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Jim Morrison, el genio adicto al infierno que se convirtió en leyenda

Por 20 Minutos  ·  01.02.2018

Nadie sabe lo que pasó exactamente la noche del 3 de julio de 1971 en el piso de París en el que se encontró, muerto y rodeado de su propio vómito, a Jim Morrison. Tenía 27 años y la leyenda que había logrado en vida se convirtió casi en religión para sus millones de seguidores. Para conocer quién era la persona que se ocultaba detrás del genio líder de The Doors, la editorial Capitán Swing publica en España De aquí nadie sale vivo, considerada por los expertos como su biografía definitiva. Gracias, en gran parte, a sus dos autores: por un lado, Danny Sugerman, representante artístico del grupo de Morrison durante sus tres últimas décadas y una de las personas que más de cerca conoció al joven de Melbourne; por otro, el periodista Jerry Hopkins, que tuvo la oportunidad de mantener una larga entrevista con el músico en sus últimos meses de vida. Desde la primera frase que sirve como introducción al libro, podemos entender el pensamiento de Morrison ante la vida: “Digamos que estaba probando los límites de la realidad. Tenía curiosidad por ver qué pasaría”.

El artista, que idolatraba a filósofos como Nietzsche y, sobre todo, del poeta francés Arthur Rimbaud, quiso llevar a cabo la máxima de “vivir rápido, morir joven y dejar un cadáver bonito”. La vida del líder de The Doors fue una espiral de drogas y desenfreno que no podían conducir a otro sitio que no fuera el final. Su infancia y adolescencia parecían prepararle para un camino lleno de baches y peligros: hijo de militar al que apenas vio, su adolescencia estuvo marcada por la soledad, que agudizó su talento artístico. A los 22 años puso banda sonora a su frustración vital gracias a un viejo compañero de universidad y creo uno de los grupos que más influyó en la música de la década de los 60 y los 70. Y eso que The Doors solo duraron en activo 8 años, y los dos últimos ni siquiera los llegó a ver Morrison. Todo terminó ese 3 de julio de 1971 en el apartamento que compartía en París con su pareja, Pamela Courson. Como no hubo autopsia y casi nadie vio el cuerpo, se desataron las teorías: unos dicen que fue una sobredosis en soledad, como siempre había vivido; otros alegan una pelea con un camello en un local de mala muerte; incluso hay quien dice que no murió y, tal y como hizo Rimbaud a los 19 años, habría cogido un avión a un país lejano para no volver jamás. Allá donde esté, su vida merece no un libro, sino una biblioteca.

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