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Historia simple de una mujer simple

Por CTXT   ·  10.03.2017

Prólogo de ‘Mujer en punto cero’, novela de la escritora y activista egipcia Nawal El Saadawi

Escribí Mujer en punto cero hace cuarenta y cinco años o más. Vivía en mi antiguo piso de Guiza, mientras el Gobierno egipcio me molestaba a mí y a mi familia repetidamente, una práctica puesta en marcha desde que decidí coger el bolígrafo y relatar las desgracias de las mujeres y las chicas en Egipto, desde que vinculé la represión psicológica y corporal con la represión social, política, económica, cultural, religiosa y moral. La persecución del Gobierno hizo que perdiera mi trabajo en el Ministerio de Sanidad, lo que en realidad fue una liberación de la cárcel que supone ser funcionaria pública, liberando también mi tiempo para poder pensar, contemplar y escribir literatura, además de hacer investigaciones sobre las mujeres en el campo de la salud corporal, psicológica y social. Una de esas investigaciones me llevó a la cárcel de mujeres al norte de El Cairo, donde conocí a la protagonista de mi novela Mujer en punto cero.

Nombré a la protagonista Fardous, no recuerdo su verdadero nombre, pero tengo su rostro grabado en la memoria, sobre todo sus ojos. No sucede a menudo que los ojos permanezcan tanto tiempo sin perder el brillo. Ya ha pasado medio siglo desde que la encontré en la cárcel de mujeres cuando investigaba los porqués de la neurosis en la vida de las mujeres. La investigación me llevó a descubrir que un alto grado de inteligencia y consciencia puede estar vinculado a la neurosis. La investigación me hizo ver que las mujeres creativas son más sensibles y conscientes de la coerción que les rodea, haciéndolas más vulnerables a la rabia, la preocupación y la neurosis que aquellas que los psiquiatras y las sociedades califican de “normales”. Estas son capaces de conformarse con la opresión, pensando que es la voluntad de Dios, quien hizo al hombre y a la mujer, asignándoles roles a cada cual, dictando que las mujeres se ocupasen de la cocina y la limpieza, y los hombres del pensamiento y la escritura.

Fardous era demasiado inteligente, sensible y creativa para conformarse con ese rol. A pesar de pertenecer a una familia pobre y de no tener estudios muy avanzados, tenía una habilidad innata de comprehender y de ver los significados de las cosas que sucedían a su alrededor. Significados que no pueden ver aquellas mentes oprimidas por un sistema de educación religiosa y política autoritaria que mata la creatividad desde la infancia.

Ella me era muy familiar desde nuestro primer encuentro, como si hubiera escuchado su voz en otra vida, o hubiera visto su cara en el momento en el que nací, como si su cara fuera la de mi abuela o la de mi madre, que murió hace años, o como si fuera la cara que apareció la primera vez que me miré en el espejo.

Me senté en el suelo de su celda mirando sus ojos fijamente, sin parpadear, escuchando su historia, hora tras hora, sin sentir el frío del cemento ni el paso del tiempo. Su historia me asombró y no me asombró a la vez, me era familiar como si la conociera antes de nacer y también era extraña y pasmosa.

Nos juntamos solo una vez. Supe más tarde que fue ejecutada por asesinato. Fardous asesinó a un grosero proxeneta que la iba a matar, pero ella fue más rápida e inteligente, arrebatándole el cuchillo de las manos y clavándoselo. Si la ley fuera justa, Fardous sería considerada como inocente, ya que se estaba defendiendo y mató para no morir. Pero la ley nunca puede ser justa en una sociedad clasista-patriarcal-colonial-religiosa-racista que discrimina a la gente según clase, color, sexo, religión, nacionalidad, lengua, etc. Es nuestro mundo, donde el 99% tiene todo y el 1% sobrevive al límite, pero millones de personas de todos los pueblos se están manifestando en contra, de norte a sur y de este a oeste.

