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“Hemos esperado demasiado tiempo, ahora debemos adaptarnos”

Por El Confidencial  ·  30.03.2021

La crisis climática esta provocando un aumento en la capacidad devastadora y la recurrencia de las catástrofes naturales. Para esta reputada científica es necesario aumentar la colaboración internacional en las medidas de adaptación

La científica Lucy Jones (California, 1955) es una especie de superestrella de las catástrofes naturales en Estados Unidos. A sus 66 años, esta sismóloga, experta en reducción de riesgos, acumula más de 157.200 seguidores en Twitter. Después de tres décadas trabajando para el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS), fundó el Centro Dr. Lucy Jones para la Ciencia y la Sociedad, con el que busca “fomentar la comprensión y aplicación de la información científica en la creación de comunidades más resilientes“.

Este lunes llega a las librerías españolas su última publicación: ‘Desastres’ (editado por Capitan Swing), un libro que repasa la historia de 11 catástrofes naturales que han marcado un antes y un después en la cultura de los lugares afectados y, en algunas ocasiones, del mundo en general. Desde la erupción del volcán que borró del mapa la ciudad de Pompeya hasta el terremoto que impactó a Japón hace justo una década, pasando por el tsunami del Océano Índico, que envolvió la isla de Sri Lanka en 2004, o por el huracán Katrina, que arrasó con Nueva Orleans en 2005 y cuya gestión se convirtió en un caso de ‘estudio de un fracaso’.

“Con la crisis climática tenemos que mantenernos juntos. Los individuos por sí solos no pueden afrontarla”

Por videoconferencia, en conexión telemática entre ambas costas de Estados Unidos, Jones explica a Planeta A que “las catástrofes naturales no existen”, y desgrana las claves para resistir al aumento en la frecuencia y virulencia de huracanes, inundaciones y otros fenómenos meteorológicos extremos como consecuencia del calentamiento del planeta. Lo fundamental, insiste, es poner lo colectivo por encima de lo individual.

Parece que cada vez vemos más fenómenos meteorológicos extremos, como los huracanes Irma y Harvey, tormentas invernales históricas como la de Texas, incendios en California, en el Amazonas, en Australia… ¿Cómo debemos interpretar este hecho?

Es la muestra de que el cambio climático es ya una realidad. Hemos esperado demasiado tiempo. Ahora tenemos que preocuparnos por la adaptación al cambio. Los riesgos geológicos, como los volcanes, los terremotos o los tsunamis, no se ven afectados por el clima. Bueno, los tsunamis sí, porque si sube el nivel del mar hay lugares que están más expuestos a los impactos de un tsunami. En las inundaciones y los huracanes, la relación con el clima es directa: la atmósfera ya se ha calentado 1 ºC [desde los niveles preindustriales], y el calor es energía. Eso es lo que favorece las tormentas: más energía en la atmósfera significa que puede contener más agua y tiene más energía para arrancar una tormenta.

No es que estemos viendo más huracanes, sino que vemos cada vez más huracanes de los severos. Y eso es lo que importa. El huracán que se ha mantenido más tiempo en categoría 5 ocurrió en 2017, el huracán con los vientos más fuertes también sucedió en 2017… Todos estos grandes fenómenos han ocurrido recientemente.

Más y peores huracanes: lo que está por llegar en los próximos añosEva González

¿Qué hace que algunos territorios sean más resilientes que otros?

La reducción de los daños viene muy marcada por la prevención. Si has construido tu casa lo suficientemente resistente como para que los tejados no se derrumben, tendrás mucho menos que recuperar después de un huracán. También es importante el cómo reaccionas. Los terremotos ocurren, y a menudo inician fuegos. Si tienes un buen servicio de respuesta a los incendios, sufrirás menos daños. Por último, reconstruir es una cuestión de recuperación. Especialmente en Estados Unidos, nuestra incapacidad para pensar en la comunidad en general nos impide ser resilientes. Las sociedades en las que la comunidad importa más que el individuo, o al menos hay un fuerte énfasis en hacer lo que es bueno para la comunidad, serán en sí mismas resilientes.

¿Esa es una lección que podemos tomar para la crisis climática?

Sí, con la crisis climática tenemos que mantenernos juntos. Los individuos por sí solos no pueden afrontarla. Para escribir el libro, indagué sobre las ciencias sociales antes, durante y después de las catástrofes; sobre cómo la gente toma decisiones. Una de las cosas que los psicólogos han demostrado es que odiamos renunciar a cosas. Si nos presentan un problema y nos dicen aquello a lo que tenemos que renunciar es mucho menos probable que lo hagamos que si nos dicen qué es lo que tenemos que aportar para crear algo en conjunto y autoprotegernos. Pero el mensaje se ha centrado en las cosas a las que hay que renunciar —el coche, el aire acondicionado…— porque no hemos hablado lo suficiente de las soluciones sociales. Tenemos que centrarnos en la comunidad, en lo que tenemos que crear, y no en lo que tenemos que abandonar.

¿Dónde trazamos la línea entre una catástrofe natural y una catástrofe provocada por los humanos?

