó el apoyo esencial de la pequeña burguesía radical’.

La obra de Lissagaray es también un tratado sobre las causas de la derrota de la Comuna, a las que dedicó casi la mitad de las páginas, y de sus ‘humildes barricadas, improvisadas y sin apoyos mutuos’, sobre las que se cebaron las tropas de Versalles, dirigidas por Adolphe Thiers.

Dos años después del desastre y de la espantosa represión que siguió a la revolución -en ocasiones grupos de mujeres y niños fueron fusilados junto a los sublevados- Lissagaray publicó un panfleto en Bruselas que fue una especie de ‘acusación fúnebre contra los versallescos’:

‘Masacrasteis a treinta mil personas; desterrasteis, exiliasteis, encerrasteis y deportasteis a veinte mil más (…) ¡Esa es vuestra obra! Ya basta. Debéis dar cuenta de la sangre que derramamos’.

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