La Memoria Democrática ha remarcado esa necesidad de conocer el pasado para entender el presente. Sin embargo, tendemos a mirarnos el ombligo y circunscribirla a España. ¿Qué sabemos de la primera potencia mundial? ¿Cómo ha llegado EEUU a ser el país que es hoy y cómo se han gestado algunas de sus taras? Capitán Swing acaba de editar en nuestro país Cómo ocultar un imperio. Historia de las colonias de Estados Unidos, del historiador, Daniel Immerwahr. A lo largo de sus cerca de 600 páginas el profesor y director del departamento de Historia de la Universidad del Noroeste nos descubre hechos históricos que fraguaron el EEUU actual.
Immerwahr arranca su relato desde los EEUU de los denominados padres fundadores, cuando éstos intentaron en vano mover a los colonos de manera compacta en la conquista del Oeste, tratando de aumentar su número pero sin acaparar de golpe demasiado sitio. Aquellos planes no llegaron a buen puerto debido a la voracidad de los colonos, de personajes como Daniel Boone, que terminaría siendo enterrado en una tumba sin nombre en 1820 con 85 años porque, pese a lo que representaba, no terminaba de agradar a las autoridades.
En aquellos años de colonización de los territorios continentales del Oeste fue cuando el mismísimo Napoleón quiso vender toda la Norteamérica francesa a los enviados de Thomas Jefferson, pero éste sólo estaba interesado en los puertos de Nueva Orleans y las Floridas y terminaría comprando Luisiana. El avance descontrolado de los colonos desembocaría en diversos problemas, comenzando los organizativos que los fundadores tratarían de resolver con una doble categoría que aún a día de hoy perdura: los Estados y los territorios. Sobre el papel, su intención era que ninguno de los Estados del Atlántico se extendería hasta el Mississippi, mientras que las tierras del oeste pasarían a ser propiedad del Gobierno federal como territorios.
Esta doble categoría ha llegado a la actualidad en los territorios de ultramar, afectando a más de cuatro millones de personas repartidas en territorios como Guam, Puerto Rico, la Samoa Americana, las Islas Vírgenes de EEUU y las Marianas del Norte, cuyos habitantes están sujetos a los caprichos del Congreso y el presidente sin tener si quiera derecho a votar ninguno de los dos.
Ya en 1749 Benjamin Franklin -inventor del pararrayos- organizó un primer censo en Filadelfia y sus trabajos demográficos le descubrieron que la población colonial se duplicaba cada 25 años. Para 1890, la población de EEUU superaba a la de Gran Bretaña, un crecimiento inédito en el que la inmigración no representó más de un tercio de incremento en ninguna de las décadas.
El auge del racismo
El avance de los colonos comenzó a gestar uno de los males que se han extendido al presente de EEUU: el racismo. A pesar de que los padres fundadores habían planificado un crecimiento del país al estilo del Imperio Británico, EEUU terminó convirtiéndose en “un imperio de colonos violento y expansivo, que se alimentaba de la tierra y destroza todo a su paso”, explica Immerwahr. Tanto fue así, que en la década de 1860 el Gobierno comenzó a ceder parcelas de tierra pública a casi cualquier ciudadano dispuesto a establecerse como colono (homestead).
Los grandes damnificados fueron los indios. Entre las luchas con los colonos y las enfermedades que estos trajeron, la población india descendió un 90% en 1800, reduciéndose a cerca del medio millón. De nada les sirvió que incluso los cheroki aprobaran su propia Constitución inspirada en la de EEUU y contaran con un presidente mestizo y cristiano, pues terminarían siendo encarcelados o expulsados caminando a pie -y muriendo por miles- en El sendero en el que lloramos (Nunna daul Isunyi) a la actual Oklahoma.
Este desprecio por quien no es blanco se ha sucedido en la historia de EEUU. Immerwahr repasa diversos pasajes como cuando el país ya no quiso anexionarse más territorios por estar poblados por habitantes negros o latinos, como cuando Ulysses S. Grant ansiaba República Dominicana por su azúcar y café pero finalmente no lo anexionó, o el rechazo inicial a asumir Alaska por la cantidad de esquimales hasta que se dieron cuenta de que éstos no se repartían por todo el vasto territorio.
Otro capítulo oscuro fue la Orden Ejecutiva 9.906 de Roosevelt durante la II Guerra Mundial, cuando en mayo de 1942 expulsó por la fuerza de su hogar a 112.000 residentes de los Estados del oeste por su nacionalidad o ascendencia japonesa, siendo recluidos durante años en campos de concentración; o el vergonzoso pasaje de Hawái convertido en una cárcel al aire libre o del casi millar de habitantes de las Islas Aleutianas expulsados a la Alaska continental, abandonados a su suerte en condiciones infrahumanas.
