Los occidentales somos las personas más raras que ha habido nunca, sostiene Joseph Henrich, responsable del Departamento de Biología Evolutiva Humana en la Universidad de Harvard. Gracias a ser psicológicamente tan peculiares, afirma este antropólogo, somos tan prósperos, tan educados, tan ricos y tan democráticos, pero también tan obsesivos, tan egocéntricos, tan analíticos y tan controladores.
El libro Las personas más raras del mundo (Capitán Swing) se convirtió, tras publicarse en EE.UU., en un éxito editorial elogiado por The New York Times, Bloomberg o The Atlantic. Estos y otros medios de comunicación ensalzaron la obra por considerar que contenía el eslabón perdido que podría llegar a explicar las diferencias psicológicas existentes entre poblaciones de distintas partes del mundo.
Mirarse el ombligo
Hasta finales del siglo XX se creía que los raros eran los demás: los indios, africanos, esquimales, chinos, sudamericanos…
Hasta finales del siglo XX se creía que los raros eran los demás, es decir, los indios, los africanos, los esquimales, los chinos, los sudamericanos, los nepalíes, todos, excepto los WEIRDs, un acrónimo creado por Henrich con estas iniciales: Western (occidentales, en inglés), Educated (con estudios), Industrialized (industrializados), Rich (adinerados) y Democratic (democráticos).
La cuestión es que el edificio intelectual que sustentaba la presunta normalidad psicológica de los occidentales estaba lleno de grietas. Algunas eran evidentes: el 96% de los participantes en estudios psicológicos, según comprobó Henrich, provenían del norte de Europa, Norteamérica o Australia y, de estos, cerca del 70% eran universitarios estadounidenses. Así pues, la inmensa mayoría de la investigación estaba sesgada por la escasa representatividad de la muestra.
El hecho de que solamente el 12% de la población mundial haya sido invitada a participar en el 96% de las investigaciones psicológicas que figuran en los anales, no sería ningún drama si no fuera porque, sistemáticamente, las conclusiones se extrapolan al resto, convirtiendo en “propias de la naturaleza humana”, las características de los habitantes del norte de Europa y de los norteamericanos.
Sin embargo, cuando Henrich procedió a cotejar cientos de estudios transculturales (las últimas 200 páginas de Las personas más raras del mundo corresponden a la bibliografía y a tablas de toda índole) se apercibió de que los WEIRDs se sitúan en los extremos de cualquier estudio psicológico. Es decir, que los más raros del mundo somos nosotros.
Los occidentales somos quienes peor reconocemos los rostros
Un ejemplo: los occidentales son quienes peor reconocen los rostros, ya que anteponen el pensamiento analítico al holístico. Otro más: cuando en cualquier parte del mundo alguien hace algo mal que se aparta de las normas socialmente aceptadas, el sentimiento predominante es la vergüenza. En cambio, los WEIRDs sienten culpa.
¿Qué ha hecho que algunas sociedades sean tan individualistas, tan prósperas y tan egocéntricas? La respuesta corta de Henrich señala que la principal causa es la religión. Cuando al final del primer milenio la Iglesia decidió prohibir el matrimonio entre primos o cualquier forma de incesto (aunque no fuera biológico), socavó las redes basadas en el parentesco y empezó a forjar la confianza impersonal.
Hasta entonces, las redes de parentesco inculcaban un sentido de la identidad y unas lealtades tan poderosas que, con frecuencia, hacían sombra a religiones como el cristianismo. No obstante, poco a poco, la importancia del parentesco se fue diluyendo en favor de grupos mucho más grandes basados en la organización “voluntaria” (sin parentesco). En otras palabras, a medida que las tasas de matrimonios entre primos disminuyeron en Europa, la gente se volvió más confiada con los extraños (con lo que amplió su círculo de confianza) y comenzó a ir más a la suya.
Otra gran fuerza trasformadora, apunta Henrich, fue el libre mercado. Aunque los humanos comerciaban desde hacía siglos, la mayoría de los intercambios se realizaban entre personas que se conocían entre sí, que mantenían relaciones. En cambio, a partir de la Alta Edad Media florecen en Europa mercados impersonales en los que es posible hacer tratos con extraños bajo ciertas normas.
Solo una pareja
Muchas respuestas de la evolución radican, según Henrich, con la aparición de un modo “exótico” de matrimonio: la monogamia
En ello tendrá mucho que ver, según Henrich, “la aparición de una forma exótica de matrimonio”, la monogamia. “Adivina cuantas especies de entre nuestros parientes evolutivos más cercanos –los simios y monos– conviven en grandes grupos, como el Homo sapiens, y al mismo tiempo solo tienen emparejamientos monógamos. Pues sí, cero. Ningún primate que viva en grupos tiene un equivalente no cultural al matrimonio monógamo”, anota en la página 367.
