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‘Igualdad’: un camino hacia un mayor bienestar para todos (incluidos los ricos)

Por The Objective  ·  08.06.2019

Hace una década los epidemiólogos británicos Richard Wilkinson y Kate Pickettpublicaron Desigualdad (Turner, 2009), un libro donde básicamente se planteaban esta pregunta: ser pobre en una sociedad rica es casi una garantía de infelicidad, pero, ¿es feliz el rico que vive en una sociedad rica? Con 30 años de investigación para respaldar su respuesta, concluyeron que la desigualdad afecta a la inmensa mayoría de la población, no solo a una minoría pobre, y es la causa fundamental de los males de todas las sociedades. Es decir: la desigualdad afecta tanto a las personas situadas en lo alto de la pirámide social como a aquellas situadas en la parte más baja, aunque lógicamente estos últimos sean quienes más sufran sus consecuencias.

“No podemos hablar de los súper ricos, de las personas que ganan millones, porque son un grupo muy pequeño, menos del 1% de la población, y no tenemos datos sobre su esperanza de vida, violencia o consumo de drogas. Pero podemos decir que el entre el 90 y el 95% de la población vive mejor en las sociedades más igualitarias”, asegura Wilkinson. Y del mismo modo que los dos autores hacen en sus obras, pasa a dar ejemplos. “En una sociedad más igualitaria alguien perteneciente a la clase media alta, como un médico o un abogado, vivirá más, es menos probable que sea víctima de violencia y a sus hijos les irá mejor en el colegio y tendrán menos riesgo de consumir drogas”, afirma. 

'Igualdad': un camino hacia un mayor bienestar para todos (incluidos los ricos)

Gráfico vía Wilkinson y Pickett.

En su último libro, Igualdad (2019, Capitán Swing), los epidemiólogos van un paso más allá para demostrar que las sociedades basadas en la igualdad fundamental, el intercambio y la reciprocidad generan niveles mucho más altos de bienestar y trazan el camino hacia ellas. Empezando por desterrar el cacareado argumento de la meritocracia

“Creo que es un malentendido común. La mayoría de la gente piensa que la jerarquía social es un reflejo de las diferentes habilidades e imaginan que las personas inteligentes terminarán en la parte superior y la gente estúpida acabará en la parte inferior. Pero a medida que hemos aprendido más sobre la maleabilidad del cerebro, sobre todo en los primeros años de vida, y la forma en que cambia de acuerdo con lo que hacemos, nos hemos dado cuenta de que las diferencias en las habilidades son principalmente un reflejo de dónde estás en la jerarquía y no al revés”, señala Wilkinson. 

“Los estudios demuestran que los taxistas desarrollan más las partes del cerebro asociadas con el espacio, que de hecho se vuelven más grandes, y lo mismo pasa con los músicos o prácticamente con cualquier actividad humana. Nuestro cerebro y nuestras habilidades son un reflejo de las vidas que vivimos, de modo que la posición en la jerarquía social determina en mayor medida nuestras habilidades”, añade.

Más allá de que la pobreza relativa afecte las habilidades cognitivas, la percepción del estatus influye inconscientemente tanto en nuestro rendimiento como en la percepción que tenemos de nuestra propia valía, incluyendo aquí variables como la clase, el género o la etnicidad. “Un estudio en La India muestra que los niños de castas superiores e inferiores obtienen resultados similares cuando desconocen esta información, pero una vez saben a qué casta pertenecen las diferencias aparecen”, aseguró. 

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La posición social determina entonces cómo somos vistos y juzgados, especialmente en las sociedades más desiguales, donde la movilidad social se reduce y el estatus y la posición se convierten en una obsesión que puede conducir a muchos de los problemas sociosanitarios citados y un aumento del estrés social. Porque como demuestran en este libro, la desigualdad también afecta a nuestro estado de ánimo, aumenta la ansiedad y se traduce en enfermedades mentales y trastornos emocionales. 