Precisamente la incorporación de Alaska y Hawái como los Estados número 49 y 50 a la Unión en 1959 jugaría un hito en la lucha racial del país, a la altura de la Ley de Derechos a Voto de 1965. A los dos años de su incorporación ya contarían con congresistas y senadores no blancos, que se convertirían en grandes defensores de libertades civiles. Un año después de su incorporación de Hawái a la Unión, un estudiante keniano conocería a una estudiante de Kansas en la clase de ruso de la Universidad de Hawái, se casaron en un matrimonio interracial y tendrían un hijo que se convertiría en 2009 en el primer presidente negro de EEUU: Barack Obama.
La Diplomacia del Dólar
La voracidad de aquellos primeros colonos también se dio en pleno siglo XX. El crecimiento desmedido de la población derivó en un empobrecimiento de la tierra cultivable y la necesidad de abonarla. El encarecimiento de las importaciones de guano (excremento de aves marinas y murciélagos) procedente de Perú hizo que el presidente Franklin Piere estableciera que cualquier isla desierta y sin dueño con guano descubierta por un estadounidense pasaría a ser anexionada, lo que despertó la especulación. Si en 1857 se anexionó el primer lote de islas, en 1863 ya se había anexionado 59 y en 1902, fecha de la última reclamación, 94 islas guaneras en total. Y de nuevo, el racismo, pues la extracción del guano era duro y generaban muchas enfermedades, y terminó siendo realizado mayoritariamente por chinos engañados con promesas de prosperidad.
En Cómo ocultar un imperio se repasan capítulos como la pérdida por parte de España de Cuba y Filipinas, ambas con pretextos artificiales de Theodore Roosevelt, que acusó sin pruebas a los españoles de la explosión del USS Maine frente a las costas cubanas, a pesar de que la combustión espontánea de las carboneras de estos buques era frecuente -un mes después le pasó lo mismo al USS Oregon-. Filipinas sí fue entonces anexionada, los congresistas antiimperialistas impidieron la anexión de Cuba, aunque sí se terminó consiguiendo el arrendamiento de 116 kilómetros cuadrados -Bahía de Guantánamo- con total control y jurisdicción de EEUU.
Progresivamente, EEUU vio que mantener colonias era muy caro porque había de sofocar revueltas y existían otros métodos de control. Un ejemplo es el istmo de Panamá en Colombia, enclave estratégico para conectar sus comercios del Atlántico y el Pacífico. EEUU animó a los nacionalistas panameños para separarse de Colombia y después negoció quedarse con una pequeña zona, en modo de arrendamiento a perpetuidad, para construir el canal de Panamá.
Con el tiempo, EEUU apostó por la ‘Diplomacia del Dólar’, como cuando Roosevelt rescató las finanzas quebradas de República Dominicana o para garantizar que la estabilidad política y económica se apoderaba de las palancas financieras y comerciales e invadía con sus tropas. Así lo hizo entre 1903 y 1934, entrando en Cuba hasta en cuatro veces, tres en Nicaragua, siete en Honduras, cuatro en República Dominicana, seis en Guatemala y Panamá, tres en Costa Rica y México y dos en Haití.
Otras formas de control hegemónico
El libro de Immerwahr supone todo un viaje por el colonialismo/imperialismo estadounidense, en un primer momento físico y posteriormente a través del control económico y tecnológico. Son muchos los capítulos oscuros de su historia, que incluyen pruebas en seres humanos en la Isla de San José para comprobar si el gas mostaza afectaba de manera distinta a los blancos, en personas chinas, puertorriqueñas y afroamericanas.
El autor revela cómo en plena II Guerra Mundial la falta de caucho abriría la veda a los materiales sintéticos derivados del petróleo con todo lo que ello desembocaría o cómo en pleno siglo XX EEUU hallaría el modo de condicionar al mundo entero a través de su entramado de bases militares, la estandarización de productos -desde la rosca de los tornillos a las señales de tráfico- del idioma, la afinación musical o la programación informática.
La lectura sosegada de Cómo ocultar un imperio redescubrirá un EEUU en muchos casos desconocido, que alcanza al 11-S y los Bin Laden o la explotación textil en ultramar por marcas como Gap, Calvin Klein, Wal-Mart o Liz Claiborne, entre otros. Un viaje histórico a través de su voracidad que sin duda hará cobrar aún más sentido a hechos que vemos/sufrimos en la actualidad.
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