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“Interpretamos el individualismo como sinónimo de egoísmo, pero la solidaridad es un rasgo individualista”

Por La Voz de Galicia  ·  25.12.2022

El presidente del Departamento de Biología Evolutiva Humana en la universidad estadounidense repasa cómo la influencia de la cultura occidental ha cambiado nuestra forma de pensar y el funcionamiento de nuestros cerebros

Los cerebros de todos los seres humanos que habitamos el planeta tierra son iguales y diferentes. Son iguales genéticamente, somos de la misma especie y, metidos en un bote con formol, sería imposible distinguir el cerebro de un español del cerebro de un indonesio. Pero siendo genéticamente iguales, dos cerebros pueden ser biológicamente distintos. De hecho lo son. La cultura ha cambiado nuestros cerebros. Los primeros seres humanos que fueron capaces de leer asumieron nuevos procesos cerebrales que cambiaron las funciones de las distintas partes de nuestra corteza, que además se hizo más ancha. La alfabetización nos abrió un mundo de posibilidades, pero empeoró ciertas capacidades que ya teníamos. Por ejemplo, nuestra capacidad para reconocer caras es peor desde que aprendimos a leer. La instalación de este nuevo software cerebral restó potencia al proceso de reconocimiento facial, que tuvo que trasladarse de la corteza frontal a uno de los hemisferios. Los cerebros eran los mismos genéticamente, pero habían cambiado biológicamente sin necesidad de mutaciones en el ADN.

Es solo un ejemplo de los muchísimos que aporta Joseph Henrich, profesor y presidente del Departamento de Biología Evolutiva Humana en la Universidad de Harvard, en su libro «Las personas más raras del mundo» (Capitán Swing). En él, este académico trata de explicar cómo toda esa influencia cultural ha modificado nuestra forma de interpretar el mundo y, en definitiva, nuestra biología. «Es algo que he intentado dejar muy claro, acabar con esta distinción entre diferencias culturales y biológicas. Todas las diferencias culturales, son, de algún modo, diferencias biológicas. Cuando aprendemos, nuestros cerebros cambian. El ejemplo de la alfabetización trata de ilustrar el hecho de que, cuando aprendemos a leer, nuestra corteza cerebral cambia. Se agranda. Sabemos que la alfabetización mayoritaria en Europa llegó alrededor del siglo XVII y fue ahí cuando se transformó nuestra corteza. Cambió, pero no fue un cambio genético», recalca.

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Henrich, en un juego de palabras, se refiere a las sociedades occidentales como W.E.I.R.D.s (raros, en inglés) que, a la vez son las siglas que engloban a aquellas personas que han nacido en un tipo de sociedades muy concretas: western (occidentales), educated (con estudios), industrialized (industrializadas), rich (adineradas) y democratic (democráticas). La suma de todas ellas forman la palabra ‘weird‘, porque sí, según defiende el autor, somos raros.

Las sociedades W.E.I.R.D. son:

  • Occidentales (Western)
  • Con estudios superiores (Educated)
  • Industriales (Industrialized)
  • Adineradas (Rich)
  • Democráticas (Democratic)

¿Qué define a las sociedades weirds?

Si fuesen viajando con un amigo en su coche y atropellase dando muerte a una persona y no hubiese testigos, ¿qué harían? ¿Delatarían a su amigo o serían fieles a su amistad encubriendo el accidente? Según explica Henrich, la mayoría de las sociedades WEIRD optarían por delatar al conductor. La moral que hemos asumido de manera cultural (y por tanto biológica) nos hace considerar que es lo correcto; otras muchas sociedades del mundo, por contra, le considerarían a usted un mal amigo, lo cual podría tener sentido.

No se culpe, usted es individualista como los son todos sus vecinos de Europa, de Estados Unidos y una buena parte del mundo occidental. «Generalmente, cuando alguien escucha la palabra individualismo, lo interpreta como un sinónimo de egoísmo. Pero el pack del individualismo incluye muchas otras cosas que podríamos considerar como positivas, como la solidaridad o la capacidad de confiar en extraños», aclara el autor, que aporta más ejemplos de cómo el individualismo no es ni bueno ni malo, simplemente es un rasgo. Las sociedades W.E.I.R.D. están mucho más dispuestas a seguir una regla, por absurda que sea, que muchos países africanos o asiáticos. Si hubiese que hacer trampas para ganar más dinero y fuese imposible que nos pillasen in fraganti, habría muchos más tramposos en Tanzania que en Suecia. Esto, explica Henrich, no es más que un patrón de una sociedad individualista por contradictorio que pueda parecer. ¿Por qué? Porque las sociedades no occidentales —no W.E.I.R.D.— están dispuestas a arriesgarse para utilizar ese dinero ‘deshonesto’ en ayudar a sus grupos, algo que, biológica y culturalmente, nuestro cerebro rechaza.

