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Kory Stamper: «Si el objetivo de una academia es mantener el lenguaje ‘puro’, entonces es inútil»

Por Yorokobu  ·  03.12.2018

Los diccionarios tienen una vida secreta. No tanto por lo que muestran, sino por lo que no se sabe de ellos. Para tratar de explicar lo que es la lexicografía y cómo se crea un diccionario, la lexicógrafa estadounidense Kory Stamper ha escrito el libro Palabra por palabra. La vida secreta de los diccionarios, editado en España por Capitán Swing.

¿Qué hace un lexicógrafo? Definir palabras, sí. Pero dicho así no parece gran cosa. «[…] Tamizan el idioma, lo categorizan, lo describen, lo alfabetizan. Son fanáticos de las palabras que se pasan casi toda la vida escribiendo y revisando definiciones, reflexionando sobre adverbios y quedándose lenta e inexorablemente ciegos», detalla con humor Stamper en el primer capítulo del libro.

A quien domine el inglés o esté interesado en los entresijos de esta lengua, Palabra por palabra le parecerá un caramelito. Stamper viaja a través de los diccionarios de Merrian-Webster, la editorial de este tipo de obras de referencia más antigua de EEUU y en la que trabaja desde hace años, analizando determinados vocablos conflictivos en inglés: irregardless, bitch, nuclear…

Esa es la excusa. Detrás se esconde, como pequeñas píldoras, otra historia que interesará más a quienes el inglés les importe un bledo: cómo se edita un diccionario, qué requisitos debe cumplir una palabra para incorporarse a él, cómo se crean los corpus…

Cosas que sorprenden cuando lees que un diccionario no se empieza a revisar por la A. O que los lexicógrafos que se pelean con las palabras hasta encontrar la definición adecuada para ellas trabajan en absoluto silencio. Pero también nos habla de otras cosas que son comunes en todas las lenguas: las quejas y sugerencias de los hablantes por la inclusión (o no inclusión) de determinados vocablos.

«Creo que es algo común en todas las lenguas», comenta Kory Stamper. «Tenemos una conexión muy personal con el lenguaje (es lo que usamos para comunicar nuestros más profundos sentimientos y pensamientos). Así que cuando encontramos una palabra ofensiva o molesta, y da igual por qué la consideramos ofensiva o molesta, lo tomamos como algo personal».

De todos esos mensajes, los que menos gustan a la autora de Palabra por palabra son aquellos en los que «alguien se queja de que el inglés es un idioma horrible».

«El inglés no es un lenguaje fácil, no sigue las ideas de todos sobre lo que debería hacer, y es como un niño rebelde a veces. Pero así es como funciona un lenguaje vivo y vibrante. No siempre hace lo que tú quieres que haga, porque tú eres solo una persona y el idioma pertenece a toda la gente. El inglés es frustrante, pero es un lenguaje encantador, vibrante y flexible. Desearía que todos estuvieran enamorados de él tanto como yo».

La manera en la que se hace un diccionario en Estados Unidos, como cuenta Stamper, ¿se parece en algo a como se hacen en España o aquí está muy marcada por lo que dicta la Academia?

Aquí, durante mucho tiempo, la lexicografía española sí era deudora de lo que hacía la RAE, «pero ahora, las empresas que hacemos diccionarios nos hemos alejado de eso». Quien lo comenta es Sofía Acebo, coordinadora de diccionarios monolingües en Larousse Editorial.

«El diccionario de la Academia es un diccionario normativo y nosotros hacemos un diccionario de uso. Es decir, recogemos el léxico general, no estamos obligados a mantener palabras en desuso o palabras poco usadas, sino que lo que queremos reflejar es la lengua española que se usa ahora mismo».

Lo del método para empezar a revisar un diccionario también tiene su funcionamiento particular en el caso español. Al menos en Larousse. Aquí, explica divertida Acebo, «hemos hecho de todo». El último diccionario de nueva planta que se ha elaborado se hizo por grupos temáticos: «Primero, grupos cerrados: días de la semana, colores, signos zodiacales… Luego, ordenaciones temáticas para aplicar las mismas fórmulas definitorias: gentilicios y lenguas, oficios, deportes, disciplinas científicas…».

Y así, sucesivamente, hasta llegar a lo que es difícil de clasificar. «No siempre actuamos con tanto rigor», advierte la coordinadora de diccionarios monolingües de Larousse, «no siempre podemos (muy largo y caro)».

El inglés no cuenta con una academia de la lengua como la española o la francesa. Para sus hablantes, en cierto modo, son los diccionarios quienes cumplen esa función normativa.

Kory, ¿son realmente necesarios este tipo de organismos? ¿O quizá se trata de instituciones obsoletas que frenan la evolución de un idioma? ¿Necesita el inglés una academia de la lengua?

