En ‘Océanos sin ley’, el reportero Ian Urbina hace un inquietante y entretenido retrato de todos los personajes de nuestros océanos, indagando en el esclavismo en los pesqueros furtivos, en la gestión de las banderas, los piratas, los polizones y también la solidaridad de los hospitales flotantes. Una lectura muy recomendable cuando hoy se celebra el Día Mundial de la Pesca
“Una peculiar anomalía del mundo moderno: consideramos que todo centímetro de tierra tiene dueño y todo país, al menos finge estar gobernado por el derecho; sin embargo, con apenas alejarnos 13 millas náuticas de la orilla en una barca, nos encontramos de pronto en ‘alta mar’, fuera del alcance de las autoridades. Como el propio mar, la legislación marítima es opaca”. Así arranca el capítulo 5 de Océanos sin ley, un libro de Ian Urbina, publicado en inglés en 2019 y que acaba de aparecer en español (publicado por Capitán Swing).
Son unas potentísimas 500 páginas que se leen igual que como se disfruta la más entretenida serie de televisión, porque el reportero recaba testimonios demoledores de la aventura en alta mar, pero también explica el marco jurídico y geopolítico de cada episodio, a la vez que recupera las crónicas de quienes vieron y oyeron o sufrieron en directo situaciones desconocidas para el resto de los mortales, en todas las ocasiones en que él mismo no pudo estar presente.
Así, cada capítulo/reportaje entre los 15 que contiene el libro, nos permite hacernos un panorama completo de muy diferentes asuntos, incluidos los detalles más jugosos o inquietantes de la vida personal del autor y los entretelones del oficio, así como de sus protagonistas, todos de la vida real.
“Lo que sabemos de los océanos es escandalosamente poco. La mitad de la población del mundo vive hoy a menos de 150 kilómetros del mar; las navieras transportan en torno al 90% ciento de las mercancías del planeta. Más de 56 millones de personas trabajan en todo el mundo en pesqueros”, afirma Ian Urbina
Ian Urbina –un periodista de investigación que colabora habitualmente con The New York Times o National Geographic– viajó 400.000 kilómetros para compilar estos retazos de agitada existencia en el mar.
Su expedición de expediciones le llevó 40 meses, significó tomar 85 vuelos a 40 ciudades de todos los continentes y mojarse en los cinco mares. Todo empezó con una serie de reportajes que giraban en torno a la escasez de protección y legislación de todo tipo que padecen nuestros océanos, para el periódico neoyorquino, y siguió con una excedencia que le permitió a Urbina dedicar más de un año exclusivamente al libro.
Casi desde el principio tuvo claro que si ponía el foco en los derechos humanos y laborales aflorarían, necesariamente, los problemas vinculados con la biodiversidad y la degradación del medio ambiente.
“Aunque no es del todo riguroso describir el océano como un lugar sin ley, es sin duda una confusa maraña de jurisdicciones, tratados y leyes nacionales pleiteadas a lo largo de siglos de viajes y comercio marítimo. Determinar si una actividad constituye un delito en el mar depende, a menudo, en cierto sentido, de en qué lugar del agua suceda”.
Así abre Urbina el capítulo en el que describe las travesías del barco Women on Waves (Mujeres en las olas), de bandera austríaca, y capitaneado por la médica Rebecca Gomperts, que se dedica a ayudar a mujeres de países donde la interrupción voluntaria del embarazo es un delito penado con la cárcel. En aguas internacionales, un barco es una embajada flotante en cuyas partes rige la legislación de la bandera con la que navegue, según explica el periodista.
En este caso, Urbina cruza esta frontera de ser hombre en un barco de mujeres para contar un acto de solidaridad, pero también se adentra en los territorios más abyectos de la mezquindad de la pesca furtiva, que esquilma recursos y se sirve de trabajo esclavo, la vigencia de la piratería o los padecimientos de los polizones que surcan el mar encerrados.
Un mar sin Poseidón
Urbina no nos deja ensoñarnos con actos heroicos entre olas gigantes contados con benevolencia. No nos deja recordar a aquellos autores legendarios como Verne o Hemingway, porque aquí nada tiene el halo de una aventura del pasado sino la pasión del presente, intrincado, de actualidad política, convincentemente real y, sin embargo, tan atractivo como una fábula.
