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“Hijo mío, ¿tú también eres un ‘hipster’ de esos?”

Por Eldiario  ·  16.10.2014

Vale, todo lo que suena a “hipster” ya huele y hemos acabado hasta el gorro de la palabrita, más o menos igual que aquel verano en el que hasta mi madre decía “friqui” o ese otro en que los medios se empeñaron en convertirnos a todos en “metrosexuales”. Lo mismo tiramos de ella para hablar de magdalenas de diseño que para referirnos a una editorial indie o para soltar alguna pulla sobre Malasaña y sus barbas. Y lo cierto es que es un término escurridizo que en los últimos tiempos parece representar todos los males de Occidente. ¿Qué diablos es un hipster? En estos meses hemos aprendido que nadie quiere ser uno, empezando por los mismos hipsters. Se ha convertido en una piedra arrojadiza. Y tú más.

Uno de los muchos aciertos que tiene el ensayo del periodista Víctor Lenore Indies, hipsters y gafapastas. Crónica de una dominación cultural, que estos días publica Capitán Swing, es que se esfuerza por sacar el término de las secciones de moda y estilo y también evita caer en el tono despectivo de esos artículos tipo “Manual del buen gafapasta” que parecen mirar al vecino por encima del hombro. Porque el hipster, como el cuñao, siempre son los otros.

El hipster que retrata Lenore no tiene nada que ver con aquellos jóvenes de la generación beat locos por el jazz ni su libro pierde el tiempo en hablarnos de camisas de cuadros, sino en analizar cómo consumimos cultura en época de torrents y marketing disfrazado de contracultura. Y cómo esta forma de consumir, completamente asimilada por el mainstream, nos aleja de posicionamientos políticos, de una “cultura política”, lo que en su vertiente española no resulta tan diferente de aquel otro fantasma reciente, el de la llamada Cultura de la Transición.

De hecho, en su libro compara la posición de los músicos indie de los años noventa con la de Ana Belén y Víctor Manuel. Pese a quien le pese, el suyo es un acercamiento al término desde una perspectiva política y social post-15M, que nos habla del poder establecido y de cómo se ejerce esa “hegemonía cultural”.
Indies, hipsters y gafapastas es también un necesario ejercicio de autocrítica para periodistas -el propio Lenore ha ejercido de crítico musical los últimos 20 años y se pone de ejemplo en numerosas ocasiones, lo que se agradece-, publicistas, personas que trabajan en las industrias culturales y, en general, eso que llamamos “modernos”, responsables de imponer un punto de vista que se justifica en el buen gusto y que tiene mucho de burbuja alimentada por los medios de comunicación. ¿Quién demonios son Arcade Fire?

Así que, sí: lo más seguro es que si tienes entre 25 y 45 años seas un hipster. Lo siento. Creciste en las abundantes décadas de los ochenta y noventa y arrastras una pesadísima cultura pop mayoritariamente anglosajona que has colocado en la cima de tus prioridades, que es tu religión y tu ideología. Incluso tu trabajo. Has estirado la nostalgia por la adolescencia hasta las patas de gallo y te jactas de saber diferenciar con un solo vistazo a un genio de alguien sin talento. Crees que el coleccionismo es una forma de militancia, que tus discos hablarán de ti cuando hayas muerto y estar al día con (todas) las últimas series de televisión se ha convertido en una cuestión de vida o muerte. Todo es un drama, todo es dolorosamente intenso.

Sí, mamá, yo también.

Dicho lo cual, vamos a intentar asumirlo con toda naturalidad. Uno: de lo hipster se sale. En este libro hay algunas pistas sobre cómo hacerlo. Dos: si no lo dejas, a tu madre le va a dar igual porque todo esto no le importa y te querrá igualmente. Le hemos enviado un cuestionario a Víctor Lenore a partir de algunos subrayados en su libro, e intentar sacar así todo lo que hay detrás de un término nada inocente. Y sin llegar a las manos.

Soy lo que visto, soy lo que escucho: el hipster como pijo

“Durante demasiado tiempo, los que aspirábamos a la modernidad convertimos nuestros gustos en la parte central de nuestra identidad”, escribes. ¿Qué problema hay con identificarse en extremo con la literatura, la música, el cine y, en general, con lo que llamamos cultura, algo que, se supone, “alimenta el espíritu” y nos hace mejores?

