Un buen título puede lograr que un lector indeciso termine por devorar una investigación académica sobre feminismo, políticas sociales, derechos laborales, maternidad, conciliación familiar e ¡historia reciente de Estados Unidos, Europa y la Unión Soviética! En Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo (y otros argumentos a favor de la independencia económica) la etnógrafa y profesora de Estudios de Rusia y Europa del Este Kristen Ghodsee condensa 20 años de investigación y docencia en una obra tan exhaustiva como accesible donde demuestra, por un lado, lo pernicioso que es el capitalismo para las mujeres, y por otro, lo que podemos aprender del socialismo. Aunque solo mentar esta última palabra ponga a muchos, innecesariamente, en guardia.
“Especialmente en Estados Unidos, pero también en Europa del Este, hay una enorme e histórica industria cuyo único objetivo ha sido crear una imagen negativa del pasado comunista”, comienza contando Ghodsee a The Objective. “Como digo en el libro, no creo que debamos volver a ninguna forma de socialismo o comunismo del siglo XX ni olvidar todo lo que hicieron mal, pero es muy difícil tener una conversación sobre sus logros, como los derechos de las mujeres, el arte, la música o el deporte, porque en el momento en que los mencionas la gente de la derecha empieza a gritar sobre Stalin y los gulags”, señala la autora.
La independencia económica es la llave del orgasmo
Advertido este punto, volvamos al libro, recién publicado en España por Capitán Swing. Empezando por la satisfacción sexual, punta de iceberg de todo el debate, su principal campo de pruebas fue la dividida Alemania de la Guerra Fría. Como explica Ghodsee, las poblaciones de ambos países eran prácticamente idénticas en todos los aspectos, salvo por la divergencia en sus sistemas políticos y económicos durante cuatro décadas, de manera que se convirtieron en el lugar idóneo para realizar comparaciones entre el bloque comunista desde la República Democrática Alemana y el bloque capitalista desde la República Federal Alemana. Para sorpresa de Occidente, a finales de los años 80 y principios de los 90, ya caído el Muro de Berlín, diversas encuestas señalaron que las mujeres del Este tenían sexo con mayor frecuencia, más orgasmos y eran más felices en sus relaciones sexuales que sus compañeras del Oeste. ¿La principal razón? La independencia económica.
Como el Estado garantizaba el acceso a la educación, el mercado laboral y unos servicios sociales que no convertían la maternidad y los cuidados en una carga –como guarderías, bajas de maternidad remuneradas y cafeterías o lavanderías públicas– las alemanas del Este elegían a sus parejas sexuales y sentimentales con libertad y no pensando en que las mantuvieran, de lo que se deduce que ellos se esforzarían más por satisfacerlas y ellas podrían dejarles en cualquier momento. Algo que se extendía a la mayoría de los países de la antigua Unión Soviética.
“El descubrimiento clave es que en Europa del Este como el Estado garantizaba el empleo a las mujeres, todas trabajaban; y como el Estado proporcionaba una generosa red de protección social, las mujeres no necesitaban a un marido para sobrevivir y criar a sus hijos. Entonces, las relaciones entre hombres y mujeres se volvieron más igualitarias y las mujeres elegían a sus parejas porque les gustaban y no por su poder económico”, explica Ghodsee sobre las políticas que el bloque soviético implementó para aumentar la autonomía de las mujeres, desvinculando, así, el amor y la intimidad de consideraciones económicas. “La idea es que, si tienes una economía menos mercantilizada tus relaciones con todas las personas, no solo con tu amante o tu pareja, sino con tus padres o tus amigos, serán menos transaccionales”, cuenta del ideal socialista. Pero vayamos al otro lado.
La teoría de la economía sexual
“No estoy totalmente de acuerdo con la teoría de la economía sexual, pero es interesante cuando pensamos en ella como una descripción de cómo funciona el cortejo heterosexual en una sociedad capitalista”, explica Ghodsee, en este sentido. “Lo que suponen los teóricos de la economía sexual es que en una sociedad donde las mujeres no tienen oportunidades educativas o laborales el precio del sexo es muy alto, lo que significa que las mujeres básicamente exigen casarse a cambio del acceso a sus cuerpos porque no tienen ninguna otra forma de mantenerse sin un marido. En cambio, en las sociedades con más libertad y oportunidades económicas el precio del sexo es más bajo porque no necesitan a un hombre o un marido para pagar el alquiler o poner comida en la mesa”, continúa diciendo.
