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Kate Lister derriba tabúes sexuales con ‘Una curiosa historia del sexo’

Por The Objective  ·  01.06.2022

ecir que se ha pensado demasiado sobre el sexo es quedarse corto», empieza diciendo Kate Lister en su último libro, Una curiosa historia del sexo (Capitán Swing, 2022). Es historiadora, autora y conferenciante, y también profesora de la Escuela de Artes y Comunicación de la Universidad de Leeds Trinity. Pero es que además lleva años investigando y trabajando como activista contra la estigmatización de los trabajadores sexuales. Y suyo es el proyecto de investigación Whores of Yore (Putas de Antaño), un archivo digital interdisciplinario para el estudio de la sexualidad a lo largo de la historia. O sea, que cuando afirma que sobre el sexo «se ha pensado demasiado», lo dice con conocimiento de causa. 

«Toda forma de vida en este planeta comparte el deseo de reproducirse, pero lo que hace único al ser humano es la complejidad, la variedad y la multiplicidad en las formas con las que busca satisfacer sus deseos sexuales»

Kate Lister en Una curiosa historia del sexo

Una curiosa historia del sexo es un compendio de todos sus saberes, una guía por la historia de la sexualidad humana que ha escrito a la luz de su profusa investigación, y que cuenta entre sus objetivos el de desmontar mitos en uno de los terrenos humanos más rodeado de ellos: el sexo.

«Toda forma de vida en este planeta comparte el deseo de reproducirse, pero lo que hace único al ser humano es la complejidad, la variedad y la multiplicidad en las formas con las que busca satisfacer sus deseos sexuales», explica Lister. Además, dice, somos los únicos de todo el panorama terrestre que nos avergonzamos de nuestro deseo, y que lo sepultamos bajo kilos de apariencia. Es curioso verlo así, pero lleva razón. «Este es un libro sobre cómo han cambiado las actitudes hacia el sexo a lo largo de la historia. Es una curiosa historia del sexo y de los comportamientos que hemos tenido, con nosotros mismos y con los demás, en la búsqueda -y negación- del todopoderoso orgasmo», termina diciendo su carta de presentación. Vamos al meollo.

La profesora e investigadora establece ocho grandes bloques para abordar la poliédrica cuestión: sexo y palabras, sexo y vulvas, sexo y penes, sexo y comida, sexo y máquinas, sexo e higiene, sexo y reproducción y, finalmente, sexo y dinero. En el primero de ellos, el referente al binomio sexo y palabras, plantea el debate sobre el significado real de «puta» pues, como afirma, «la palabra es histórica y culturalmente compleja». El origen más antiguo rastreable es el término nórdico hora, que significaba adúltera. Y «desde el siglo XII, ‘puta’ era un término ofensivo para señalar a una mujer sexualmente promiscua, pero no se refería específicamente a una trabajadora sexual». Con ese mismo sentido, el mismo Shakespeare empleó el vocablo hasta en un centenar de ocasiones a lo largo de su obra.

«Históricamente, el término ‘puta’ se ha utilizado para atacar a quienes han alterado el statu quo y se han defendido a sí mismas, casi siempre en un intento de reafirmar el control sexual y el dominio sobre ellas (…). Por eso, muchas mujeres poderosas sin relación con el oficio del sexo han sido llamadas ‘putas’». ¿Adivinan quiénes? Margaret Thatcher está en la lista. Y, encima, desarrolla Lister en su obra, a lo largo de la historia este insulto ha llegado a devaluar directamente a la mujer en el «mercado matrimonial». ¿Cómo? Lean: «Cuando en 1685 Thomas Ellerton llamó a Judith Glendering ‘puta’ que iba de ‘granero en granero’ y de ‘hojalateros a violinistas’, estaba haciendo algo más que ser ofensivo, estaba impidiendo que encontrara un marido». Por tanto, sigue explicando, muchas se metían a juicio para demandar el atentado contra su honra y status (y también muchos, porque llamar ‘puta’ a la esposa de alguien dañaba, además de a ella misma, al marido, a quien impugnaba «como cornudo y cuestionaba su capacidad para satisfacerla sexualmente»).