Victor Lenore: Antes que identificarnos con nuestros gustos, estaría bien que la cultura fuera algo que nos ayudara a solucionar nuestros problemas. En su día, muchos compramos una versión despolitizada de la modernidad, por ejemplo, la que proponen la Movida y el indie. Ambos géneros son de un individualismo militante y usan los gustos como barricada para separarse de lo que consideran “masa”. A Alaska le espanta el igualitarismo de Podemos porque ella es parte de una cultura elitista, capitalista y mitómana. Los vínculos que unen a la gente joven que se apunta a estas escenas “modernas” suelen ser meramente estéticos, no basados en valores políticos o comunitarios. Otras subculturas musicales, como el Rock Radikal Vasco, tendían lazos grupales, había un “nosotros” (los de abajo, los explotados) contra ellos (los jefes, los directivos, los que manejan el cotarro). El 15M les ha dado la razón. Tampoco hace falta que un género musical tenga letras explícitamente políticas para conseguir eso. La escena hardcore, el folk, la música “disco”, las raves autoorganizadas o las distintas mutaciones de la música jamaicana son corrientes culturales comunitarias que dan respuesta a la homofobia, la pobreza y la exclusión social.

Mira este, no sabe quién es Arcade Fire: el hipster como consumista ‘cool’

“Los hipsters proponen una rebelión que no se enfrenta nunca con el sistema, sino que desprecia a la gente que no le da la importancia suficiente a consumir”. “Lo que buscan los hipsters es un consumismo que provoque orgullo en vez de remordimiento”. OK, los hipsters nos gastamos una pastón en ediciones limitadas y objetos de coleccionista y no entendemos cómo puedes enfrentarte al día a día sin el último disco de Deerhunter, pero: ¿Qué hace al consumismo hipster especialmente condenable frente al de otras subculturas urbanas? ¿Por qué su actitud es “peor” que el afán por sentirse exclusivo a través de sus compras de lo que se denomina “un cani”, por ejemplo?

VL: Intento no usar nunca palabras como “choni” o “cani”. Me parecen estereotipos inventados desde arriba para degradar a la clase trabajadora. Todo el consumismo me parece condenable y hay mucha gente precaria que somos o hemos sido víctimas de esa actitud. Por poner un ejemplo personal: llevo diez años comprando ordenadores Mac cuando lo único que uso es el mail, Spotify y el procesador de textos. Sin duda he sucumbido a la idea de que Apple es la opción de los críticos musicales guays. Los hipster son los consumidores perfectos, por eso en los últimos cinco años la inmensa mayoría de los anuncios tiene banda sonora de Pixies, Vampire Weekend o Russian Red. Los “modernos” actuales se creen inconformistas por no aceptar menos que un vinilo de edición limitada, un gintonic de 10 euros y el último iPhone. Nunca una presunta subcultura había conectado tanto con la estética de las agencias de publicidad.

El primero disco es mucho mejor: el hipster y el buen gusto

“El moderno puede mirarte desde arriba incluso si escuchas la misma música pero no la has comprado con los rituales y distintivos correctos”. ¿Hay que empezar a desconfiar de eso que durante tantos años hemos llamado buen gusto o criterio o coherencia, y que se presupone fundamental, por ejemplo, en un crítico de música? ¿Qué problema habría en entender al hipster como alguien que hace de filtro ante las novedades o como un selector de contenidos culturales?

VL: He sido crítico musical hipster durante veinte años. Mi impresión es que el principal criterio que manejaba era la inercia de repetir como un loro lo que decían las revistas culturales anglosajonas. Por supuesto, de todo lo que escribí en esa época salvaría muy pocas páginas. Eso me ha enseñado a desconfiar de mi gusto, de mi criterio y de mi presunta exquisitez. El problema es que el mercado tiene una fuerte carga de imposición: la mayoría de nuestros gustos reflejan aspiraciones de clase. Lo explica muy bien César Rendueles con esta frase: “Cuando leí La distinción de Pierre Bourdieu me quedé perplejo al comprobar que a todos los idiotas universitarios nos gustaba lo mismo: la fotografía en blanco y negro, los paisajes industriales y la disonancias musicales”. No me parece casualidad que la mayoría de lo que nos gustaba a los críticos hipster fueran productos culturales individualistas y despolitizados.

Te gusta por razones equivocadas y no has entendido nada: el hipster como juez y parte

“La hegemonía cultural, en gran parte, consiste en decidir a quien se ‘perdona’ y a quién no”. Dices esto en relación al papel que juegan los medios, las llamadas industrias culturales y la publicidad en una hegemonía hipster que en realidad no representa más que el gusto de una élite. ¿Es, por tanto, la popularidad un criterio más válido? ¿No nos llevaría esto en última instancia a darle solo relevancia a los libros o los discos más vendidos?