Desde el siglo XVII, ha habido gente que ha abogado por una academia de la lengua inglesa, pero nunca se puso en marcha. En parte, se debe a que el inglés siempre ha sido un idioma que toma prestado o roba palabras de otros idiomas, y el objetivo de una academia es mantener el idioma puro y libre de esos préstamos.

El inglés también es un idioma rico en dialectos, y cada uno de esos dialectos tiene un lugar específico e importante en el idioma. Una academia podría presionar para que esos dialectos desaparecieran a favor de alguna forma idealizada y correcta de hablar.

Si el objetivo de una academia es mantener el lenguaje puro, entonces es inútil. El lenguaje es orgánico, no se puede controlar de la manera en que una academia quisiera controlarlo. Incluso las academias de lenguas más estrictas de hoy, como la Académie Française, no pueden impedir que el hablante francófono medio utilice palabras tomadas del inglés.

Para esta lexicógrafa nacida en Colorado, los usuarios tendemos a considerar un diccionario como algo prescriptivo, un libraco más o menos gordo que contiene la sabiduría de un idioma y solo lo mejor de él. Y no es así, argumenta Stamper. Un diccionario es un documento descriptivo.

«No solo consignamos las voces buenas, también consignamos las malas y las feas», explica la lexicógrafa en uno de los primeros capítulos del libro. «Somos meros observadores y nuestro objetivo es describir, con la mayor precisión posible, la mayor proporción del idioma posible. Este enfoque se llama descriptivismo y es la base filosófica de casi todos los diccionarios modernos».

No todas las palabras pueden estar en el diccionario. El lexicógrafo, explica Stamper en su libro, debe escoger cuáles entran y cuáles no en función de varios criterios. «Una palabra debe cumplir tres requisitos para figurar en la mayoría de los diccionarios generales», aclara Stamper en otro capítulo.

«Primero, debe gozar de un uso generalizado en papel […]. Una palabra también debe tener una larga vida útil […]. El tercer requisito es que cuente con lo que llamamos un “uso significativo”, es decir, que se le adscriba un significado».

También en Larousse, explica Acebo, van con cautela a la hora de incorporar nuevas entradas. «No puedo incorporar a la primera una palabra por muchas apariciones que haya tenido un año. Me tengo que esperar un poco a ver si es estable, si tiene duración, si la autorizan diferentes hablantes en diferentes registros, si está extendido en el espacio y en el tiempo…».

Para estudiar los usos que los hablantes dan a las palabras, se utilizan los corpus. En Merrian-Webster acuden a textos impresos de todo tipo para crearlos y alimentarlos. Pudiera parecer que internet y los medios digitales se convertirían en la gran fuente donde beben esos corpus, pero Stamper descarta esa idea. Internet es un medio volátil y en muchas ocasiones, cuando se ha querido ir a rescatar un texto donde figuraba un uso nuevo de cierto vocablo, ya no existía. Se había borrado.

Imagina que el papel muere y que toda comunicación escrita se realiza exclusivamente a través de internet. ¿Cambiaría esto la manera de hacer un diccionario?

Absolutamente. ¡Ya ha cambiado la manera en la que los hacemos! Internet es maravilloso porque le da a un lexicógrafo acceso a todos los diferentes tipos de lenguaje que normalmente no aparecen en las obras editadas e impresas. Le muestra al lexicógrafo la riqueza de nuestro idioma.

Pero se mueve rápido, mucho más rápido que la impresión. Lo que significa que el lexicógrafo debe trabajar más rápido, cambiar la forma en que buscan y rastrear las palabras, y responder más a las necesidades de un usuario que a su propio sentido de lo que es importante definir y lo que no es importante definir. La tecnología también abre nuevas formas de dar a las personas definiciones de diccionarios además de los diccionarios estándar.

Una cosa es cierta: tendremos que contratar muchos más lexicógrafos si nos pasamos a la comunicación solo por internet.

¿Falta, quizá, algo de pedagogía por parte de los profesionales de la lengua hacia los hablantes para enseñar qué es y qué no es un diccionario?

Creo que es necesario explicar mejor qué es un diccionario y qué no lo es. En América, la gente ve los diccionarios como eso que hace que una palabra sea real u oficial, en lugar de algo que recoge el lenguaje tal y como la gente lo usa. Los ven como una autoridad sobre la realidad y no como una autoridad simplemente en el uso de las palabras.

Y cuando encuentran una entrada en el diccionario que les parece que va contra su opinión de lo que está bien o de lo que está mal –tanto cultural como lexicográficamente–, se quejan de que el diccionario no está haciendo bien su trabajo. Es muy difícil cambiar la opinión pública, por supuesto, pero los lexicógrafos y los profesionales del lenguaje seguirán intentándolo».

