“No, estimado lector, no es mi propósito contarle cómo abro cerrojos, cómo escapo de una celda en cuyo interior he sido encerrado, tras haber sido desnudado por completo y maniatado con pesados grilletes. No es mi intención contarle en este libro cómo escapo del baúl o de la caja fuertemente atada y claveteada en la que he sido confinado, ni cómo descerrajo cualquier esposa reglamentaria que pueda fabricarse. No todavía. Puede que algún día lo cuente, y entonces lo sabrá. Por el momento, prefiero que todos aquellos que me vean saquen sus propias conclusiones”. Publicado originalmente en 1906, Cómo hacer bien el mal no es por tanto un tratado donde Harry Houdini (1874-1926) enseña los bolsillos de su chaqueta al público y revela los trucos que lo convirtieron en el mago más famoso del mundo. Pero en él demuestra ser un escritor tan astuto como ilusionista.
Fruto de entrevistas con delincuentes y agentes de policía, de recortes de periódico y de sus propias lecturas, este libro publicado por Capitán Swing es una recopilación de textos en los que, el autodenominado “Gran Auto-Liberador, Rey Mundial de las Esposas y Escapista de Prisiones”, deja en evidencia los métodos utilizados por pillos, carteristas, estafadores y otros profesionales de lo ajeno a la hora de cometer sus crímenes. Como los buenos magos, los buenos ladrones deben conseguir que su víctima mire a la luna y no al dedo que la señala, porque ése es el que tiene que trabajar sin ser visto. La labia hace milagros, o mejor: hace creer en milagros.
Algunas notas biográficas de Houdini ofrecen pistas sobre la escuela donde aprendió a ser tan ágil con las manos como con la palabra. Cuando tenía nueve años entró como aprendiz de un mecánico, poco después se escapó de casa, se unió a un circo “y pronto aprendí a ofrecer espectáculos de marionetas de cachiporra, ejercer de ventrílocuo y hacer de payaso en los bares. También echaba una mano en la orquesta, a saber, tocaba los platillos. De esta forma adquirí la experiencia que posiblemente me preparó para adentrarme en el mundo del Rey de las Esposas y Escapista de Cárceles, título que me he ganado justamente”.
Contra los malos
El ladrón y el mago son tan buenos moviendo las manos como reventando cerraduras, no digamos ya escapando de cárceles. Los hay que usan artilugios trucados dignos de un espectáculo de magia: sofisticadas maletas que sirven para robar otras maletas mientras se espera al tren en un andén, brazos falsos, baúles y hasta sofás manipulados para que en su interior quepa un adolescente o una mujer menuda, que serán los encargados de desplumar a los incautos en su propia casa.
Houdini reconoce que escribió Cómo hacer bien el mal para “salvaguardar al público contra las prácticas de las clases criminales, desvelando sus diferentes trucos y explicando los diestros métodos de los que se valen para defraudar”. No busquen paralelismos, por clases criminales se refiere a las marginales no a las poderosas con cuentas en Suiza. Esas sí que tienen bien ensayado el truco: con chasquear los dedos y hacer desaparecer montañas de monedas, tamaño tío Gilito. El mago confía en que su experiencia valga, además, para colocarse “en una posición en la que sea menos propenso a convertirse en víctima”.
Por el camino, eso sí, Houdini se permite el lujo de desvelar algunos de sus secretos con cuerdas, cadenas y demás instrumental, si bien adelanta que “se puede decir que NO SALE A CUENTA LLEVAR UNA VIDA DESHONESTA, y para aquellos que lean este libro, aunque les informe sobre Cómo hacer bien el mal, sólo les puedo decir una cosa, en tres palabras: NO LO HAGAN”. Las mayúsculas son suyas.
Los buenos magos, buena promoción
Además del rey de los magos, Houdini fue también el rey del márketing y del autobombo un siglo antes de que los virales nos robaran las mañanas procrastinando. Era una showman y un fabricante de marca. Pecó de vanidoso y atacó sin piedad a imitadores y estafadores, especialmente a los que practicaban el espiritismo, como los médiums y videntes. Fue un rey autodidacta que cultivó su intelecto e invirtió gran parte de su fortuna en una espléndida biblioteca.
