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Iceberg Slim: el chulo que inauguró la nueva literatura afroamericana

Por Yorokobu  ·  17.03.2016

Durante el siglo XX, la literatura afroamericana luchó por tener una voz propia que destacase en un mundo editorial monopolizado por los escritores blancos.
Muchas de esas obras giraban en torno a la esclavitud, la emancipación, la libertad. Por eso, cuando Iceberg Slim publicó Pimp (Chulo), un descarnado testimonio sobre la explotación que los negros imponían a otros negros, mucha gente no lo entendió. Otros, sin embargo, la consideraron la novela más importante de la nueva literatura negra.

«Tengo que convencerlas de que Lincoln nunca liberó a los esclavos». Este pensamiento es la piedra angular sobre la que se erige Pimp, memorias de un chulo, la autobiografía de Iceberg Slim, editada recientemente por Capitan Swing con una nueva traducción a cargo de Enrique Maldonado Roldán.

A lo largo de sus más de trescientas páginas, Iceberg Slim despliega un arsenal de consejos destinados a sacar todo el dinero explotando a los demás, especialmente a las mujeres. Violencia, drogas, abusos psicológicos, abusos físicos, regalos, caricias, insultos, amabilidad… todo vale para someter a sus deseos a más más de cuatrocientas mujeres que estuvieron bajo su control desde que decidiera hacerse chulo a los 18 años y hasta que se retiró, pasados los 40.

Pero antes de seguir, sepamos cómo y por qué un buen muchacho llamado Robert Lee Maupin acabó convertido, primero, en un despiadado chulo y, posteriormente, en un referente de la cultura afroamericana del siglo XX.

Aunque criado en una familia disfuncional a principio de los años 20 del siglo pasado, Robert era un niño que disfrutaba de una situación social más acomodada que la de muchos negros de la época. Su madre, tras una serie de relaciones frustradas, montó un salón de belleza que le permitió enviar a su hijo, que no era un mal estudiante y que incluso tenía un coeficiente intelectual superior a la media, a la Universidad de Alabama.

En la Universidad, Robert se dio cuenta que su capacidad intelectual le podía reportar pingües beneficios en una época en la que la Prohibición hacía que el contrabando de alcohol fuera un negocio muy lucrativo.

Financiado por un compañero blanco, Robert compraba alcohol que distribuía en el campus con un beneficio del 400%. Sin embargo, su talento empresarial no gustó a las autoridades académicas que, tras amonestarle en varias ocasiones, acabaron expulsándolo.

De vuelta a casa, Robert decidió, mientras trabajaba de recadero en un almacén, que su verdadera vocación era explotar a las mujeres y a ello dedicó todos sus esfuerzos a partir de entonces. Con mucho éxito, todo hay que decirlo.

Se mudó a Chicago, convenció a una mujer para que empezase a trabajar para él y comenzó a frecuentar a los chulos más importantes de la época. Hombres negros que vivían en un mundo de lujo que no estaba al alcance ni siquiera de los blancos y en el que abundaba el dinero, los coches exclusivos fabricados por encargo, la ropa cara, los abrigos de piel, las mascotas exóticas, las joyas y la comida más exquisita cuando tenían hambre, que no era muy habitual habida cuenta de las ingentes cantidades de heroína y cocaína que consumían.

De hecho, fue la cocaína la que le otorgaría al autor el mote de Icerberg Slim cuando, totalmente colocado de dicha sustancia, Robert ni se inmutó cuando un borracho le voló el sombrero de un balazo.

Esa actitud hierática, además de proporcionarle respeto entre sus prostitutas y sus colegas, suponía también un actitud reivindicativa que pretendía acabar con el prototipo del negro sonriente, tan habitual en las plantaciones y en otros ámbitos de la sociedad en los que los blancos tenían potestad, como los tribunales.

Durante más de dos décadas, Iceberg Slim vivió de las mujeres de forma muy holgada y sin ningún remordimiento. Sin embargo, tras una temporada en prisión de las varias que tuvo que pasar allí, Slim decidió dejar el negocio.

Tenía cuarenta años y decía que ya estaba mayor para ser engañado por las prostitutas jóvenes. Un dato interesante que explica bastante bien la relación que los chulos establecen con las prostitutas: en un alarde de machismo, misoginia y sonrojante autojustificación, los explotadores se consideran víctimas y constantemente engañados por las mujeres. «Para un chulo él mismo es su mejor compañía –explica Iceberg Slim en Pimp–. Su vida es lo bastante rica ingeniándoselas y maquinando para ser más listo que las putas».