“Si tienes una economía menos mercantilizada tus relaciones con todas las personas, no solo con tu amante o tu pareja, sino con tus padres o tus amigos, serán menos transaccionales”. | Foto: Alina Yakubova | Cedida por la autora.
En países aparentemente igualitarios donde hombres y mujeres acceden a la educación y el trabajo “el problema llega cuando las mujeres quieren tener hijos o tienen hijos porque las sociedades capitalistas no están dispuestas a pagar por los cuidados, las guarderías o las bajas de maternidad”, de hecho, suelen ser lo que primero que se recorta, “de modo, que para las mujeres se hace muy complicado trabajar y cuidar de sus responsabilidades en casa. Entonces muchas mujeres dejan el trabajo, lo que significa que para poder sobrevivir y cuidar de sus hijos tienen que depender económicamente de un hombre y eso crea una gran desigualdad en la relación, da un enorme poder al hombre y esto se traduce en que las mujeres no pueden dejar relaciones insanas o abusivas o insatisfactorias”, sentencia.
Todas estas afirmaciones se justifican en el libro con toneladas de estadísticas. Por ejemplo, la entrada del capitalismo salvaje en el bloque del Este durante los años 90 acabó con todas las mencionadas redes de protección social y creó fenómenos hasta entonces inexistentes como las academias de cazafortunas o las esposas que se encargan por internet. En Occidente el panorama no es más halagüeño. “En Estados Unidos hay estudios que afirman que la tasa de matrimonios ha descendido porque las mujeres no quieren casarse con hombres económicamente inestables. Desde un punto de vista demográfico, el hecho de que la natalidad esté descendiendo, que las mujeres tengan hijos más tarde y menos de los que desean está intrínsecamente relacionado con la precariedad económica del hipercapitalismo en el que vivimos. Nadie duda eso, el problema es que las soluciones van a costar dinero y ahora mismo vivimos en un mundo en el que los beneficios son más importantes que las personas”, cuenta Ghodsee. Y hace hincapié en que este capitalismo sin restricciones es un fenómeno reciente, concretamente de los últimos 30 años, provocado en gran parte por el colapso de la Unión Soviética ya que durante la Guerra Fría Estados Unidos y Europa desarrollaron políticas sociales para competir con el bloque comunista.
El capitalismo también duerme en tu cama
La autora reconoce entre risas que el título Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo es un cebo, ya que realmente habla de la vida de las mujeres, la maternidad, el trabajo, el liderazgo o la ciudadanía además de sexo, pero sirve para arrojar luz sobre la influencia determinante que el capitalismo extremo tiene sobre los aspectos más íntimos de nuestras vidas. “A las feministas en Estados Unidos les gusta decir que lo personal es político, pero lo que yo quiero hacer en el libro es decir que lo político es personal, que el sistema económico afecta a nuestras vidas personales e incluso a nuestras experiencias sexuales. Para mí es muy importante que las mujeres entiendan que vivimos en una sociedad capitalista y cuando vas a tu casa y te metes en tu cama, el capitalismo también te sigue ahí”, defiende la etnógrafa.
En este planeta en crisis mirar al pasado socialista e implementar algunas de estas medidas puede ser, en opinión de Ghodsee, una salida a las contradicciones propias del sistema capitalista. “En todo el mundo las democracias se están desmoronando, las desigualdades están aumentando, el cambio climático y la automatización son problemas que el mercado no puede resolver. Por eso los jóvenes están interesándose en cómo el socialismo puede poner freno al capitalismo en la forma en que lo hizo en el siglo XX, pero sin el autoritarismo y la opresión, y producir un sistema económico nuevo que sea más justo, igualitario y sostenible a largo plazo” tal y como ocurre en Escandinavia, ese espejo donde todos los países se miran. Para lograrlo, la autora recuerda cómo cambió el orden mundial de un día para otro tras el final de la Guerra Fría y concluye: “La desesperanza es el enemigo. Aquellos que tienen más invertido en el statu quo quieren que perdamos la esperanza y que cunda la apatía. El arma más importante es pensar que las cosas pueden cambiar”.
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