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La bestia humana – Émile Zola

Por Solo de libros  ·  12.01.2011

Escrita en 1890, La bestia humana es la decimoséptima novela de las veinte que componen el ciclo de Los Rougon-Macquart, que Émile Zola escribió entre 1871 y 1893. En ella, Jacques Lantier, descendiente de los Macquart, debe enfrentarse a la locura que, como una tara congénita, recorre las ramas del árbol familiar.

Jacques es un joven ferroviario de carácter tranquilo y muy estimado por sus superiores y compañeros. Sin embargo, una pulsión de muerte late en él con fuerza. Un secreto impulso le empuja a asesinar a mujeres jóvenes, aunque hasta el momento ha logrado resistir la tentación a base de mantenerse alejado del sexo opuesto. Pero, finalmente, se enamorará de Séverine Roubaud, de la que sabe que, en unión de su marido, ha cometido un asesinato en la persona de un antiguo protector.

El crimen cometido por los Roubaud supone el comienzo del deterioro de las relaciones matrimoniales. Séverine se entregará a Jacques Lantier sabedora de que él conoce el delito que ha cometido, en busca de una especie de redención que ha de llegarle al satisfacer su deseo de confesar el asesinato a una tercera persona, pero sin correr el riesgo de ir a parar a manos de la justicia. Por su parte, la posesión de Séverine significa para Lantier la cura para ese instinto asesino que le acompaña desde siempre. Reconoce la superioridad de una mujer que ha tenido el valor de manchar sus manos de sangre, matando a un hombre; y ese respeto la pone a salvo de sus ansias de muerte.

Zola sigue, con el transcurrir de la trama, la descomposición psicológica, e incluso social, de tres individuos. La del matrimonio Roubaud resultará consecuencia de su crimen, un precio a pagar por atentar contra las normas que la sociedad impone. Los Roubaud perderán, de manera conjunta, su matrimonio, feliz hasta el momento; pero de forma individual el deterioro también les alcanzará. A Charles Roubaud le hará perder el escrupuloso celo que guardaba en su trabajo, convirtiéndole en un jugador empedernido. A Séverine la arrojará en brazos de un amante.

Pero la descomposición de Jacques Lantier, que evoluciona de manera lenta a lo largo de la historia, no tiene su origen en ningún acto atroz: simplemente es una herencia a la que el joven no podrá escapar. Si su relación con una asesina acaba por arrastrarle al crimen, lo cierto es que ese final estaba para él escrito desde antes de su nacimiento. Lo que Zola describe es la manera en que el determinismo genético acaba por arrollar las normas sociales y morales en las que el ser humano vive inmerso desde su nacimiento. La pulsión asesina es más fuerte en Jacques Lantier que la moral, porque la primera está en su sangre, mientras que la segunda sólo en su razón.

Para desarrollar esa idea, Zola se sirve de una historia repleta de intrigas pero contada morosamente. La inevitable caída de Lantier, y la tesis que la explica, queda sumergida en una historia mayor de la que él es sólo personaje secundario. Porque el protagonista de esta historia es precisamente ese tema en el que Zola tanto abunda: la forma en que el ser humano sucumbe a sus instintos, a la herencia psicológica o de temperamento que le viene dada; y como el crimen acaba por corroer a quien lo comete, de modo que el castigo llega siempre, aunque no sea por el cauce de la justicia humana.

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