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James Baldwin, el activista y escritor pionero en abordar la homosexualidad en sus novelas

Por El Cultural  ·  01.07.2024

James Baldwin, el activista y escritor pionero en abordar la homosexualidad en sus novelas.

Cuando no era más que un niño, a James Baldwin (Nueva York, 1924–Saint-Paul-de-Vence, Francia, 1981), de cuyo nacimiento se cumplen 100 años en agosto, le aterrorizaba precipitarse sin remedio en la realidad de la avenida principal de Harlem. Abarrotada como estaba de proxenetas, prostitutas y delincuentes de toda clase, parecía ser el futuro que le esperaba a la prole negra del barrio

No era un futuro halagüeño, tampoco se podía evitar. Al menos esa era la percepción del joven James, que con catorce años se encontraba sumergido en el incipiente castigo de su pubertad. De repente, Baldwin había pasado de considerarse ajeno a aquel universo demacrado y de moral descompuesta a tener la certeza de que era uno más de los pobres condenados, un inocente animal a la espera de ser cazado por los insaciables reyes de aquella jungla.

En esa efervescencia pubescente, en la que sus apetitos comenzaron a despertarse, el futuro activista se veía como carnaza disponible para el primer chulo que quisiera hincarle el diente. El que más tarde sería una voz preeminente en la defensa de los derechos LGTB, temblaba ante las propuestas de los individuos del lumpen de Harlem, que le preguntaban “y tú, niñito, ¿de quién eres?”, queriendo pasar el rato con él. “Lo que más me turbaba era que yo quería ser el niñito de alguien”, admitiría más tarde. 

Con esta atmósfera de perdición ineludible determinada por el color de su piel es como da comienzo James Baldwin a La próxima vez el fuego, una de sus obras ensayísticas de mayor reconocimiento en el ámbito de los derechos civiles. En ella, el reconocido activista explora el rol histórico que ha cumplido el cristianismo a la hora de someter a los afroamericanos y convencerles de su papel como pueblo réprobo aspirante a formar parte del progreso que enarbola la cultura occidental. 

Orientación sexual y raza hacían que Baldwin se autopercibiese como un individuo con riesgo de caer en un estado de completa vulnerabilidad. A esas dos características se le añadía, además, el tema religioso, tan importante en la cultura afroamericana. La culpa cristiana, junto al rechazo de la Iglesia a la homosexualidad, hicieron que durante un tiempo se sintiera sumido en la depravación. Sin embargo, esto no le impidió posicionarse y alzar la voz sin miedo a las opiniones que pudiera suscitar. 

Autor de El cuarto de Giovanni, donde es pionero en la exploración de la temática homosexual en la ficción, Baldwin dedicó buena parte de su vida a combatir el statu quo racial y sexual en su país. Su postura de dialéctica beligerante le llevó a relacionarse con otras figuras de enorme relevancia en el activismo afroamericano como Malcolm XMartin Luther King o Elijah Muhammad, líder de la Nación del Islam.

Con este último tendría varias discusiones en cuanto a su postura con respecto a la relación con los blancos. Ambos coincidirían en la idea de que el cristianismo había sido fundamental para controlar las aspiraciones de la raza negra. Sin embargo, mientras que Baldwin soñaba con la concordia entre etnias en los Estados Unidos, la Nación del Islam propugnaba que la situación era irreconciliable.

Si el Antiguo Testamento consideraba a los africanos un pueblo maldito descendiente de la estirpe de Cam, hijo de Noé, el grupo islámico liderado por Elijah Muhammad tenía una concepción a la inversa. Según su postura, todos los blancos serían demonios a punto de caer derribados por sus propios pecados.

“Al público de Harlem no había que demostrarle que todos los blancos eran demonios. Sencillamente, se alegraban de tener, por fin, corroboración divina de su experiencia”, dice Baldwin en referencia a lo fácil que permeó aquel discurso en los afroamericanos. No obstante, y pese a que comprendía más que nadie los motivos que llevaba a su gente a apoyar la causa musulmana, el autor de La próxima vez el fuego apostó siempre por una resolución pacífica a la brecha racial. 

Baldwin apostó a lo largo de su vida por un nuevo país que se alejara de las concepciones que le habían llevado al borde del precipicio. Como el movimiento de Muhammad, él también entendía que su país se encontraba al borde del colapso, pero confiaba en un proyecto en el que, por un lado, se reconociera al afroamericano no como hombre negro, sino como hombre y, por otro, se desmontara el concepto de “civilización occidental”. 

Su valiente y revolucionaria mirada en cuanto a la situación afroamericana, que entendía que era un caso excepcional en el mundo, le valió el reconocimiento de diferentes personalidades de la época. Son famosos casos como el de Bill Cosby, que le hacía llegar un ramo de rosas rojas cada cumpleaños. Otros personajes relevantes del panorama cultural afroamericano como Ray Charles o Nina Simone también establecieron un fuerte lazo de amistad con Baldwin. 

El activista, además, ironizaba sobre la visión de Europa como vanguardia de la civilización. Habiendo pasado apenas dos décadas de los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial, se refirió a la orgía de violencia perpetrada por el bando alemán para poner de relieve lo relativo de este supuesto “progreso occidental”: “El Tercer Reich por sí solo vuelve obsoleto para siempre cualquier argumento sobre la superioridad cristiana, salvo en términos tecnológicos”, concluía. 

Frente a esto, Baldwin abogaba por una reordenación de la perspectiva estadounidense que, equivocadamente, consideraba como sus vecinos del este a Rusia y, más generalmente, Asia. A Estados Unidos, decía, se le había imbuido la visión geopolítica europea. Sin embargo, para crear un nuevo país de concordia racial, debía llevarse a cabo un divorcio de la mirada de la vieja Europa

La vida de Baldwin discurrió siempre por los senderos del conflicto. No fue, sin embargo, por una voluntad beligerante, sino todo lo contrario. En un ambiente en el que imperaba la confrontación, una postura de reconciliación entre las partes como la del activista levantaba ampollas. 

Aun así, el escritor de Harlem no se permitió en ningún momento quedar paralizado por el miedo. No le asustaba que su modo de ver el mundo creara asperezas. Cuando escribió El cuarto de Giovanni, muchos de los que lo celebraron como símbolo de los movimientos por los derechos civiles años antes condenaron la obscenidad del libro. A Baldwin le trajo sin cuidado. Durante toda su vida permaneció fiel a lo que vio necesario plasmar en el papel sin importarle las opiniones que pudiera suscitar. 

Tanto en los trabajos de Baldwin, que murió en 1981 por un cáncer de estómago, como en su vida hay un anhelo por que su país se convierta en el paraíso para todos los hombres, sin importar sus creencias, orientación sexual o color de piel, que un día aspiró a ser. Vio en ese cambio no una oportunidad, sino algo necesario, cuya alternativa era, inevitablemente, la ruina del proyecto nacional: “Se acabó el agua: ¡la próxima vez, el fuego!“, sentenciaba, parafraseando una profecía bíblica.

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