¿Significa esto que somos mejores? «He sido muy cuidadoso durante la elaboración del libro de no establecer ningún juicio de valor, simplemente relato hechos históricos y señalo a las personas que son raras (weird). Raros por la forma en la que vivimos, por cómo percibimos el mundo, por nuestras religiones que asumimos como algo global y no lo es. Somos una minoría. Juzgar el individualismo como algo bueno o malo depende de nuestros valores y de las cosas que te importan», explica.

El autor y académico expone más ejemplos. «Lo que yo he experimentado presentando mi trabajo a diferentes audiencias es que las personas juzgamos los diferentes rasgos de los demás dependiendo de nuestra procedencia. Por ejemplo, el conformismo está considerado como una virtud por muchas sociedades. En otros lugares, como por ejemplo en Estados Unidos, donde yo crecí, se ejercen constantes llamadas al inconformismo y a emprender tu propio camino». 

Pensamiento analítico frente a pensamiento holístico

Según Henrich, otra de las principales diferencias entre las sociedades W.E.I.R.D. y la que no lo son es la forma en la que organizamos nuestro pensamiento. Las sociedades occidentales y prósperas tienen una forma de pensar analítica; por contra, otras muchas sociedades del mundo poseen un pensamiento holístico. El investigador explica mediante un ejemplo cómo se traduce esta diferencia. Si tuviésemos por un lado una imagen de un conejo; y por otro lado una imagen de un perro y una imagen de una zanahoria, la mayoría de los occidentales tenderíamos a establecer una asociación entre el conejo y el perro (como mamíferos ambos) antes que unir al conejo y la zanahoria. Establecer categorías como ‘mamíferos’ es característico de pensamientos analíticos. 

¿Por qué pensamos así? ¿Realmente entendemos qué significa el matrimonio?

Del mismo modo, nuestro cerebro W.E.I.R.D., forjado a través de miles de años de vida en sociedad, nos ha llevado a considerar ciertos elementos de nuestras culturas como indiscutibles. ¿Se casarían ustedes con uno de sus primos o primas? Probablemente la simple idea les cause rechazo. La naturaleza nos ha predispuesto a no conformar matrimonio ni reproducirnos con nuestros parientes más cercanos (padres, hermanos o hijos) para evitar la endogamia; sin embargo, el autor explica cómo el caso de los primos o de los familiares políticos es diferente. Nuestro cerebro ha interiorizado que está mal, ¿pero quién lo dice?

«Tenemos una aversión innata al incesto, a tener sexo con nuestros hermanos y hermanas; hemos creado toda una teoría cultural que nos impide tener relaciones sexuales o enamorarnos de nuestra familia más cercana. Pero es que este rechazo al incesto lo hemos extendido a otras categorías: a nuestros primos, a nuestra familia política o a nuestros hijos adoptivos. Por ejemplo, la iglesia católica prohibió el matrimonio entre primos, pero también entre familia política y parientes espirituales. Pero es que ahí no habría ninguna preocupación por una transformación genética causada por la endogamia en estos grupos. Y aún así, hemos cambiado por completo estas redes sociales», plantea. Tal vez entiendan este argumento, puedan considerarlo lógico, pero su cerebro jamás cambiará su forma de pensar, nunca podrá normalizarlo. La cultura ha establecido cambios biológicos irreversibles en su forma de ver el mundo.

En cualquier caso, pensemos en la posibilidad de eliminar esta norma. ¿Qué pasaría? Posiblemente, según este profesor de Harvard, nuestras sociedades colapsarían. Las sociedades W.E.I.R.D.S. nos casamos ‘por amor’. Al menos en la teoría, pero según defiende Henrich ni siquiera somos capaces de entender el matrimonio como institución. La realidad que él expone es que el matrimonio monógamo de nuestras sociedades es, prácticamente, una necesidad adaptativa. Es decir, hemos instalado en nuestro cerebro la idea de que necesitamos formar matrimonios monógamos para sobrevivir como especie. «Plantéatelo —dice el investigador— ¿Deberíamos conservar las leyes que prohíben el matrimonio polígamo? En Estados Unidos está recogido el derecho de libre asociación y también el derecho de libertad religiosa. ¿Por qué no deberían casarse dos adultos si ambos quieren hacerlo? Si esto sucediese se formaría un grupo muy amplio de hombres no casados. Es algo bastante consolidado que por la propia naturaleza humana, por mucho que pueda ser controvertido, las mujeres prefieren unirse en matrimonio con hombres que tengan el mismo o superior estatus social. De este modo, la sociedad resultante acabaría por tener a hombres de estatus alto emparejados con muchas mujeres que dejarán de casarse con hombres de un estatus inferior. El matrimonio monógamo es una institución fundamental que ha hecho muchas cosas buenas para la sociedad, se puede contraargumentar su función, pero es inequívocamente útil. No entedemos la función de la institución en sí, cómo afecta a nuestras vidas y a nuestras sociedades». Una de ellas, según Henrich enumera en sus conclusiones, reducir en niveles muy importantes los crímenes pasionales.