Lo primero que Iceberg Slim hizo al mudar de vida fue cambiar de nombre por el de Robert Beck, usando el apellido de un antiguo amante de su madre, el único de todos ellos que lo trató bien. Encontró empleo en una empresa de de control de plagas, comenzó una relación con una mujer y tuvo tres hijas.

Fue su mujer la que le animó a escribir sus memorias. Una labor que comenzaría con ayuda de un escritor profesional al que acabaría despidiendo cuando se enteró que su participación provocaría una merma en sus derechos de autor. En tan solo tres meses acabó el manuscrito y en 1967 vio la luz la primera edición de Pimp.

Según afirma Irvine Welsh, autor de Trainspotting, en el prólogo de la edición de Capitán Swing «Iceberg Slim hizo por el chulo lo que Jean Genet hizo por el homosexual y el ladrón, y William Burroughs hizo por el yonqui: articular los pensamientos y sentimientos de alguien que ha estado ahí».

El escritor escocés no se equivoca. El manuscrito de Pimp rezuma verdad, crudeza y una narración al margen de juicios y valoraciones morales. Además, muestra un alucinante uso del lenguaje y un ritmo que hace que su interés literario vaya mucho más allá de mostrar lo exótico o lo desconocido a aquellos lectores, negros o no, que jamás podrían imaginar que eso que se cuenta está sucediendo a apenas unas calles de su casa.

El éxito de Pimp, con más de dos millones de copias vendidas en 1973, hizo que Iceberg Slim –o Robert Beck– continuase escribiendo. En los siguientes años publicó varias novelas en las que mostraba la realidad de la comunidad negra y contaba cómo la comunidad negra ejercía contra sus propios miembros la misma esclavitud y abuso que los blancos ejercían sobre ellos.

Estos razonamientos hicieron que Iceberg fuera acercándose a las tesis políticas de movimientos como los Panteras Negras, que nunca vieron con buenos ojos su militancia a consecuencia de su pasado. Sus novelas tampoco ayudaban, pues en ellas no hay un arrepentimiento hipócrita y su crudeza hace difícil delimitar lo que es literatura y lo que podría ser exaltación de la explotación de mujeres.

A medida que aumentaba el éxito literario, Slim amplió sus actividades creativas. Algunos de sus libros fueron llevados al cine y grabó un disco de spoken word acompañado por el Red Holloway Quartet. Su título era Reflections, y en él leía fragmentos de Pimp con un admirable uso del argot y con mucho swing o, tratándose de palabras, con un flow que ya quisieran muchos raperos actuales.

De hecho, las nuevas generaciones de jóvenes negros han reivindicado la figura de Iceberg Slim como pieza destacada de la cultura afroamericana. Artistas como Ice Cube o Ice T se inspiraron en Iceberg para tomar su nombre artístico, e incluso Ice T produjo el documental Iceberg Slim: Portrait of a Pimp, en el que se narra su vida a través de testimonios de amigos y admiradores entre los que se encuentra Quincy Jones.

Guste o no guste, Pimp es un referente de la literatura underground en general y afroamericana en particular. La realidad que se cuenta en sus páginas y la forma misma de contarlo solo podía ser narrada por un testigo de primera mano. Cualquier otro acercamiento sonaría impostado, falso y, lo peor de todo, maniqueo.

Pimp es definitivamente «el libro del chulo», un texto al que continuamente se refieren los proxenetas negros en sus conversaciones. Un libro mítico que habría sido escrito por esclavos negros y que sería el ABC de la trata de blancas. Un libro al que Pimp supera con creces gracias a los consejos que Iceberg Slim da para todo tipo de situaciones.

Sin ir más lejos, les dejamos con uno de ellos, que tal vez pueda serles muy útil uno de estos fines de semana.

1.- Nunca se lleva nada de droga en las botas. Se lleva en las manos para poderlo tirar en cualquier ocasión.
2.- Cuando te pares en un sitio, la guardas en algún lugar de la calle. Si llega la policía y la tienes encima, podrías tirarla dentro del coche o la casa de aquel en los que estás, metiéndole en un lío.
3.- Siempre es mejor que te crujan el lomo por haber perdido la droga a que te pille la policía con ella.

De nada.

Autor del artículo: Eduardo Bravo

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