La historia de Fardous es una historia simple de una mujer simple que soñaba con la justicia, la dignidad, el amor y la libertad. Pero en nuestro mundo actual, corrupto y autoritario, el amor sincero es más peligroso que una bomba atómica, porque tiene el potencial de destruir el cemento de las mentiras que se han acumulado a lo largo de la historia, desde la culpabilización de nuestra madre Eva; el potencial de desenterrar la verdad escondida bajo tierra durante miles de años.

Por eso no pude publicar la novela tras acabarla. La rechazaron todas las editoriales de Egipto, incluso la mujer que lideraba el movimiento femenino en aquel entonces, quien era editora jefa de la revista de mujeres Eva. Esta me llamó expresamente para decirme que no permitiría bajo ningún concepto su publicación, que la novela no podía considerarse literatura y que fomentaba además el vicio y la prostitución. Le di las gracias y colgué el teléfono. Enseguida empecé a contactar con editoriales en Beirut. Líbano era el país árabe más liberado de las cadenas impuestas sobre la libertad de pensamiento y expresión porque no era precisamente un país, sino un puerto libre en la orilla del Mediterráneo que como cualquier otro puerto capitalista patriarcal y religioso ejerce el libre comercio con todo, desde las piezas de coches hasta el alcohol, el sexo, el arte, la filosofía, las religiones y sus diferentes confesiones.

De este modo Beirut se convirtió en los pulmones de escritores, pensadores y científicos de lengua árabe que eran censurados en sus respectivos países, tal y como era mi caso. Durante medio siglo fue ahí donde publiqué todos mis libros y novelas. Entre las editoriales libanesas había mucha competencia para publicar mis trabajos, incluso se copiaban y distribuían mis obras ilegalmente, sin permiso, sin otorgarme beneficio, a través de mafias editoriales. Fue de esta manera que gané millones de lectores y lectoras a lo largo de los países araboparlantes.
Los beneficios materiales son muy importantes, pero más importante aún es el legado humano y que los autores y autoras sean queridos por millones de lectores y lectoras. En muchas ocasiones me bastaba escuchar de muchos jóvenes decir que algún libro mío les cambió la vida.

El Gobierno egipcio me sancionó desde finales de los sesenta prohibiendo mis publicaciones. A principios de los setenta, tras censurar mi libro La mujer y el sexo, me echaron del trabajo, y ordenaron cerrar la Asociación de Cultura Sanitaria que fundé, retirando del mercado la revista de la asociación de la cual yo era editora. Todo ello por atreverme a escribir sobre las desgracias privadas y públicas, corporales e intelectuales de las mujeres vinculando las distintas represiones (la sexual, la religiosa, la económica, la política y la social). La represión continuó hasta principios de los ochenta culminando en mi encarcelación. Más tarde cerraron la organización que cofundé junto a otras mujeres egipcias y árabes, la Asociación de Solidaridad de las Mujeres Árabes, y su revista Nun, de quien era jefa de edición. Más tarde empezaron las amenazas de muerte e incluyeron mi nombre en la lista de liquidaciones, lo que me empujó a abandonar el país, ingresando en el exilio en los noventa hasta principios del siglo XXI. Mientras tanto las demandas de Al-Hisba (El Castigo) en contra mía y de mi hija seguían su curso en los tribunales, continuaron también los intentos de separarme de mi ex-marido por la fuerza, así como la persecución y las amenazas a mis hijos. Eso fue parte de lo que me hicieron y de lo que sabe hacer muy bien todo Gobierno desde los tiempos de la esclavitud.