A su juicio, ¿qué es lo más extraño y sorprendente que ha puesto sobre el tapete su libro?
Lo que más me ha sorprendido ha sido el papel que ha jugado la Iglesia en la evolución y, también, que algunos acontecimientos que ocurrieron hace más de mil años todavía siguen teniendo efectos en nuestra psicología y en la forma con la que concebimos el mundo.
¿Qué diría que ha hecho que los occidentales seamos tan individualistas, tan democráticos, tan educados y tan ricos?
En el libro respondo a esta pregunta en 500 páginas pero…tal vez empezaría hablando de los matrimonios monógamos. Seguramente, fue la primera piedra que cayó de la montaña, provocando la avalancha de acontecimientos posteriores.
¿Qué repercusión tuvo la aparición de los matrimonios monógamos?
En primer lugar, trasformó las redes sociales con las que nos comunicábamos hasta ese momento. Con la poligamia, los hombres con más recursos y más poder adquisitivo tenían muchas mujeres, mientras los más pobres terminaban solteros. Ahora bien, los hombres más pobres que no encontraban pareja acababan causando problemas a consecuencia de mantener unos niveles relativamente altos de testosterona a lo largo de toda su vida, algo que solucionó de alguna forma la monogamia. Al prohibir a los hombres de más estatus que monopolizaran a las esposas potenciales, las normas monógamas facilitaron que un mayor número de hombres se casaran (o emparejaran) y tuviesen hijos, lo que acabó reduciendo los niveles de testosterona y los conflictos.Lee también
Al socavar las redes basadas en el parentesco y prohibir el matrimonio entre primos, las religiones universales (como el cristianismo) impulsaron algo muy “innovador”: la confianza impersonal. ¿Cómo nos llegó a modificar esta circunstancia el cerebro a los que vivimos en esta parte del mundo?
No sabemos exactamente cómo nos cambió el cerebro, pero sí que algunas conexiones neuronales se modificaron. Algunos estudios realizados desde la neurociencia así lo indican. El simple hecho de crecer en diferentes ambientes es suficiente para cambiar las estructuras mentales. En el libro doy algunos ejemplos sobre cómo la tasa de alfabetización, por ejemplo, modificó nuestros cerebros.
Aparte de ser peores a la hora de reconocer rostros, ¿en qué otros aspectos hemos perdido habilidades?
Ser tan analíticos nos ha llevado a descuidar el pensamiento holístico. Quienes todavía lo tienen, son capaces de ver el contexto, lo que nos rodea, el conjunto, el bosque que no tapan los árboles, todo. Daré un ejemplo. Hay un estudio en donde se trata de observar a un pez que va nadando, mientras otros peces le siguen, y vigilar qué miran exactamente los participantes y qué recuerdan del vídeo. Tras haber visto estas videograbaciones con escenas acuáticas, los asiáticos retienen en la memoria mejor los fondos marinos, las algas y lo demás peces que, por ejemplo, los estadounidenses, quienes tienden a recordar solamente al pez principal. La inclinación hacia el pensamiento analítico por encima del holístico influye en la capacidad de atención, la memoria y la percepción, lo que, a su vez, condiciona la forma de comportarse.
¿Por qué la gente WEIRD encuentra tan reconfortante trabajar tantas horas al día y concibe la experiencia como purificadora? ¿Se trata de un forma simbólica de redimirnos de nuestros pecados?
Para la corriente de la religión protestante sí, desde luego: para ir al cielo sin intermediarios y sin tener que confesar los pecados es necesario trabajar muy duro y esforzarse.
En Occidente primamos la propia autoestima a sentir estima por los demás. ¿A partir de qué momento histórico el interior de nosotros mismos empezó a resultarnos mucho más importante que el exterior que nos rodeaba?
No tengo una respuesta concreta, pero los estudios llevados a cabo por los historiadores señalan que el cambio se produjo hacia el año 1000 aunque, en mi opinión, ha existido una evolución constante que nos ha llevado a perder progresivamente empatía. Lo que hacemos en nuestro laboratorio es analizar textos escritos. En Estados Unidos hay 200 años de periodismo escrito. Analizando estos textos, es posible comprobar cómo ha ido creciendo el individualismo. Pero también analizamos textos latinos de hace dos mil años. No tengo todavía una respuesta concluyente para su pregunta, como digo, pero espero poder tenerla más adelante.
¿Ha llegado a investigar si los WEIRDs sufrimos más problemas mentales que los habitantes de otras partes del mundo y si esos problemas psicológicos son diferentes a los que tienen los demás?
No me he centrado en esta cuestión, pero existen estudios que señalan que la soledad afecta a nuestro estado mental, pudiéndolo agravar. De hecho hay libros que hablan de cómo Estados Unidos está exportando enfermedades mentales a otros lugares. Los trastornos alimentarios serían un ejemplo.
