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Humor, ciencia y aventuras entre monos salvajes

Por hoyesarte.com  ·  19.07.2016

El doctor Robert Sapolsky (Nueva York, 1957) no es Indiana Jones pero casi. No maneja el látigo pero dispara dardos anestésicos con la puntería del francotirador más curtido. Cuando no fatiga libros de ciencia en la universidad busca aventuras en tierras llenas de peligros y como el personaje de las películas de Steven Spielberg gasta un humor peculiar para las situaciones más peliagudas.
Ahora que se publican con cuentagotas libros de aventuras en los que el protagonista se juega la vida en un país remoto, llega el profesor Sapolsky y nos entrega sus asombrosas memorias como neurocientífico en Kenia rodeado de babuinos, esos monos que son como “osos de algodón, redondeados y musculosos” cuyo comportamiento estudió durante muchos años.

La de Sapolsky es la historia de un crío neoyorquino que en lugar de dar la castaña a sus padres para que lo lleven al cine o a un parque de atracciones, suplica por una visita más al Museo de Historia Natural. Imagina su vida futura rodeado de gorilas salvajes cuando contempla fascinado maquetas de la selva africana. Crece escribiendo cartas a primatólogos, entre ellos a la legendaria Dian Fossey, leyendo manuales sobre estos asuntos y siguiendo un curso por entregas de la lengua africana swahili. El adolescente Sapolsky no concibe un refugio mejor para vivir que hacerlo en medio de la naturaleza más indómita. Una obsesión con la que fantasea sin cesar. Un sueño que acaba haciéndose realidad en 1978.

Con apenas veinte años y como en las mejores películas del género, su avioneta aterriza en plena tormenta esquivando manadas de cebras y ñus en una región de Kenia elegida para poder acceder a alguna especie de monos salvajes que no se encuentre en vías de extinción. Los babuinos reunían ese requisito y a todos ellos les puso nombres sacados del Antiguo Testamento. Salomón, Isaac, Raquel, Ezequiel, Lía, Débora, Nabucodonosor, Betsabé o Ruth pasan a formar parte de su vida veinticuatro horas al día. Será objeto de los timos más variados en el país africano y comprobará apenado que el swahili aprendido en casa a duras penas le sirve para entender y hacerse entender.

El punto de partida de su investigación fue averiguar por qué unas personas resisten mejor el estrés que otras, por qué algunos organismos y mentes hacen frente a la tensión más eficazmente. Buscó el nexo existente entre la conducta social del babuino, su estatus social, su vida emocional y las enfermedades que contrae. Descubre así que el rango es determinante y que los machos de categoría inferior corren mayor riesgo de desarrollar enfermedades asociadas al estrés. Aún más relevante le resultar observar la influencia del tipo de sociedad en que viven: el perfil hormonal también cambia en épocas de inestabilidad. Eso explica la importancia que supone disponer de una red de relaciones sociales y medios para sobrellevar los malos momentos.

Pero Sapolsky es un culo inquieto y alterna sus observaciones sobre el terreno del mundo animal con peligrosas excursiones a Sudán y Uganda, donde será testigo directo del derrocamiento del cruel y sanguinario Idi Amin. Experimentará las sensaciones propias de un secuestro a cargo de una panda de locos somalíes y navegará hacinado en una barcaza por el Nilo sin saber cómo defecar y desesperado por llevar como única distracción para el viaje una novela de Thomas Mann.

Memorias de un primate es un libro maravillosamente escrito. Claro, ameno y divertido pero también emocionante y triste, con sus dosis de tragedia animal e incluso de pasión conyugal. Una obra muy personal de amor a África y a sus gentes, incluida esa tribu tan fotogénica conocida como los masai. Vecinos de Sapolsky durante todos sus años de investigación sobre el terreno, el autor nos confirma la verdad de las historias que rodean a ese pueblo seriamente convencido de que todas las vacas del planeta les pertenecen. Altos, delgados e imponentes, diestros con lanza y alimentados casi exclusivamente de sangre y leche de vaca, consideran a Sapolsky un dios: el dios de los antibióticos.

El amigo capaz de curarles casos de conjuntivitis a los que refiere como ojo de vaca masai (“las moscas se pasean por encima de las boñigas de las vacas, luego se posan en los ojos de los masai y adiós ojo”). No hay descubrimiento que no pase por el tamiz de su irreverente sentido del humor, como enterarse de que las elefantas tienen tetas, o sea, no una hilera de tetillas, sino unas mamas bien voluptuosas con canalillo y todo, o que los babuinos machos se tiran del pene cuando se encuentran casualmente para mostrar su confianza entre ellos, o que no cabe considera que haya verdadera amistad entre este tipo de primates hasta que no se muestren capaces de establecer una relación ajena al sexo.

Autor del artículo: Luis Pardo

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