Empecé a escribir desde que era niña un diario secreto, que escondía debajo de la cama. Escribí mi primera historia cuando tenía 13 años, se titulaba “Diario de una niña llamada Souad” y no paré de escribir hasta ahora, que estoy escribiendo esta introducción de Mujer en punto cero, narrando la historia de Fardous, que se ha hecho muy famosa y ha sido traducida a muchos idiomas. Incluso me han ofrecido convertirla en una película, pero todavía no he leído un guion que considere a la altura. De los muchos guiones que he leído, nunca he tenido la sensación de que captaran el espíritu brillante y la excepcional personalidad de Fardous. Por otro lado, sí he asistido a obras de teatro que se hicieron de la novela en Francia, Holanda, Australia, Inglaterra, Italia, Noruega, Turquía, India, Sudáfrica y Senegal, pero a pesar de que muchas actrices fueran excepcionales en su capacidad artística de encarnar personajes, seguía sintiendo que Fardous estaba ausente porque ella solo pertenecía a ella misma.

A menudo me pregunto sobre el secreto que hace de una mujer tan corriente alguien tan excepcional. Después de ver a Fardous he visto a muchas otras mujeres que mataron a hombres por motivos similares. También he conocido otras mujeres que trabajaban en la prostitución, pero ninguna como ella. Los elementos que conformaban su personalidad eran diferentes a cualquier otra mujer. Se juntaban características masculinas y femeninas en su ser, una mezcla humana que va más allá de la masculinidad y la feminidad juntas, más allá de la ternura misma. El médico de la cárcel me dijo que su ternura le hacía difícil de creer que pudiera matar a alguien. Yo le respondí que matar también necesita mucha ternura.

Fardous era muy sensible y tierna, pero su ternura no significaba debilidad, sino fuerza, y no rendirse ante la mentira ni ante la injusticia. En su juventud sufrió mucho por la explotación y el engaño. Tenía muchas heridas y sangraba de dolor, pero se rebeló contra todo y decidió curar sus heridas con más rebeldía todavía. Pero ¿cómo venció todo ese dolor? Quizás fue por la escritura y la creatividad, a pesar de no escribir de manera profesional, ni tener renombre, ni publicar. Solo escribía en su celda, le veía su carcelera en la esquina con sus papeles, pero ¿qué escribía? Nadie lo supo porque le separaron de su bolígrafo, después de hacerlo de sus escritos, y después separaron en la horca su cuerpo de su cabeza.

Unos días antes de su ejecución me contaba su historia, y no me dejaba interrumpir ni preguntar, quizás porque sabía que sus horas ya estaban contadas y que el mundo tiene que escuchar su historia. Me pidió que le hiciera vivir a pesar de su muerte, a través de la escritura. La escritura que hizo que vivieran todos los dioses y profetas más allá de la muerte. ¿Acaso hubieran seguido vivos profetas como Moisés, Jesús y Mahoma si no fuera por libros como la Torá, la Biblia y el Corán? Reescribí su historia en dos semanas, y decidí publicarla a pesar de todo, decidí que no debe morir y que tiene que vivir como los dioses y profetas, y que a pesar de prostituirse tenía más honor que los profetas y que los santos.