Una curiosidad: el racismo y las teorías sobre la (presunta) superioridad de la raza blanca surgieron también por la necesidad de formalizar nuevas organizaciones voluntarias que no tuvieran nada ver con los lazos familiares?
En mi opinión, el pensamiento WEIRD ha fomentado actitudes y dejes racistas que apoyan la idea de la superioridad de la raza blanca. A los pensadores analíticos les encanta construir cajones y atribuir a cada uno de ellos unas cualidades y rasgos para etiquetar a las personas.
A lo largo de la historia, siempre hemos parecido tener la necesidad de explorar el mundo”
Otra curiosidad más: ¿por qué diría que los WEIRDs, sobre todo los habitantes de las grandes ciudades, sienten tanta fascinación por Oriente?
Un rasgo común de los WEIRDs es su interés por explorar el mundo. A lo largo de la historia, siempre hemos parecido tener esta necesidad. En los relatos de viajeros de países musulmanes o de la India hay una actitud muy distinta. En el año 1421, por ejemplo, el imperio chino mandó una gran flota al continente africano. Pero tras llegar allí, decidieron que lo que encontraron no les interesaba.
Insisto: ¿qué atrae tanto de Oriente? ¿Qué buscan los WEIRDs en Asia?
Insisto que es una muy buena pregunta que merecería ser contestada en otro libro. Lo que quiero dejar claro es que una persona individualista lo que busca es distinguirse de los demás, ser especial a los ojos de los otros, sobresalir de la media. Si tenemos que hacer yoga, Pilates o apropiarnos de cualquier tradición asiática lo vamos a hacer sin ningún tipo de reparos para ser especiales.
Ser “raros” en comparación con el resto ha acabado siendo (en términos materiales y económicos) bueno para nosotros, los occidentales educados, industrializados, ricos y democráticos. ¿La tendencia es que los WEIRDs sean cada vez más raros respecto al resto de seres humanos o que los demás tiendan a hacerse tan raros como ya lo somos nosotros?
La primera tendencia que tenemos que evitar es el pensamiento analítico y el querer representar todo en una línea continúa, como si no hubieran diferentes cosmovisiones y formas de entender el mundo. Lo que creo que está sucediendo es que nuestras instituciones WEIRDs, como la democracia, se han desplegado por el mundo y han acabado juntándose con las organizaciones locales de otros lugares, dando lugar a algo distinto. La idea global la exportamos nosotros, pero luego cada cual ha aportado rasgos particulares de su idiosincrasia. Un ejemplo de esto que digo podría ser que el sistema legal japonés copia al de Estados Unidos. Pero usted pregunta cuál es la tendencia. Pues que, efectivamente, el mundo se está volviendo más extraño o más WEIRD. Pero no quiero sugerir ningún determinismo o consecuencia lineal: desde el año 2008, por ejemplo, se está produciendo en algunas zonas rurales de EE.UU. un cambio en la forma de pensar. Ahora allí son menos WEIRDs (democráticos, educados, industrializados…) que en el pasado.
Afirma en su libro que los WEIRDs no son del todo malos. ¿Cómo diría que son, entonces?
Uno de los temas que más desarrollo en el libro es el tema de la innovación. La idea clave es que cualquier innovación se alimenta de cosas que vienen de fuera, externas. Lo que proporciona combustible al cerebro colectivo es justamente el deseo de apartarse del resto, de no conformarse y ser especial. Gracias a esto, en parte, surgieron los gremios y otras instituciones para intercambiar ideas. Es decir, somos raros, pero muy innovadores. Todo esto surgió con la revolución industrial. Es muy interesante estudiar cuán crucial fue la inmigración para que los Estados Unidos fueran tan innovadores.
¿Los WEIRDs conseguirán globalizar a las demás culturas como han intentado hacer en las últimas décadas para imponer sus normas o, como parece que comienza a verse, el mundo tiende a la des-globalización y la multilateralidad?
Si se trata de especular, me gustaría pensar que vamos a saber juntarnos para desarrollar nuevas ideas y estructuras, intercambiando conocimientos y aportaciones culturales. La historia nos enseña que, en ocasiones hay cosas que se extienden mucho y luego se rompen y desaparecen o cambian. Pero la historia también nos dice que las personas que intercambian ideas son mucho más fructíferas y acostumbran a mantenerse mucho más tiempo en pie. La tendencia general puede que siga siendo la globalización. Pero los seres humanos compartimos unos valores, una identidad, una moralidad, hay cosas que nos unen. La esperanza es que podamos construir entre todos lo que debería de ser el ciudadano global, a la par que reforzamos los grupos locales para tener la seguridad de que, llegado el caso, podremos apoyarnos los unos en los otros.
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