En esto coincide Sofía Acebo. Pero aclara que no solo se necesita enseñar a manejar y entender estas obras de referencia, sino a explicar otras cuestiones, como por ejemplo, el desarrollo de competencias educativas, que no son tan obvias.

«Los que hacemos diccionarios tenemos que hacer un poco más de proselitismo del diccionario, enseñar a padres y profesores que cuando un niño busca por orden alfabético, por ejemplo, lo que hace es practicar unas competencias matemáticas. Estas son cosas que la gente no sabe».

¿Existe el diccionario perfecto, Kory?

No. Cada diccionario, no importa lo bien escrito o razonado que esté, tiene defectos. Es lógico. Los diccionarios están escritos por personas con un bagaje, con una experiencia lingüística y vital, que se sitúan en un lugar y un tiempo en particular.

A los editores de diccionarios les gusta decir que son totalmente objetivos cuando trabajan en ellos, pero la realidad es que solo lo son en la medida de lo posible. Siempre habrá cosas que nos parecen completamente normales ahora, pero que en 50 o en 100 años, serán vergonzosas u ofensivas. Los diccionarios son documentos humanos.

¿Con qué frecuencia debe actualizarse un diccionario?

En un mundo ideal, constantemente. El lenguaje siempre está cambiando y también deberían hacerlo los diccionarios. Evidentemente, esto no es fácil. Tienes límites de tiempo, de dinero, de personal… Así que tienes que decidir cada cuánto tiempo actualizarás los diccionarios. Muchas editoras están pasando a actualizar sus diccionarios online varias veces al año, y aunque eso implica un duro trabajo para los lexicógrafos, está más en línea con la velocidad a la que el lenguaje cambia.

En tu libro explicas la importancia de datar una palabra porque de esta manera puedes llegar realmente a entenderla, a conocer su historia.

Hay algo siempre sorprendente al comprobar de cuán lejos vienen las palabras. Te hace darte cuenta de que el lenguaje es mucho más adaptable de lo que pensabas que era. También acaba con la opinión de que los jóvenes están arruinando todo con los mensajes de texto, internet, memes, emojis… lo que sea.

¿Qué dice alguien sobre el idioma y sus propias opiniones cuando se entera de que “OMG” se utilizó por primera vez en una carta a Winston Churchill en 1917? No puedes culpar a los adolescentes de hoy por eso.

Todas las palabras tienen una historia, incluso si esa historia solo tiene un par de oraciones largas. Saber cuándo se usó una palabra por primera vez en letra impresa le indica el comienzo de esa historia.

¿Cuál es el sueño de un lexicógrafo, Kory?

Disponer de suficiente dinero, tiempo y personal para mantenerse al día con el idioma. Puedes retrasarte tanto a veces… Como si estuvieras tratando de correr una maratón con aletas de buceo.

Eso y mejor café en la oficina.

No es difícil adivinar la complejidad que supone el libro de Kory Stamper a la hora de ser traducido al español. Martin Schifino asumió el reto de hacerlo.

«En efecto, la traducción tuvo bemoles», comenta, «pero desde el principio hablé del tema con Daniel Moreno, editor de Capitán Swing, y marcamos algunos criterios para armonizarlos».

Lo primero que decidieron era respetar los vocablos ingleses que Stamper analizaba y no tratar de adaptarlos al español. Lo que sí podían adaptar era todo lo que rodeaba esos ejemplos: las explicaciones de la autora y sus consideraciones sobre el lenguaje en general.

«Ahí me permití cambiar incluso ejemplos que ilustran un punto dado, a fin de hacer más llevadera la lectura», explica Schifino.

«En la introducción, sin ir más lejos, Stamper menciona de pasada palabras que significan una cosa y su contrario. Su ejemplo es bad, que puede querer decir good, pero a un lector español le vale cualquier palabra: así, introduzco dar, que puede significar recibir (como en dar una clase). Hay varias adaptaciones por el estilo a lo largo del libro».

«Amén de las adaptaciones más o menos libres, hubo que traducir con la mayor precisión posible la terminología propia de la lexicografía: qué nombres se dan a las partes de una entrada de diccionario, qué tipos de definiciones hay, etc.», continúa explicando Schifino.

«Para ello me resultó de gran ayuda el Manual básico de lexicografía, de José Martínez de Sousa, así como otras publicaciones en línea y en papel. Hice alguna que otra consulta a la Fundéu. Y para otras cuestiones de léxico, me remití al Diccionario de la RAE y al María Moliner, así como al Diccionario de dudas, de Manuel Seco».

«Resumiendo, se puso mucha atención en traducir a un español correcto el lenguaje propio de la disciplina lexicográfica, se tradujo con las mismas libertadas que en cualquier otro libro el discurso argumentativo y se respetaron los ejemplos intransferibles que se daban. Lo demás fue intentar reproducir el tono a la vez lúdico y erudito de la autora, que es uno de los grandes placeres del libro».

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