Hemos descartado a los dioses bondadosos porque preferimos los que castigan

Sin duda, algunas de las conclusiones más sorprendentes que ha alcanzado a lo largo de su carrera el presidente del Departamento de Biología Evolutiva Humana en la Universidad de Harvard se dan a la hora de analizar el modo en el que nos relacionamos con las religiones. Y también el modo en el que las distintas religiones han provocado cambios en nuestra capacidad de enfrentarnos al mundo. ¿Sabían por ejemplo que el protestantismo ha sido uno de los principales vehículos de la alfabetización de Europa?

No es solo que los seres humanos necesitemos un dios para vivir con éxito en sociedad, es que cuanto más vengativo y aleccionador sea este, mejor nos irá. «La idea en la que tanto yo como mis colaboradores hemos estado trabajando durante bastantes años es que los dioses han evolucionado durante todo este tiempo. Han pasado de ser débiles, más parecidos al resto de los seres humanos, a ser hoy dioses muy poderosos, grandilocuentes y muy moralizantes, con el poder de castigar comportamientos incorrectos, haciendo a las sociedades más competitivas para evitar el castigo divino. Si a los dioses les importa nuestra vida sexual y la fidelidad es porque el adulterio puede llevar a interrupciones en la fluidez y el desarrollo de las sociedades».

¿Necesitamos tener un dios? El investigador de la universidad no llega tan lejos: «No sé si la palabra correcta es necesitar, pero tenemos muchas pruebas sobre el deseo de disponer de una religión que nos acompañe». De nuevo, vemos cómo la religión, al igual que la ansiedad, puede ejercer un papel adaptativo. «Otro ejemplo, ¿a qué crees que se debe que muchas religiones sean provida o pronatalidad y nos inviten a tener mucha descendencia?, ¿por qué hay religiones que prohíben el sexo no reproductivo?», cuestiona Joseph Henrich. La religión funciona de alguna manera como el cemento que las sociedades han encontrado para asegurarse la supervivencia. «La evidencia nos demuestra que las personas nos vamos a comportar de una forma solidaria y cooperativa si seguimos ciertos valores, pero para sostener esto durante largos periodos de tiempo y en grupos muy grandes necesitas algún tipo de forma de vigilancia». Aunque el razonamiento pueda sonar un poco deprimente, la historia de la psicología humana nos dice que necesitamos ser castigados y vigilados por un ser superior (en poder y moral) para no autodestruirnos.

«Lo que hemos intentado demostrar es que religiones con grandes dioses moralizantes como las occidentales ayudan a las sociedades a cooperar de una manera más extendida, crearon las bases para las bases de las instituciones laicas seculares», asegura, no obstante, la religión ha perdido peso en los últimos cincuenta años. Pero no se engañen, seguimos necesitando que nos riñan. «Las capas superficiales de las religiones se están deshaciendo, pero aún no sabemos si necesitamos reconstruirlas o no. La cultura de la cancelación bebe de los mismos instintos humanos, de ese afán de castigar. Cuando la gente es ‘cancelada’ de manera pública por alguien, esa persona lo hace para demostrar que es abnegada, y que sigue estas leyes morales que están de moda ahora. Pero lo interesante de los dioses moralizantes es que bajo su vigilancia las personas se comportan mejor, incluso cuando están solas. No sé con qué otros medios se podría lograr esto, aunque gobiernos como el chino lo intentan ya con una intensa vigilancia a sus ciudadanos», desliza Henrich.

Recuerda el autor cómo los seres humanos hemos desarrollado la capacidad para disociar con naturalidad el alma y el cuerpo. Algo que él considera bastante peculiar ya que, a situaciones similares, no les encontraríamos sentido alguno. «Es algo parecido a creer que solo puedo existir los martes y los jueves». ¿Cómo hemos asumido con tanta naturalidad esta dualidad en la que el alma va por un lado y el cuerpo por otro? «Los seres humanos tenemos relativa facilidad para separar las mentes de los cuerpos.Como consecuencia comenzamos a pensar en cosas como las almas o los espíritus, atribuyéndoles esa capacidad para salir de los cuerpos. Por otra parte, las personas tenemos una inclinación natural a tratar de buscar causas sociales a las cosas, que nos acaban llevando a los dioses, a espíritus y a que las cosas suceden por cosas que van más allá de nuestro control».

Son solo algunas de los cortocircuitos que Henrich propone en nuestros cerebros moldeados —psicológica y, por tanto, biológicamente— al son de las sociedades W.E.I.R.D. Probablemente, algunos de sus planteamientos sean un torpedo a la línea de flotación de lo que consideran ‘normal’, ‘decente’ o incluso ‘sano’. Es lógico, pero Henrich en sus conclusiones, les recordará que lo que les pasa es que son rematadamente raros. 

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