“Jop tiene una extensión extraña, unas diecisiete mil palabras” señala Jim Dodge a Kiko Amat en una interesante entrevista incluida al final de este volumen. Jop no alcanza a ser una novela corta ni tampoco un cuento largo. Podríamos decir que es una historia breve, dividida en cuatro capítulos, a través de los cuales inunda la idea de Tradición Americana.
Una historia breve. Quizás por eso la necesidad de un prólogo y una entrevista —vale la pena leerlos después de la historia-, no por falta de valor literario, sino porque Jop por sí solo parece decirlo todo. La brevedad o la extensión de un libro no tiene que ver con el número de páginas. En Jop cada párrafo es tan potente como un trago de whisky. Su trama es excepcional, por no decir insólita. En una noche de juerga, Jake, encuentra a un viejo indio apuñalado que le da un papel con una receta de whisky de 97 grados que tiene el secreto de la inmortalidad. Jake, a pesar de ser un jugador, celebrador de todo tipo de excesos, casado tres veces —el matrimonio más largo le dura una semana-, decide producir artesanalmente el Último suspiro, en un rancho perdido de los Estados Unidos.
La producción del destilado implica casi no salir de casa. Se sosiega, alcanza los cien años, pero comienza a aburrirse. Se entera de que su hija ha muerto y decide tramitar la adopción de Peque, su único nieto. Para lograrlo, el abuelo Jake contrata a los abogados más caros que encuentra. Consigue dinero apostando y cría al niño bajo los fundamentos del exceso -lo recibe con cuatro litros de leche y medio kilo de Oreos- y el trabajo del campo.
Peque cultiva una obsesión por las cercas. Aunque no haya nada que cercar, éstas se extienden por el rancho y son destruidas constantemente por un jabalí. Un día, reparando los destrozos, descubre dentro de un hoyo a un ave agonizando. El abuelo Jake le salva la vida con unas gotas de Último suspiro y lo bautiza como Jop.
Jop se transforma en el actante de abuelo y nieto y en el elemento que le da matices fantásticos a la narración. Más allá de la trama -como en toda joya literaria- destacan otras cosas. La construcción de los personajes, el tono, de apariencia vulgar, pero lleno de poesía y de imágenes que van creando una atmósfera con sabor a Edgar Lee Masters, Whitman y Hemingway. Jop es un libro del que es muy difícil hablar. Como señaló Thomas Pynchon, gran admirador del escritor californiano, leer a Jim Dodge “es como una fiesta sin fin donde se celebra todo lo que importa de veras” y tras esa fiesta quedamos callados o lo que decimos parecen tonterías. Quizás valdría únicamente con citar un par de ejemplos: “El abuelo le dijo que no había necesidad de demostrarlo, que la mayoría de las cosas lo dicen todo por sí solas” o “Pues sí, maldita sea, fui inmortal hasta que morí”.
Por Gabriel Zanetti
Ver artículo original