«Históricamente, el término ‘puta’ se ha utilizado para atacar a quienes han alterado el statu quo y se han defendido a sí mismas, casi siempre en un intento de reafirmar el control sexual y el dominio sobre ellas»

A partir del siglo XVII, en cambio, la palabra entró en desuso y solo se volvió a vigorizar cuando ‘puta’ empezó a usarse para designar a una persona que vende servicios sexuales. Y hoy en día, como recoge la autora, se utiliza «para desafiar directamente la vergüenza que la palabra ha conllevado durante cientos de años». Por eso, muchas veces podemos escuchar a dos amigas íntimas llamarse ‘putas’. Y lo hacen a mucha honra.

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Además de sobre el correr de las palabras a través de los tiempos, Una curiosa historia del sexo aborda cómo la historia ha tratado todo lo concerniente al placer sexual femenino. En otro de sus capítulos, Buscar al ‘grumete del barco’: una historia del clítoris, escribe: «Todavía hay un aspecto en el que el feminismo flaquea y en el que el todopoderoso pene continúa reinando sobre la vulva sin ser desafiado. Ese aspecto es la jerga sexual». Así, explica, «por muchas palabras en argot que se te ocurran para ‘clítoris’, siempre habrá mil más para ‘pene’, ‘testículos’ o ‘semen’». Y es verdad, piénsenlo: ¿por qué no existen para el clítoris apelativos, al menos en castellano, como sí los tienen sus compañeros de faena sexuales?

«La omisión del clítoris (en la jerga), cuya única función es dar placer a su dueña, es reveladora», responde la autora. Luego se pone seria para recordar que la mutilación genital femenina (MGF) «sigue siendo una de las principales preocupaciones en África, Asia y Oriente Medio», aunque recuerda que Occidente también practicó esta barbaridad, para lo que cita al historiador griego Estrabón (64 a. C., 24 d. C.), quien afirmaba que los egipcios «educan a todos los niños que nacen para circuncidar a los varones y extirpar a las hembras».

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De hecho, según cuenta, la cosa no mejoró más adelante: tan poco nos conocían médicos tan eminentes como el griego Galeano que al clítoris lo llamaba «ninfa»  y creía que servía para mantener caliente el útero. Un contemporáneo suyo, el ginecólogo Sorano, iba un paso más allá considerando imprescindible su «tratamiento». Kate recoge en su libro una descripción de este, pero esta periodista avisa de que su transcripción es sumamente desagradable: «Sobre el clítoris excesivamente grande, que los griegos llaman la ninfa ‘masculinizada’ (…) algunos afirman que su carne se pone erecta como en los hombres como si estuviera en busca de relaciones sexuales frecuentes. Lo remediarás de la siguiente manera: con la mujer en posición supina, abriendo las piernas, es necesario sostener (el clítoris) con unas pinzas giradas hacia el exterior, para que se pueda ver el exceso, y cortar la punta con un bisturí». Nunca se planteó tal médico que el pene y su alargamiento espontáneo fueran un problema. 

«Puede que Freud no circuncidara el clítoris, pero sus ideas tuvieron el efecto simbólico de cercenarlo de la sexualidad ‘sana’»

Avanzando en el tiempo, Freud dijo de los orgasmos clitorianos que eran «sexualmente inmaduros», algo que merece esta aseveración por parte de Kate: «Puede que Freud no circuncidara el clítoris, pero sus ideas tuvieron el efecto simbólico de cercenarlo de la sexualidad ‘sana’». Y termina recordando las razones que la OMS ha atribuido para la MGF: «Reducir la libido de la mujer y, por tanto, ayudarla a resistirse en los actos sexuales extramatrimoniales». 