VL: Me parece un falso dilema. Hay cientos de contenidos populares de gran calidad: James Ellroy, Jeff Mills, Peret, Chimamanda Ngozi Adichie, El Ala Oeste de la Casa Blanca, La Polla Records, las películas de Mike Leigh… Pero creo que hay que centrarse menos en nombres propios y más en las relaciones sociales que generan. Me fascina el sentimiento de fraternidad que crearon cantautores como Víctor Jara o Violeta Parra en los tiempos más duros de América Latina. Eso es una victoria cultural emocionante que a la mayoría de “modernos” les espanta. Lo que fomenta la cultura hipster es el sentimiento de estar por encima de la gente “normal”, vivir conectado a una serie de creadores geniales e hipersensibles. La mayoría de los iconos hipster son hombres blancos anglosajones con complejo de genio. Casi todos ellos apuestan por un nihilismo cool, que dice que el mundo no tiene arreglo y que lo único que podemos hacer es cultivar nuestra sensibilidad personal. Me refiero a artistas como Leonard Cohen, Antonio Luque, David Foster Wallace… Ese nihilismo es desmovilizador.

¡Es un genio! ¡Es una obra maestra! El hipster como cultureta

“Según mi experiencia, lo peor del hipsterismo es el lado cultureta. Me refiero a esos ‘modernos’ que nunca se recuperan del éxito de haber logrado leer enteras novelas como La broma infinita (David Foster Wallace), Libertad (Jonathan Franzen) o La casa de hojas (Mark Z. Danielewski)”. Dios mío, ¡¿leer también es hipster?!

VL: Esos tres autores están entre los favoritos de los hipsters. Lo que me parece triste, como digo en la siguiente frase del libro, es que se considere que el colmo del prestigio son las novelas obsesivas, individualistas, ensimismadas, metaliterarias y tirando a estiradas. Además, cuando miro mi estantería, me da vergüenza las pocas novelas o ensayos que tengo que están escritos por mujeres o por autores no anglosajones. Frazen y Wallace son extremadamente inteligentes, escriben fenomenal, pero miran al mundo por encima del hombro, una actitud que encuentro rechazable. Cuando digo que los culturetas son la peor parte del hipsterismo es porque yo fui uno de ellos. Es increíble lo mucho que se te puede subir a la cabeza un libro gordo y pedante. Te da una sensación de lucidez muy loca. Esos libros parecen casi hechos para crear ese efecto. Te dicen “mira, este autor tan lúcido piensa que el mundo es un montón de vulgaridad y si te haces fan estarás más cerca de esa posición elevada”.

Letizia es hipster y España también

“¿Se ha convertido la música hipster en la banda sonora de la clase dominante? Que la reina Letizia se escape del Palacio de la Zarzuela para ver en directo a Eels, Los Planetas y Supersubmarina parece una pista fiable”. ¿España es hipster? ¿Hay motivos incluso para pensar que es más hipster que otros países?

VL: No tengo ni idea. Intuyo que Inglaterra y Francia nos ganan. Lo que es un hecho es que en los años treinta, con un cincuenta por ciento de población analfabeta, los niveles de militancia política en España eran mucho más altos que ahora. La cultura que se ha impuesto desde los ochenta ha disuelto vínculos sociales más que los ha fortalecido. Se ha perdido el concepto de ciudadanía y de fraternidad a golpe de zona VIP, colegios de pago, urbanizaciones cerradas, privatización de empresas públicas y esnobismo hipster. Lo explica muy bien el ensayo La rebelión de las élites, de Christopher Lasch.

Blanco, universitario y en botella: el hipster es clasista

[Clandestino, el disco de Manu Chao, no representa “nuestra música”, se quejaba el público moderno de Madrid y Barcelona cuando la revista Rockdelux lo eligió como el mejor disco de 1998, según recuerda Lenore] “Y tenían razón: suena más como la que escucha la señora ecuatoriana que nos limpia el piso o el mensajero dominicano que trae los paquetes a la oficina”. “Si un universitario de clase media escucha techno en un club caro de diseño, estamos ante un acto cultural, pero si un reponedor de Ahorramás se acerca a un polígono a bailar algo parecido solamente es diversión descerebrada”. Estos días he leído a gente especialmente cabreada por estas declaraciones: al hipster le puedes llamar elitista, pero no clasista ni racista. Algunos venían a decir lo siguiente: ¿Debo pedir perdón por haber estudiado una carrera, por ser un blanco de provincias de clase media y con un gusto marcado por ello?