El dios Poseidón está ausente de nuestros mares. Por lo que en Océanos sin ley nada es mitológico, todo está rigurosamente documentado y tan bien contado que dan ganas de seguir y seguir leyendo. Este es el caso del impactante relato de la persecución de meses de uno de los arrastreros que Interpol tenía en sus listas de delincuentes internacionales irredentos en el sector de la pesca. Los justicieros que se adentraron en aguas antárticas para darle captura fueron los miembros de la organización ecologista Sea Shepherd, que financia su actividad con aportaciones de rutilantes figuras del show business, como Sean Penn, Uma Thurman, Martin Sheen o Mick Jagger, entre otros.
“El reportero tuvo claro que si ponía el foco en los derechos humanos y laborales aflorarían, necesariamente, los problemas vinculados con la biodiversidad y la degradación del medio ambiente”
Urbina pudo sumarse a parte de ese electrizante recorrido de las dos embarcaciones de la Operación Icefish (por el nombre en inglés de la merluza negra), ideada por esta suerte de fuerza policial ecologista, donde se sucedían las discusiones por radio entre capitanes, las maniobras peligrosas, el acoso y los enigmas.
Los activistas de Sea Shepherd pretendían reunir pruebas inculpatorias para llevar al barco pesquero a los tribunales, en tierra, pero la travesía marítima les tenía reservada bastante más acción en las banquisas.
La climatología, las olas de 30 metros, el encierro, el maltrato, la avaricia y la crueldad se tornan infernales en ciertas latitudes, y todo ello está reflejado en el relato. “Según un viejo proverbio marinero, por debajo de los 40 grados de Latitud Sur no hay ley, más allá de los 50, tampoco Dios”, dice Urbina. Y agrega: “durante esta persecución, los dos capitanes habían recorrido miles de millas náuticas en los Diabólicos 60 y se dirigían al norte, hacia lo que los marineros llaman los Rugientes 40 y los Furiosos 50”.
Como en las películas de la mafia, también en los casos que involucran a criminales del mar, de tanto en tanto, suele caer algún pez gordo, pero siempre por faltas bastante leves. En este reportaje del que no adelantaremos el final, no faltan nombres propios e, incluso, entre los coprotagónicos, aparecen Galicia y algunos armadores de apellido español.
Hay piratas
“Lo que sabemos de los océanos es escandalosamente poco. La mitad de la población del mundo vive hoy a menos de 150 kilómetros del mar; las navieras transportan en torno al 90% de las mercancías del planeta. Más de 56 millones de personas trabajan en todo el mundo en pesqueros y otras 1,6 millones en cargueros, petroleros y otros tipos de buques mercantes. Y, sin embargo, el periodismo en este campo es una rareza, excepto por la noticia ocasional de piratas somalíes o vertidos masivos de petróleo. Para la mayoría de nosotros, el mar es solo un lugar que sobrevolamos (…) Aunque puede parecer enorme y todopoderoso, es vulnerable y frágil”, explica el autor.
“Según un viejo proverbio marinero, por debajo de los 40 grados de Latitud Sur no hay ley, más allá de los 50, tampoco Dios”. Ian Urbina
Ante tan abundante espacio físico y simbólico, en el que hasta los países sin salida al mar pueden vender derechos para navegar con su bandera, los piratas dominan la escena (y no se parecen en nada a Johnny Depp). Hay robos entre barcos, colisiones (por embestidas adrede), capitanes ebrios y autoritarios que llegan a asesinar a sus grumetes, agresiones sexuales y guerras como la del calamar, que se libran a menudo en aguas circundantes a Malvinas.
La inmensidad del Índico o el Pacífico también propician acciones cotidianas como embarcar a jóvenes huérfanos o endeudados del sudeste asiático, que no tienen otra salida y se convierten en rehenes, porque entregan sus pasaportes y hasta sus certificados de escolaridad a quienes los reclutan, quién sabe por cuánto tiempo o para qué. Intentar escapar de esos avernos puede significar literalmente viajar con una correa metálica al cuello, atado de una cadena a un poste.
El autor navega entre emociones fuertes pero sabe rebajar la tensión del lector con historias amables (como que Google trabaja en la construcción de centros de datos que utilicen el agua de mar para refrigerar los servidores y evitar tanta climatización en tierra), narraciones esperanzadoras o hilarantes, como la del hombre excéntrico que fundó un país en una plataforma herrumbrada en la costa de Inglaterra, en el mar del Norte. Es el Principado de Sealand, con bandera, escudo de armas y títulos nobiliarios a la venta, a partir de 29,99 libras esterlinas.
El libro –best seller de The New York Times– contiene ilustraciones y fotografías que amplían la valiosa información que nos aclara qué otras redes, además de las de pesca, se lanzan al mar, sin que nadie las vea. El texto ha sido traducido por Enrique Maldonado.
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