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Jop: Jim Dodge

Por Notodo  ·  01.08.2011

Imagina un cóctel molotov de clásicos literarios al servicio de una fábula negra enclaustrada dentro de una suerte de novela corta psico-realista y, aún así, puede que te quede un poco para acercarte a JOP. Jim Dodge acaba de parir una pequeña historia que redirecciona la lírica maldita a base de alimento balanceado con toques de García Márquez, fábula infantil, historias de soledad y bohemia romántica campesina, convirtiendo a dos personajes desestabilizados en súbditos automáticos de un pato (o una pata) criado bajo la teología del exceso, convirtiendo a una familia (sub)normal en una fábula insólita, curiosa, real, de mentira, manoseada y desgarrada en el sentido menos pulcro de la frase adscrita.

Jim Dodge no ha nacido ayer ni JOP, novela recientemente publicada por Capitan Swing, es su primer relato ampliado. Se está transformando en una suerte de leyenda viva de culto en los últimos meses, y editoriales de lo más top de estos últimos años están dando vuena cuenta de ello. Probablemente JOP sea el resultado de una carrera en la que títulos de renovación del nuevo malditismo como Stone Junction, confesiones de excesos en Not Fade Away y viajes excéntricos hacia la centralización del personaje como FUP han convenido. Esta vez Dodge se alimenta de cierta atmósfera parida por Gabriel García Márquez en Cien años de soledad pero con toques del indigenismo ácido (en el sentido farmacéutico y drogodependiente) de Carlos Castaneda en Las enseñanzas de Don Juan, cierta estructura del relato y la descripción que se pueden comparar a las de Ernest Hemingway y un evidente homenaje al Chinaski de Bukowski (o al Bukowski de Chinaski, como prefiráis) en el personaje central de la historia, Jake. Dicho personaje tiene ciertos antecedentes: jugador de póquer empedernido, malhumorado, malhablado, casado (y divorciado) en tres ocasiones (su matrimonio más largo duró diez días), postrado en una aldea de la América profunda que, llegado el momento, descubre su soledad como algo no demasiado positivo. El detonante haya sido, quizá, el descubrimiento por parte de un indio moribundo con el que se topa volviendo de juerga y que le da las claves (como si de una pócima de brujería se tratase) de Último suspiro, un whisky de casi cien grados que posee el don de la inmortalidad. Puesto (en todos los sentidos) en el asunto y poseedor de las claves de ese whisky milenario, Jake se encuentra con 99 años y la posibilidad de acoger en su casa a su nieto, huérfano de madre (la que era hija de Jake) y con 30.000 dólares de herencia. La vida de Jake y Peque, su nieto criado a base de excesos y que se transformó en un grandullón muy trabajador y obsesionado con la fabricación de cercas, es bastante parca y monótona hasta la llegada de JOP (siglas que responden a Jodido pato, nombre puesto por Jake, claro está). Esta pata, criada también con el don de la inmortalidad del Último suspiro y de unas dimensiones cuasi monstruosas comienza a formar parte de la vida familiar como si de un hijo mimado se tratase. Poco a poco, su intervención en la vida personal de Jake y Peque acaba saldándose con el liderato del hogar y con una serie de acciones que transforman a la historia en una fábula irónica y paródica sobre la vida de la América profunda y, sobre todo y en letra pequeña, de la transformación de la sociedad en una suerte de esclava reprimida ante las órdenes del que grita más fuerte.

La novela esconde tantas dicotomías y lecturas como ases en la manga. Conecta todo ese serial de literaturas antes nombradas con el de la tradición americana, incidiendo tanto en la psicología personalista de dos perfiles de personas (Jake y Peque) y en la sombra de un personaje que podría valer tanto real como imaginariamente repartiendo a tropel deberes por donde se pose. Dodge juega al despiste: no es una novela corta pero tampoco un cuento largo; no es una fábula costumbrista pero tampoco es ciencia ficción; no utiliza la descripción como único método de conteo pero nos podemos imaginar todo un entorno semi-vacío (del rollo Dogville, aquella película de Lars von Trier); no se entrega con pasión a una escena o subgénero literario pero toca varios palos. Quizá por eso en la entrevista adjunta que Kiko Amat le hace al autor al final del libro se Dodge se muestra tan pasivo-agresivo como ácido, normalizando una naturaleza de la lírica donde incluye el surrealismo, la imagen tópica y la historia extrema minimizada; y quizá por eso Virginia Frieyro logre canalizar en esos dibujos-bocetos tan limpios como descriptivos zonalmente a la perfección el espíritu del trío protagonista. Una verdadera lección de brevedad y sinceridad a palazos. Pero dulce, al fin.

Por Alan Queipo

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