Recuerdo sus últimas palabras. Me dijo: “Sí, soy una mujer peligrosa a la que deben matar. Sé por qué me temen. Yo desenmascaré su horrible realidad y no me van a matar porque maté. Ellos matan a diario bajo el nombre de Dios, el amor, la paz y la justicia; ellos practican la prostitución bajo el nombre del matrimonio, el amor y la virtud; ellos roban y saquean bajo el nombre de la ley y la legalidad internacional. Me matan para no destapar sus secretos ocultos. Me sentencian a muerte porque saben que he vencido ya la muerte y he vencido mis heridas de sangre roja con tinta negra; me impusieron la deshonra y la convertí en orgullo; me quitaron el clítoris en el nombre de la pureza y la circuncisión, y exhibí mi cuerpo amputado con mucho orgullo. Me obligaron a vender mi cuerpo en el mercado de la prostitución y les puse el precio más alto. No escondí mis defectos ni mis heridas como hacen las esposas, las madres y las mujeres oprimidas, sino que empecé a visibilizar mis dolores con audacia y con el mismo descaro que muestran ellos. Así convertí la sangre de mis heridas en tinta para escribir mi historia. Me sentencian a muerte porque me temen. Mi vida significa su muerte y mi muerte para ellos es la vida. Lo único que nos esclaviza es nuestra voluntad de seguir viviendo. Me dijeron que escribir una petición al presidente de la república demandando el indulto haría que este me perdonara y me dejara marchar, pero les respondí preguntando: ¿cómo pediría perdón al más grande de los criminales?, y me amenazaron con cortarme la lengua antes que el cuello. Tu delito es la lengua, me dijeron. Sí, porque la lengua es la que dice la verdad o la mentira, la lengua es la que cubre o descubre la verdad, respondí. La verdad es simple y evidente y en su misma simpleza yace su poder y fuerza. La sinceridad necesita valentía igual que la muerte, la sinceridad mata igual que la muerte. Yo maté con la sinceridad, no con el cuchillo, y por eso me temen y aceleran mi ejecución. Ya no temo a la muerte, y escupo en la cara del rey, del presidente, del juez, del médico, del abogado, del militar, del policía, del sacerdote y del santo. Escupo en la del proxeneta en todas sus profesiones, aquel que conduce a la prostituta hacia la cama de su majestad, el rey virtuoso, por Dios y por la patria”.

Esas fueron sus últimas palabras, y se cortó su voz tal y como desaparecen las voces en los sueños, y me encontré como quien anda sonámbulo. Mi vida cambió desde entonces y empecé a darme cuenta de la falsedad de mi vida, de mi matrimonio y de todo lo que hago. Empecé a rebelarme y a rechazar toda participación en las mentiras tanto de mi vida privada como de la pública. Así empezaron los problemas en mi vida, y en mi trabajo fuera y dentro de casa. Ya no soportaba más la mentira ni la hipocresía, y defendía la verdad a pesar de las consecuencias y el odio de la gente. Cada vez que me siento agotada y con poca voluntad para continuar me acuerdo de Fardous y me pregunto si ella fue más valiente y si continuaría, lo que me empuja a seguir luchando contra las mentiras envueltas en palabras de honor, familia, maternidad, patria, dios, rey y presidente. Mi batalla no fue más fácil que la batalla de Fardous. Perdí mi trabajo, y mi seguridad, me encarcelaron y me exiliaron, me divorcié de tres maridos, me pusieron en listas de liquidación, me demandaron en los juzgados, intentaron retirarme la nacionalidad egipcia, reprimieron a mis hijos y a los miembros de mi familia, deformaron mi reputación literaria y ciudadana, y a pesar de todo no han llegado a sentenciarme con la muerte como sentenciaron a Fardous. ¿Acaso fue ella más valiente que yo, o fueron mis circunstancias y posición material mejores que las de ella?

Fardous no tenía otra arma que su título de bachillerato para luchar contra el autoritarismo y la corrupción, y encontrar un trabajo que le permitiera liberarse del marido y del proxeneta. La pobreza y el desempleo sin duda fueron determinantes en su vida. En cuanto a mí, yo no pasé por la pobreza ni el desempleo, cuando perdí mi empleo enseguida trabajé de médica en mi consulta privada y fue eso lo que me hizo descubrir que esta profesión se basa en el engaño y la comercialización dentro de un sistema edificado enteramente sobre esta misma base. Cerré mi consulta para dedicarme a escribir, pero también la escritura como cualquier otra profesión no es libre dentro de un sistema clasista-patriarcal-religioso edificado sobre el poder, la injusticia y la hipocresía. Por eso era muy coherente que las autoridades censuraran mis libros. Durante mis años de exilio descubrí que vivimos en un mismo mundo gobernado por un mismo sistema corrupto y autoritario que persigue a cualquier persona que intenta decir la verdad. A pesar de todo esto, descubrí también que en mitad de esta realidad oscura, en cada lugar hay un rayo de esperanza que nos enseña el camino y nos da fuerza para seguir. Para mí fue Fardous, mi rayo de luz y de esperanza.