VL: No hay que pedir perdón por ser blanco, ni por ser hombre, ni por ser universitario. Sí que creo que debemos hacer un esfuerzo por cuestionar nuestros privilegios. En el libro hablo de un racismo inconsciente. Llámalo micro-racismo, si te ofende menos, pero es igual de grave. En la escena de festivales de música españoles, solo ha habido dos artistas cuya inclusión se ha protestado: Julieta Venegas y Calle 13. La cultura hipster quizá no es clasista militante, pero sí funciona como justificación del clasismo. Mola un festival pijo como el Sónar, pero no uno de clase trabajadora como Monegros. Mola Javiera Mena, que es de clase alta, pero no Damas Gratis, que vienen de las villas miseria argentinas. Mola el discjockey estadounidense Diplo, pero no prestamos atención a los artistas negros de funk de las favelas a los que él saquea impunemente. Muchas inclinaciones estéticas de los hispters no son casuales, sino fruto de un clasismo más o menos consciente.

Esto no tiene ni puta gracia: el hipster y la ironía

“Lo peor de aquellos años, siento la insistencia, fue el reinado de la ironía, en versión muy cercana al cinismo. Básicamente, la actitud más admirable que podías tener era la de reírte de todo y no implicarte en nada que no fuera tu propio placer o intereses”. Aquí hablas en concreto de los años del indie, pero la ironía es uno de los recursos heredados por el hipster moderno. ¿Hay que sospechar que es por falta de sentido el humor? ¿Por qué al hipster le cuesta tanto reírse de sí mismo?

VL: Aquí hablo de los años noventa y de los posmodernos, que es algo de va desde la Movida a Kanye West, pasando por Madonna. La ironía es el escudo para justificar nuestros privilegios. Al hipster no le falta, sino que le sobra sentido del humor. La mayoría son incapaces de tomarse en serio otra cosa que no sea su bienestar material. El hispter prototípico no se conmueve por nada, ni por los desahucios ni por los recortes en sanidad y educación. Prefiere el humor cínico a la implicación. Por eso el facha de Rupert Murdoch está encantado de invertir cincuenta millones de euros en un emporio mediático como Vice.

Una semana en el interior de un televisor: el hipster y las series

“De alguna manera, hemos logrado autoconvencernos de que pasar treinta horas delante de una pantalla es un acto cultural de primera magnitud”. ¿No habíamos quedado en que la posmodernidad era esto? ¿En que no hay alta y baja cultura y que las series de televisión son las nuevas novelas por entregas? ¿No supondría el mismo problema si pasásemos treinta horas delante de un libro?

VL: Me parece alucinante que alguien pueda creer que la ver la tele otorga algún tipo de estatus cultural. Yo soy adicto a las series, pero me parece un defecto más que algo de lo que estar orgulloso. De cada siete que veo hay una que merece algo la pena. Me convence la frase de Santiago Alba Rico que dice que, en realidad, no vivimos una superación de la modernidad, sino que estamos en una especie de Edad Media con televisión en color. La desigualdad económica actual es mayor que en ninguna otra época de la historia. Me gustan las escenas culturales que tienen eso en cuenta. El hipsterismo es una burbuja estética individualista que nos quita tiempo de tejer relaciones más sustanciales.

Nada de fluidos: los hipsters y el sexo

“Las canciones de amor indie abundan en experiencias psicológicas tipo ‘She’s So High’ (Blur), ‘You Trip Me Up’ (The Jesus And Mary Chain) y ‘She Bangs The Drums’ (The Stone Roses). Todas son metonimias asépticas del sexo, en las que se niega el contacto físico. La temática sexual abierta tiene un componente igualitario -a todo el mundo le gusta el sexo-, que se opone al principio mismo de diferenciación de la masa que constituye el centro del indie. Por eso los conflictos sexuales, sociales y políticos se llevan tan mal con esta escena”. ¿Se puede desprender de eso que los hipster son malos en la cama? ¿Es el sexo hipster tan desastroso como lo pintan?

VL: No llego a tanta intimidad en el libro. Creo que en algún lado digo que las ficciones de sexo hipster van de transgresoras pero que reproducen los tópicos de Hollywood con un poco más de crudeza y toque malote.

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