En ningún lado. Muchos especialistas en mi campo decimos que las catástrofes naturales no existen. El hecho de que haya un terremoto no importa, si no hay un edificio que se pueda caer. Los riesgos naturales son inevitables. No podemos evitar un terremoto, o un huracán. Pero el grado en que un acontecimiento se convierte en una catástrofe se define por el impacto que tiene en los sistemas humanos.

Lo fundamental es que lo individuos se ayuden entre sí, y esto pasa durante las catástrofes. El lado malo es que a menudo el racismo aflora. El terremoto de Japón de 1923 fue un caso horrible de racismo, en el que los japoneses se volvieron contra sus vecinos coreanos y los masacraron. Cerca de 6.000 coreanos fueron asesinados por sus vecinos en los 3 días posteriores al terremoto. Fueron el chivo expiatorio. La gente necesita culpar a otros de las desgracias que ocurren. No es nada racional, pero sucede. Ocurrió también cuatro años más tarde, en Estados Unidos, con las inundaciones de Mississippi y la reacción racista contra los afroamericanos.

En EEUU, la Agencia Federal para la Gestión de Emergencias (FEMA) anunciará el jueves las nuevas tarifas de los seguros contra inundaciones, que serán más altas y previsiblemente elevarán el precio de la vivienda. ¿Cómo valora esta medida?

Es lo que hay que hacer. Durante años la FEMA ha infravalorado el impacto climático en los seguros. Eso se ha traducido en que hemos fomentado la inversión en lugares ridículos. Estamos creando un enorme pasivo para el país, y otras personas acaban pagando por ello, porque el gobierno nos respalda. Deberíamos pasar a tener un seguro nacional contra riesgos, potencialmente obligatorio, de forma que quien no lo tenga no reciba ayuda después de un desastre.

Pero entonces la gente que no pueda permitirse ese seguro quedaría desprotegida.

No quiero crear esa situación. Tendríamos que pensar en cómo encajar lo social. Pero, por otro lado, si fomentamos el desarrollo en lugares que sabemos que nos van a causar problemas, esto no es ya un sufrimiento individual, es que todos pagamos por ello porque hemos creado el problema. Estamos creando las catástrofes con nuestras políticas. Tenemos que encontrar medidas que no favorezcan poner en riesgo las viviendas. Las inundaciones y los huracanes son fenómenos propensos a causar problemas relacionados con la ubicación. Si vamos a impulsar que el gobierno nos ayude en estas catástrofes —y, a medida que se agrave la crisis climática, tendremos que hacerlo—, debemos empezar a trabajar en la prevención del problema. De lo contrario, nos va a costar demasiado.

Las investigaciones han demostrado que la mitigación, el intervenir e intentar evitar que un desastre ocurra, es mucho más rentable que repararlo. Por cada dólar que se gasta antes del fenómeno se ahorran 4 dólares después. Las catástrofes hacen que queramos gastar el dinero, pero antes de que ocurran no pensamos que merezca la pena.

Al afrontar acontecimientos, como la tormenta invernal de Texas, que requieren una gran inversión para prevenir episodios similares en el futuro pero son tan poco frecuentes, ¿cuál cree que es la dirección correcta?

La cuestión es que estos fenómenos no son tan aislados. Ni siquiera el de Texas. Incluso teniendo en cuenta lo raros que son, siguen siendo 4 dólares ahorrados por cada dólar gastado. Y para los que ocurrirán con cada vez más frecuencia, el retorno será incluso más de cuatro veces la inversión. No hay duda de que es mucho más rentable prevenir que responder, pero hace falta una inversión proactiva. Tengo la esperanza de que esto se consiga con el programa ‘Build back better’, que plantea el nuevo gobierno de EEUU. En el caso concreto de Texas, se utilizaron maniobras legales para no tener que seguir la normativa gubernamental que exigía una mayor planificación. Así que, de nuevo, vimos que el dinero ahorrado se lo llevó la empresa contratada para el servicio público, mientras que el coste lo asumió el resto de la gente, con los negocios destruidos, las casas inundadas y demás consecuencias de la tormenta.

Para hacer frente a la cuestión social, como en algunas partes de Luisiana donde sólo la gente con ingresos altos puede asumir el seguro contra las inundaciones que se les requiere al tener una hipoteca, o bien elevar sus casas para reducir ese coste, ¿cómo cree que debería ser la respuesta para evitar que la gente con menores ingresos tenga que mudarse a otros lugares porque ya no puede pagar su propia casa?

Has dado con un tema fundamental de equidad social y que no afecta sólo a la preparación. Cuanto más pobre eres, más posibilidades tienes de sufrir los impactos de una catástrofe. Para empezar, porque vives en una vivienda más vulnerable. Parte de la resiliencia, de ser capaz de volver a levantarse, es tener el dinero para hacerlo. Así que creo que, al diseñar estos planes, debe haber un elemento de igualdad social. Por eso es tan difícil, porque las medidas tienen que formar parte de un sistema social más amplio, y esto es algo que comprendí al escribir el libro: los sistemas se rompen donde ya son débiles. Eso se aplica a los sistemas sociales. Cuanto mayor sea el grado de desigualdad, cuanto mayores sean las divisiones financieras dentro de un país, más gente sufrirá las catástrofes y mayor será el daño que se producirá en general.

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