La respuesta corta a la pregunta de si vivimos sedados es bastante intuitiva: sí. No sin razón España es el líder mundial en consumo de ansiolíticos, hipnóticos y sedantes. Prácticamente todo el mundo tiene un amigo o familiar que toma pastillas para los nervios o conoce a un anciano que no se ha podido desenganchar y las necesitan en pares para dormir. Sucede lo mismo con los antidepresivos, es ya raro un grupo de conocidos en el que nadie los haya probado.
James Davies se propuso hacer una exploración sistémica, buscar las raíces económicas de este consumo excesivo de medicamentos psiquiátricos, y eso es lo que hace en Sedados. Cómo el capitalismo moderno creó la crisis de salud mental (Capitán Swing, 2022), traducido al español por Mireia Bofill. Él es doctorado en antropología médica y social, profesor en la Universidad de Roehampton y ha ejercido como psicoterapeuta. Su texto empieza poco a poco explicando el desnivel en los avances entre el resto de disciplinas científicas y la salud mental para terminar con afirmaciones filosóficas sobre el imperante clima materialista que despoja de significado al sufrimiento humano.
«Los sucesivos gobiernos y las grandes corporaciones han contribuido a promover una nueva concepción de la salud mental que sitúa en el centro un nuevo tipo ideal: una persona resiliente, optimista, individualista y, sobre todo, económicamente productiva, las características que necesita y desea la nueva economía»
James Davies en ‘Sedados’
En el texto, que es tan ligero como contundente y muy fiel al método científico, que es el seguido por Davies, se afirma que pese a que cada vez estamos más medicados, la cantidad y la gravedad de enfermedades mentales de todo tipo han aumentado exponencialmente, lo que implica que, además de abandonar otras formas útiles de terapia por la adopción de la medicación, esta a largo plazo deja de ser eficaz. Además, al problema de la sobremedicalización se le añade la estigmatización.
Davies busca las raíces profundas de esta transformación. Su hipótesis es que la principal mutación ha sido la del imaginario de la salud mental, alimentado por el capitalismo. Esa transformación pasa por el cambio de las expectativas de trabajo en un mundo cada vez más precario o los efectos del desempleo en un cosmos atomizado.
El autor detalla este cambio en el imaginario haciendo hincapié en cuatro aspectos: la individualización del problema, el sufrimiento dejó de ser un evento social para convertirse en una lucha individual; la redefinición de lo que es el bienestar y la felicidad; la patologización de las emociones que son negativas en términos económicos (como la falta de concentración); y la mercantilización de las respuestas al problema del sufrimiento en términos de oferta de consumo.
«En este sentido, el estado emocional preferido para el capitalismo tardío es un estado de ‘insatisfacción funcional’ permanente, funcional en el sentido de que la persona continuará trabajando, e insatisfacción porque de ese modo seguirá gastando. El capitalismo tardío no genera únicamente las condiciones del malestar, sino también las intervenciones materialistas, apolíticas y rentables que se supone que han de remediarlo, unas intervenciones que, como enseguida veremos, están en sintonía con el espíritu materialista de nuestro tiempo», afirma Davies en el texto.
«El estado emocional preferido para el capitalismo tardío es un estado de ‘insatisfacción funcional’ permanente»
Después de una lectura de Sedados que inevitablemente genera gran cantidad de interrogantes para todo aquel que haya pasado por procesos de tratamiento de la salud mental, me dispongo a hablar con James. Lo primero que le pregunto es por qué hace en el libro una llamada general a la sociedad y no algo más concreto dirigido a las universidades. Me explica que ya en su interior libro analizó el problema desde dentro y que había llegado el momento de preguntarse cómo el propio sistema permite esa perversión institucional.
Gracias a Sedados, he entendido que las diferencias entre generaciones de antipsicóticos o antidepresivos no son tantas como pensaba. Le pregunto si algunos de los problemas de ineficacia que plantea podrían ser solucionados con una tercera generación. Se muestra bastante precavido respecto a lo que pueda suceder en el futuro, porque no tiene suficiente evidencia, pero sí asegura que no está en contra de estos medicamentos: «Son muy útiles para estabilizar y a corto plazo. Mi crítica tiene que ver con que las anteriores generaciones no han mejorado tanto. ¿Qué diferencia a los ISRR de los tricíclicos? Un poco menos de efectos secundarios, pero la efectividad es la misma, que es muy poca».
Buscando algo de esperanza, y ya que he visto que forma parte del Consejo de Psiquiatría basado en la Evidencia, planteo una tercera alternativa de mejora con la revolución de los psicodélicos. Davies me responde que su postura es la del agnóstico: «Lo que sabemos es que el mercado de psicodélicos llegará a los doce billones de dólares al año en 2027, hay muchas compañías que han invertido en esto y quieren monetizarlo. Cuando eso suceda deberemos ser críticos con las investigaciones que presenten. Solo me pregunto una cosa, como antropólogo, y es que hay muchos ejemplos de ritos de paso con psicodélicos pero en la experiencia medicalizada queda solo la sustancia sin todo ese apartado ritual social. La comunidad y la cosmogonía se han perdido».
«El mercado de psicodélicos llegará a los doce billones de dólares al año en 2027, hay muchas compañías que han invertido en esto y quieren monetizarlo. Cuando eso suceda deberemos ser críticos con las investigaciones que presenten»
A continuación, Davies enumera una serie de circunstancias de mi vida que afectan a mi salud mental, empezando por los trabajos precarios, la falta de vivienda para jóvenes o las deudas universitarias. James me explica que al propio sistema le resulta más rentable tratar de paliar los efectos de todo ese caos en mi cuerpo que hacer algo realmente útil como atender a la raíz de esos problemas.
Muchas de las cosas que dice me recuerdan a los clásicos antipsiquiatras ingleses como R.D. Laing o David Cooper. James lo ve como algo lejano porque el mundo de Laing no se parece en nada al actual y porque esa etiqueta se ha usado durante las décadas para marginar a profesionales de la academia: «Tampoco me identifico porque creo que la ciencia sí juega un rol importante en la salud mental, es la forma en la que se adopta lo que resulta problemático».
Como ha mencionado que el mundo ahora es muy distinto resulta lógico preguntar si acaso la situación pandémica ha empeorado alguno de los aspectos mencionados: «De nuevo volvemos al asunto de la filosofía del sufrimiento: la gente se ha quedado sin trabajo y sin dinero, y esto es evidentemente un determinante social. Lo grave y lo problemático es verlo como un problema de salud mental individual cuando se trata de un asunto social».
Por último, como su libro está centrado en el caso de Reino Unido, quiero saber si tenía ganas de que el libro llegara a España cuyas estadísticas de consumo son más altas. Me contesta que esta ilusionado con que otras personas pueden identificar las fallas que él ha detectado en el sistema inglés para generar nuestro propio comentario crítico del sistema español. Finalmente, nos despedimos, no sin antes recordar lo apretadas que están nuestras agendas, una falta de tiempo que ahora pongo en consideración en otras dimensiones además de la individual.
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