10º Aniversario
¡El capitán cumple diez años!
descúbrelo

K2. Enterrados en el cielo, de Peter Zuckerman y Amanda Padoan

Por Altaïr Magazine  ·  27.01.2016

10 de mayo de 1996: quince personas de diferentes expediciones fallecen en el Everest (8.848 metros); seguramente es una de las mayores tragedias ocurridas en el Himalaya. A raíz de los hechos, el periodista Jon Krakauer, que iba de cliente en una expedición comercial con la intención de redactar un artículo para la revista Outside, escribió el libro Mal de altura (Desnivel, 2014). Más tarde, Anatoli Boukreev se vió en la necesidad de replicar los acontecimientos narrados por Krakauer, y publicó Everest 1996 (Desnivel, 2015); consideraba que había bastantes hechos omitidos por el americano.

El 1 de agosto de 2008, de nuevo, once escaladores pierden la vida en el K2 (8.611 metros). Es la segunda gran perdida en esta montaña ubicada en el Karakorum, al norte de Pakistán; la anterior fue entre el 6 y el 10 de agosto de 1986, y entonces fueron trece las personas que murieron. Si nos paramos a pensar, el accidente del Everest y éste son acontecimientos similares, ya que estamos hablando de desgracias ocurridas en la montaña. Pero a nivel de comunicación no lo es, ya que el Everest vende mucho más que el K2, aunque en esta última hayan sucedido muchas más muertes que en la cima más alta del mundo. La proporción es de un muerto por cada cuatro ascensos. El K2 también es conocido como Chogori o «La montaña salvaje», debido a la dificultad que supone hacer cumbre, y es la segunda montaña en cuanto a porcentajes de fatalidades, por detrás del Annapurna (8.091 metros).

La muerte en la tragedia del 2008 de Karim Meherban, amigo de Amanda Padoan, hizo que ésta se decidiera a escribir, junto a su primo, Peter Zuckerman, el libro K2 Enterrados en el cielo (Capitán Swing, 2015). La empresa vio sus frutos tras dos años de investigaciones, siete viajes a Nepal y tres a Pakistán, y más de doscientas entrevistas en España, Estados Unidos, Francia, Holanda, Irlanda, Italia, Noruega, Serbia y Suiza. Zuckerman nos recuerda que, «antes de Enterrados en el cielo, yo trabajaba cómodamente como periodista en un diario. Jamás me había puesto unos crampones, pero cuando tuve conocimiento de esta historia, no me quedó otra elección que abandonar mi empleo, tomar un bloc de notas y dirigirme al Himalaya. Los personajes eran demasiado luminosos, el objetivo demasiado importante y la travesía demasiado absorbente como para resistirse».

El libro no solamente se quiere centrar en la tragedia, sino que nos quiere mostrar la importancia de los sherpas. El propio Zuckerman plantea dos cuestiones a la hora de poder realizar una ascensión a cualquier montaña que requiera de cuerdas fijas: ¿Cómo llegaron allí las cuerdas?  ¿Quién se ocupó del rescate? Así conocemos a algunos de estos sherpas: por un lado el nepalí, Chhiring Dorje Sherpa, y por el otro los pakistaníes Shaheen Baig y Karim Meherban, el amigo de Amanda.

Chhiring, que nació en Beding en 1974, en una estancia que servía como cocina, granero y dormitorio familiar, nos describe su lugar de nacimiento diciendo que está compuesto «en su mayoría, de roca e hielo». Como sherpa llegó a alcanzar la cumbre del Everest en diez ocasiones, batiendo un récord de resistencia cuando lo coronó tres veces en dos semanas. Su fama le llevó a montar su propia empresa de expediciones: Rowaling Excursion. Tal y como nos aclaran los autores, «los Sherpa viven en Beding y en las demás aldeas del valle de Rowaling. Aunque sherpa, con s minúscula, es la palabra que se emplea coloquialmente para describir un empleo, también es una etnia o grupo de población. Y los Sherpa son una etnia muy reducida, los ciento cincuenta mil Sherpa de Nepal representan menos del uno por ciento de la población del país».

Shaheen, en cambio, nació en Shimshal, una aldea de la región pakistaní de Hunza, a unos ciento veinticinco kilómetros al noroeste del K2. Este lugar, durante los meses de noviembre y marzo, se encuentra totalmente taponado por la nieve y es infranqueable. Shaheen llegó al campo base en 2008 con una reputación que le predecía, ya que en 2004 logró coronar la cima sin necesidad de botellas de oxígeno. También era conocido por la alta responsabilidad en cuanto a sus clientes y a los horarios a seguir en los planes de trabajo. La prueba de esto fue cuando en invierno de 2007, junto al italiano Simone Moro, se disponía a subir el Broad Peak (8.051 metros). Ellos habían pactado que a las dos de la tarde, estuvieran donde estuvieran, regresarían para poder llegar a la tienda antes de que oscureciera. Pero cuando uno está en la llamada Zona de la Muerte, a más de 7.500 metros, se pierde toda claridad mental. Así que, cuando se dieron la vuelta habiendo estado tan cerca, Shaheen se labró una fama de ser uno de los hombres más sensatos. Todos estos factores, y el hecho de poder ganar el salario de los escaladores, llevaron a Karim Meherban y a Jehan Baig hasta Shaheen para poder recibir formación de escalada. Tiempo más tarde hablaba de ellos como «sus hermanos pequeños». En 2008 coincidieron los tres en el K2, pero cada uno de ellos con una expedición diferente. Shaheen participaba en la serbia, Karim en la francesa y Jehan estaba en la de Singapur.

Durante los días previos a la ascensión, las discusiones en el campamento base fueron varias y subiendo de tono, entre las diferentes etnias que allí se encontraban, Sherpas, Bhotes o Shimshalíes, por no hablar de los propios escaladores extranjeros de cada una de las expediciones que allí se encontraban. Sobre esto Zuckerman y Padoan comentan: «En muchos aspectos, la comunidad alpinista se parece a la de un instituto de secundaria. Con la presión añadida de la muerte y las amputaciones, se forman camarillas y crecen las presiones entre compañeros. Los montañeros intercambian aliados, discuten, follan y fanfarronean. Las semanas anteriores a la tragedia, algunos incluso riñeron como adolescentes».

Días después de la tragedia, hubo una recepción en el Ministerio de Turismo en Islamabad. Lo que tenía que ser un acto para rendir homenaje a los héroes que habían participado en el rescate se convirtió en todo lo contrario. La tensión acumulada se palpaba y los reproches fueron continuos. Nazir Sabir, montañero de Hunza y presidente del Club Alpino de Pakistán dijo: «Todo el mundo sabía que la recepción era una farsa». Wilco, alpinista holandés, soltó: «Los porteadores pakistaníes de grandes altitudes no son el tipo de escaladores adecuados para el K2, son demasiado perezosos para llevar ese trabajo». Nazir le espetó «Algunos de nuestros porteadores de grandes altitudes no están tan entrenados como los Sherpa, pero no nos avergonzamos de ellos. No se espera de ellos que resuelvan todo y no se les puede culpar a ellos de todos los problemas».

Los autores concluyen con una amplio apartado de agradecimientos del que cabe destacar este: «Esta trágica ascensión produjo un profundo impacto en muchas vidas y tenemos una deuda especial con los supervivientes que nos relataron su experiencia, así como en aquellos familiares que hablaron sobre sus seres queridos a quienes arrebató la vida el K2».

Autor del artículo: David Torres

Ver artículo original