Por esto es importante el libro de Kate: porque hace balance histórico para que todos aprendamos de dónde vienen los grandes tabúes o ideas erróneas concebidas en torno al sexo. Como dije al principio, Kate es una gran activista de los derechos de las trabajadoras sexuales, y en su obra también lo deja ver. Por ejemplo, en el capítulo dedicado a las llamadas tart cards, las tarjetas que desde los años sesenta anunciaron los servicios de prostitución en Gran Bretaña. La autora explica que estas se hicieron especialmente famosas en Londres, donde en los años 90 poblaban todas las cabinas telefónicas «desde el Soho hasta King’s Cross». Aquellas tarjetas, eran sobrias en cuanto a materiales: «Las primeras se imprimieron en papel barato, y presentaban sencillos diseños en tinta negra sobre fondos coloridos y brillantes (triunfaba el neón). Siluetas kitsch de mujeres desnudas, tacones de aguja, tirantes y juguetes sexuales comunicaban el tipo de servicio que se ofrecía». 

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A través de la evolución de estas tarjetas, gracias al marketing del sexo, algunas mujeres llegaron a hacerse muy conocidas. Es el caso de una trabajadora sexual conocida como miss Fernande, «que se convirtió en la primera chica pin-up del mundo» gracias a los retratos del fotógrafo francés Jean Agélou, cuyas postales originales (con las que ofrecía sus servicios) «son ahora coleccionables y cambian de manos por cientos o miles de euros». 

Estas tarjetas han derivado hoy en los famosos flyers que todos tenemos que retirar de nuestro vehículo cuando lo hemos aparcado en la calle, aunque la forma más extendida que tienen las trabajadoras del sexo de ofrecer sus servicios, como desarrolla la autora, es a través de internet.

Y es precisamente aquí cuando Kate opina: «Internet ha sacado gran parte del trabajo sexual de la calle y, desde luego, de las cabinas telefónicas. Ha hecho que el trabajo sexual sea más seguro para quienes deciden ejercerlo y ha reducido en gran medida la necesidad de las tarjetas telefónicas (…)», algo que peligra desde que «en 2018 el Senado de Estados Unidos aprobó dos leyes para hacer frente al trabajo sexual (…). El resultado es que múltiples plataformas de Internet y proveedores de sitios web han prohibido a las trabajadoras del sexo anunciarse en ellos. Sin acceso a publicidad en línea, las trabajadoras del sexo se ven obligadas a volver a la calle y a anunciarse con tarjetas de visita baratas. Los trabajadores del sexo tienen derecho a trabajar con seguridad y a ser respetados. Las tart cards, las tarjetas de visita y los calendarios son reliquias y deben quedar en el pasado». No sé qué opinaría de la reciente propuesta del Gobierno de España de abolir la prostitución. 

El libro de Lister está repleto de curiosidades, como el capítulo titulado En bicicleta: sexo y ciclismo, que arranca con esta sentencia: «El papel de la bicicleta en la emancipación sexual de las mujeres ha sido a menudo ignorado. La bici les permitió una libertad que nunca antes habían experimentado. Y no únicamente la libertad de viajar; la bicicleta también liberó el cuerpo de la mujer de las engorrosas camisas y de los corsés ‘aplastatetas’ (…). La popularidad de la bicicleta forzó un debate médico sobre los efectos estimulantes del sillín sobre los órganos reproductivos y la naturaleza de la sexualidad femenina».

Y tanto fue así, tanto se popularizó, que «muchos moralistas victorianos» consideraron el fenómeno «excesivo, por lo que la bici pasó a asociarse a la promiscuidad sexual, y es por ello que tuvo mucha presencia en las fotografías pornográficas del siglo XIX», de las que el libro ofrece una buena muestra.  Una curiosa historia del sexo interpela a todos los amantes: a los de la lectura, a los del conocimiento, a los amantes del sexo e incluso a los amantes de las dos ruedas.

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