Hoy vivimos en sociedades en las que la amenaza de la evaluación social representa uno de los mayores lastres para la calidad y la experiencia de la vida en los países desarrollados y ricos. Los costes no se miden únicamente por sus factores adicionales de estrés, ansiedad y depresión, sino que también se traducen en peor salud física, consumo frecuente de alcohol y drogas para evadirnos de las preocupaciones, así como en una pérdida de los vínculos comunitarios, lo que hace que tantas personas se sientan aisladas y solas”, señalan Wilkinson y Pickett en Desigualdad. Un análisis de la (in)felicidad colectiva.

“Cuando la vida es más difícil es más probable que bebamos alcohol, consumamos drogas, comamos comida o compremos de manera compulsiva o nos automediquemos. Y los estudios con monos muestran lo mismo: si se las proporcionan, los monos subordinados tienden a consumir drogas más que los monos dominantes. En cierto modo, reaccionan igual que nosotros”, apunta en este sentido Wilkinson, que añade: “También el consumismo aumenta con la desigualdad porque refleja la competencia por el estatus. Hay estudios que demuestran que si vives en una sociedad desigual es más probable que gastes tu dinero en productos que reflejen tu estatus como un coche o ropa de marca”

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Gráfico vía Wilkinson y Pickett.

La paradoja es evidente: a pesar de que el crecimiento económico nos proporciona comodidades y lujos sin precedentes, los niveles de ansiedad y la prevalencia de las enfermedades mentales han aumentado en lugar de disminuir. Y según datos de la OMS, los países más ricos presentan unos índices sustancialmente superiores a los de los países pobres. 

La amistad, las relaciones sociales y la vida en comunidad son una medicina contra estos síntomas, defienden los autores. Pero además son la forma más natural de convivencia frente a la competencia. “Por supuesto, las comunidades más igualitarias tienen una vida comunitaria fuerte, como resultado de ello las personas son más conscientes del bien común y de lo público. La vida comunitaria es más débil en las sociedades más desiguales: cada uno está solo en su búsqueda del estatus social porque la desigualdad ha hecho del estatus social la medida de la persona”, añade el autor.

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Gráfico vía Wilkinson y Pickett.

¿Qué podemos hacer entonces para revertir esta situación? Wilkinson ofrece algunas claves. “Nosotros somos epidemiólogos, pero es bastante evidente que, por un lado, hay que redistribuir la riqueza y, por otro, reducir las diferencias salariales”. Y lo explica del siguiente modo: “Tenemos que abordar la evasión fiscal, los paraísos fiscales que permiten a las personas esconder su dinero y necesitamos que los impuestos vuelvan a ser progresivos de forma que los ricos paguen una proporción mayor de sus ingresos”, señala sobre las formas de redistribución. “También es importante reducir las diferencias de ingresos antes de impuestos. La principal razón por la que nuestras sociedades se han vuelto desiguales es porque los ingresos de los muy ricos se han multiplicado mientras los ingresos del resto de la población no han cambiado. Para frenar ese proceso creo que tenemos que avanzar hacia economías más democráticas”, afirma.

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Gráfico vía Wilkinson y Pickett.

“Durante gran parte del siglo XX los salarios superiores fueron limitados por el movimiento obrero, los partidos socialdemócratas o las organizaciones sindicales, por una conciencia política diferente. Cuando esto desapareció en la década de los 70 con el neoliberalismo, el ascenso de políticos como Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en Reino Unido, comenzó la privatización de las industrias, la legislación para debilitar los sindicatos y es entonces cuando los salarios superiores se dispararon y las diferencias salariales dentro de las empresas aumentaron”, señala Wilkinson.

Cambiar esta situación y construir sociedades más igualitarias depende, en última instancia, de los ciudadanos. “No podemos confiar en la buena voluntad de los políticos, tenemos que obligarles a través de movimientos sociales y políticos fuertes. Creo que todo depende de si el resto de la población presiona a los ricos y a los gobiernos para redistribuir. Es necesario no solo por el bienestar y el funcionamiento de la sociedad, sino que también es crucial si queremos avanzar hacia la sostenibilidad”, concluye.

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