Tengo ya ochenta y cinco años. Vivo sola en mi piso pequeño en el barrio de Shubra en El Cairo. Ya tengo el tiempo, la consciencia y la capacidad para vivir como quiero, para escribir todo lo que ronda mi mente y escribía en mi diario desde la infancia, que sigue siendo mi fuente de inspiración y esperanza. Ya no me importa si me publican o no, si gano dinero o no, ni los premios literarios (incluido el Nobel de Literatura), el único valor en mi vida es seguir escribiendo, seguir rompiendo tabúes y seguir abriendo camino a las mentes asediadas por el miedo al infierno de Dios y a la cárcel del presidente. Las autoridades en nuestro país y en todos los países del mundo ya no pueden parar los libros y artículos dado que vivimos en un nuevo mundo de comunicación donde hay más herramientas que facilitan el compartir y distribuir la información en todo el planeta.

Por decreto del consejo de investigación islámica (de la mezquita de Al-Azhar) siguen prohibidos algunos libros míos en Egipto, como la novela La caída del Imán, y la obra de teatro Dios dimite de la cumbre, pero estas obras ya fueron leídas por millones de jóvenes en las nuevas redes de comunicación. La ciencia ha declarado su victoria sobre los mitos que ocupaban las mentes, sobre los ejércitos, los policías y los espías, abriendo el mundo de la comunicación a todos aquellos que eran pobres y no tenían recursos.

Durante mis años de exilio, comencé a enseñar una nueva asignatura y le di el nombre de “Creatividad y Rebeldía”. Causó mucho entusiasmo en varias universidades, especialmente en departamentos de crítica literaria y estudios feministas. Al ver mi nombre en las listas de los cursos, los alumnos y alumnas se apuntaban enseguida. Cuando les preguntaba por qué elegían mi asignatura había varios motivos, pero el más frecuente era que habían leído mi novela Mujer en punto cero y les había cambiado la vida. Es normal que Fardous le cambie la vida a cualquier chica que sepa de su historia, pero ¿puede también tener el mismo efecto en los chicos? Sí, el número de chicos que afirmaban que su vida había cambiado tras leer la novela era el mismo que de chicas. Hubo quien dijo que las palabras de Fardous le hicieron replantearse la masculinidad, convirtiéndole en humano y no en hombre. Hacía referencia a las palabras de Fardous que le habían marcado especialmente: “Los hombres revolucionarios no son muy diferentes a los otros hombres, al igual que ellos consiguen lo que quieren, los revolucionarios lo consiguen a través de su inteligencia y principios, los otros, a través del dinero. La revolución para los hombres revolucionarios es como el sexo para nosotras, las prostitutas, es una profesión, yo descubrí que mi amado —revolucionario— venía a mi cama cada noche no porque me amaba, sino porque no tenía que pagar nada y porque quería ser el héroe que me salva del deshonor, y cuanto más me hundía yo en la infamia, se hacía él más honorable y victorioso”. Estas palabras de Fardous a lo largo de la novela, decía este estudiante, como el filo de un cuchillo, rompían la máscara de falsedad que se ponía en el nombre de la masculinidad.

Muchos de los alumnos y alumnas me seguían escribiendo tras terminar la carrera, y vinieron a visitarme a casa después de haber vuelto a Egipto. El 11 de febrero de 2011, durante la revolución que derrocó a Mubarak, me encontré con uno de ellos en la plaza Tahrir. Estaba con su esposa, que tenía un brillo en los ojos que me recordaba a Fardous. Él me la presentó con mucho orgullo: es la mujer más valiente del mundo y tu novela fue el motivo que me hizo buscarla. Ella respondía riendo: pero él es igual que el héroe revolucionario en la novela, no para de querer salvarme, pero sin éxito. Él, riendo alegremente, respondió: ¡he aquí la sinceridad salvaje de Fardous!

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