Barbara Ehrenreich (Montana, 1941) es una de las ensayistas más importantes de EEUU. Autora de clásicos del pensamiento crítico como Por tu propio bien. 150 años de consejos expertos a las mujeres (Capitán Swing) y Por cuatro duros (RBA), Ehrenreich se topó con el pensamiento positivo «en el peor momento de mi vida»: cuando le diagnosticaran un cáncer de mama. El día que vio «el osito del cáncer de mamá con un lacito rosa prendido en el pecho», cabeza de puente de un gigantesco mercado de productos que señalaban que «la actitud positiva era fundamental para curarse», pese a los estudios que señalan que «estar de buen humor» no cura. «El cáncer me dio la oportunidad de toparme con una fuerza ideológica y cultural que nos anima a negar la realidad y a someternos con alegría a los infortunios».
¿Es malo ser optimista?
No tiene nada de malo, siempre que se base en hechos y expectativas razonables. Lo contrario es ser un iluso. La alternativa, tanto al pensamiento positivo como el negativo, es el pensamiento crítico. El realismo. Intentar comprender lo que pasa en el mundo y qué podemos hacer al respecto.
¿Qué le llevó a escribir «Sonríe o muere»?
Fue en el año 2005. Cuando me di cuenta de que los parados estaban siendo alimentados con la misma ideología que había escuchado como enferma de cáncer: que todo iba a iba a ir bien sólo con pensar en ello positivamente.
¿Cómo se infiltró esta idea en las corporaciones?
Ha ido ganando terreno durante décadas. Primero como ideología de los vendedores de toda la vida. Luego, de los ochenta en adelante, como el corazón ideológico de la cultura corporativa, comienzo de la edad de oro de la reducción de personal, cuando los directivos necesitaban encontrar el modo de manejar la ansiedad y la desesperación de los trabajadores de cuello blanco. Los empresarios comenzaron a contratar a oradores motivacionales y a distribuir libros de pensamiento positivo como Who moved my cheese? (2000) (¿Quién se ha llevado mi queso?, superventas que aconsejaba enfrentarse al despido sin quejas). Las corporaciones ya no podían garantizar la estabilidad laboral, pero sí ofrecer a sus empleados maneras de ser más «positivos» y estar más motivados, incluso aunque estuvieran cayendo en la espiral de la pobreza.
¿Qué relación tuvo este pensamiento con la crisis de las hipotecas basura?
Muchas personas que nunca habían podido acceder a un crédito antes empezaron a recibir ofertas de hipotecas de fácil acceso la pasada década. Concedidas sin fijarse en los ingresos fijos del solicitante y sin pedir entrada alguna. Los gurús del pensamiento positivo y los predicadores evangélicos alentaron a aceptar esas hipotecas, porque si eras «positivo», ¿qué podía ir mal? Al mismo tiempo, la industria financiera quedó atrapada en la obsesión maníaca del pensamiento positivo. La idea era que los precios de las casas sólo podían subir y subir. Y que la gente no dejaría de pagar sus hipotecas porque la economía sólo podía ir a mejor. Los ejecutivos que mostraron sus dudas fueron silenciados o despedidos.
¿Todo esto es causa o síntoma de la clásica resistencia de EEUU a las ayudas sociales?
Diría que causa, aunque no la única. Si, por ejemplo, piensas que el único motivo por el que alguien es pobre es porque carece de una «actitud positiva», ¿por qué ibas a querer que el Gobierno le ayude? Esta ideología es totalmente individualista: todo el mundo es responsable de su propio destino individual (llevándolo a un extremo, se podría decir que hasta las víctimas de tsunamis incitaron el desastre por albergar pensamientos negativos). Se trata de una ideología contraria a cualquier noción de solidaridad o responsabilidad mutua.
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