En la parte central del libro, Houdini da consejos a magos. Lo básico es tener buenos modales y altas dosis de persuasión. Como experto publicitario que era, consideraba que el éxito de la actuación no dependía tanto de la ejecución del truco, sino de “cómo se comunica”. Cómo abordar al público es lo más importante y si los magos no suelen alcanzar el estrellato, escribe Houdini, es porque “creen que todo lo que tienen que hacer es disponer sus artilugios sobre la mesa y saltar de un truco al siguiente”.
“El experimento y los artilugios son secundarios”, suelta. Lo que tenga que decir, dígalo con convencimiento, como si creyera en su propio milagros, aconseja. Si encima se aporta un poco de humor a la representación, mucho mejor.
Houdini el escritor
Lo que sigue es un viaje en el tiempo, una vuelta a la época en que las ciudades eran un hervidero de personajes fascinantes, de falsos hombres-elefante y charlatanes vendedores de crecepelo, antes de que la magia y el misterio fueran barridos por completo de la faz de la tierra, dejándonos como estamos. Algo aburridos.
Muchos de los artículos de Houdini parecen estar planteados al lector como un relato de misterio, como un desafío en el que él juega el papel detective que debe resolver un robo, con esa mezcla de gélida profesionalidad y teatralidad en la puesta en escena típica de los sabuesos de la literatura. En alguna ocasión el propio Houdini llega de disfrazarse con bigote y peluca falsos para ello, algo en lo que Sherlock Holmes le llevaba ventaja. La conexión del mago con Conan Doyle fue por tanto también literaria, no se limitó a su amistad ni al texto que padre de Holmes escribió sobre él (El enigma de Houdini, también incluido en el volumen que se publica ahora).
Lo que les separó fue la manera de enfrentarse a lo paranormal. El paciente, y más bien crédulo, Doyle estaba convencido de que los poderes de Houdini tenían “naturaleza psíquica” y que eran “un don de dios”, e incluso de que la muerte del mago había sido una especie de venganza de “otras fuerzas que escapan al control humano” ante los esfuerzos de Houdini por desacreditarlas.
No en vano ya le venían avisando desde hacía un tiempo con diferentes señales. Para Doyle, la “profecía” terminó por cumplirse y Harry Houdini, que aprovechaba cada oportunidad que tenía para “ridiculizar algo que yo considera una causa sagrada”, murió envuelto en el mismo misterio con el que trabajó durante su vida.
El arte de escapar
La conexión de Houdini con Lovecraft nació de un encargo del fundador de la revista Weird Tales en 1924, que intuyó con olfato que incluir al popular mago en su publicación podía relanzarla y atraer a los lectores. Entre otras colaboraciones, el acuerdo con Houdini incluía la publicación de algunas historias bajo su nombre aunque escritas por otros. Lovecraft fue el negro, y de la mezcla de una supuesta experiencia vivida por Houdini en El Cairo y la imaginación alucinada del escritor de Providence nació el relato Bajo las pirámides, que abre de manera magistral esta edición de Cómo hacer bien el mal.
En él, un Houdini fascinado con los misterios de Egipto, un país “oscura cuna de civilización” y “manantial de horrores y maravillas innombrables”, es secuestrado, atado e introducido en lo que parece ser un templo en la meseta de Guiza, con el objetivo de demostrar que podía salir de semejante laberinto con vida.
El mago se enfrenta allí a un “espeluznante suplicio”, marca de la casa Lovecraft: construcciones ciclópeas, espacios mohosos, anormalidades malignas, “nauseabundos vacíos inferiores” y otras experiencias de horror cósmico y amorfa hechicería, que describe como “el éxtasis de las pesadillas y el súmmum de la crueldad extrema”. Ni que decir tiene que, en su relato, consiguió escapar de ahí abajo.
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