“Hay una gran cantidad de sociabilidad en Internet, pero resulta inservible para los cuidados”

Por Infolibre  ·  19.09.2013

“No hay ninguna posología del egoísmo racional compatible con un tejido colectivo tupido”. El filósofo César Rendueles (Girona, 1975) lanza múltiples dardos como este contra esa creencia asumida por el pensamiento liberal clásico que dice que lo mejor que puede hacer un panadero por su comunidad es pensar en su bolsillo. En su libro Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital (Capitán Swing, 2013), Rendueles arremete contra esa idea desde la crítica a lo que él denomina ciberfetichismo, esa suerte de abrazo entusiasta que la sociedad ha dado a Internet y las Redes Sociales, herramientas que, lejos de ayudar a la emancipación, profundizan las desigualdades y nos alejan de una sociedad solidaria y cooperativa.

-Hablas de que los liberales han aceptado el nihilismo social, pero hay una tradición liberal, que incluye a cierta izquierda europea, que ha aportado muchísimo al progreso moral y económico. ¿No debería hablarse antes de neoliberales (neoclásicos o de la Escuela de Chicago) que de liberales? ¿No es una de las tragedias de la izquierda que la derecha le haya arrebatado la palabra “liberalismo”?

Soy extremadamente reacio a la intromisión del Estado en nuestra vida privada. Mucho más que, por ejemplo, José María Aznar, cuyo liberalismo Sí, tienes razón, tal vez debería haber sido más claro al respecto. En realidad, soy extremadamente reacio a la intromisión del Estado en nuestra vida privada. Mucho más que, por ejemplo, José María Aznar, cuyo liberalismo se limita a exigir que le dejen conducir borracho. Creo que las corrientes emancipatorias comparten algunos rasgos importantes con el liberalismo político más honesto. Para empezar, un ataque despiadado a las tradiciones opresoras. La crítica izquierdista del carácter meramente formal de algunas libertades no debería ser entendida como un menosprecio. Al revés, quiere decir que son tan importantes que debemos asegurarnos de que todo el mundo dispone de los medios materiales para desarrollarlas. La libertad de expresión significa poco si eres analfabeto. La libertad de asociación es una broma macabra si hay grupos paramilitares que aterrorizan a la oposición.

Dicho esto, me parece que esos valores liberales se enfrentan a algunas paradojas. Porque no sólo requieren condiciones materiales sino también sociales. Es importante no confundir la atomización social contemporánea –que es una especie de deriva accidental llena de sufrimiento– con la libertad entendida como un proyecto complejo que a menudo exige de cierto grado de trabajo en común. La libertad tiene que ver con la posibilidad de desarrollar las distintas capacidades que tenemos como individuos y para ello es esencial alguna clase apoyo mutuo. Es un tipo de dilema del que se ha ocupado, por ejemplo, Martha Nussbaum en su reconstrucción y ampliación de la teoría de la justicia de Rawls.

-Dices que el liberalismo es ingeniería social, que sin embargo tiene la virtud de que se hace aceptar como el orden natural de las cosas. Recuerdo unas palabras de Jacques Chirac en las que afirmaba que el liberalismo había causado tantos muertos como el comunismo.

A estas alturas de la modernidad quedan pocos proyectos políticos que no arrastren tras de sí una herencia criminal pavorosa. No me gusta nada la idea de andar comparando las montañas de cadáveres para ver cuál es más pequeña. Pero es cierto que los muertos del capitalismo tienden a ser invisibles. Vivimos nuestro sistema económico como si fuera una catástrofe natural que carece de responsables y que deja ganadores y perdedores al azar. Y no es así. Las inverosímiles cifras de las cuentas corrientes de los vencedores del capitalismo financiero tienen un correlato en la miseria de miles de millones de personas.

-En lo que llamas el Panóptico de la realidad, dices que quien se sale de ese sistema es castigado. ¿No es cierto sin embargo que hay un nivel de tolerancia y de alternativas cada vez mayores, aunque aún incipientes y  minoritarias? Desde luego, han sido en los sistemas liberales donde han emergido, desde los hippies hasta los góticos.

El filósofo Carlos Fernández Liria suele citar una serie de países en los que, tras vencer democráticamente una opción de izquierdas que aspiraba a llevar a la práctica su programa electoral, se ha producido un golpe de Estado apoyado tácita o abiertamente por Occidente. La lista es asombrosa: España, Guatemala, República Dominicana, Indonesia, Chile, Nicaragua, Haití, Argelia, Venezuela, Paraguay… Es verdad que las sociedades liberales han creado espacios importantes de respeto a los estilos de vida no hegemónicos. Me parece una herencia irrenunciable. Pero son espacios que históricamente han tenido límites bien definidos. Hasta hace poco en Colombia cada año eran asesinados de media cien sindicalistas, con tasas de impunidad del 95%. Seguramente puedas ser gótico en Bogotá, pero si eres un gótico sindicalista, tienes bastantes papeletas para que te peguen un tiro.

-Eres muy crítico con la aportación de las Redes Sociales a la política, diciendo que ha reducido las opciones, básicamente haciendo más banales las relaciones y los afectos, y por tanto el compromiso. Esto es un pensamiento que va contra la corriente general, pero también contra hechos objetivos: el control político que se ejerce hoy gracias a las redes, la capacidad viral de cierta indignación y la sensación de que hay menos impunidad. ¿No crees que el problema del que hablas tiene más que ver con la falta o no de compromiso personal del individuo que con las herramientas tecnológicas? Hoy no se puede alegar falta de información política, en gran parte gracias a la Internet, y el conocimiento amplía las opciones políticas.

En realidad, no creo que la redes sociales hayan disminuido nuestros compromisos ni hayan aumentado la fragilidad de las relaciones interpersonales. No me parece que ninguna tecnología pueda hacer algo así. Creo que lo que han hecho es que nos importe menos ese proceso de debilitamiento de los vínculos sociales. La fragilización social tiene muchas dimensiones, algunas de ellas individuales o estrictamente culturales. Pero también es un proceso con fuertes raíces políticas que, desde mi punto de vista, tienen que ver con la contrarrevolución neoliberal que se inició en los años setenta del siglo pasado. Y, sí, es verdad que Internet, como cualquier otro medio de comunicación, aumenta las posibilidades de obtener información. Sin embargo, no solemos prestar tanta atención a sus efectos como fuente de legitimación ideológica. Tenemos a nuestra disposición infinitas fuentes de información, pero casi siempre elegimos unas pocas que no cuestionan lo que pensamos. Y lo hacemos con la convicción de que, puesto que todos los datos posibles están a la mano, nuestro conocimiento es óptimo. Lo que quiero decir es que tal vez hayamos rebajado el umbral de lo que consideramos que son los procesos de conocimiento y discusión necesarios para determinar nuestras opciones y acciones políticas.

-El otro día, en una entrevista, el filósofo Javier Gomá me decía que el gran reto ético ya no era ser libres, sino cómo ser libres juntos. A juzgar por tus tesis, crees que a ese “cuidar los unos de los otros”, Internet no aporta nada.

Creo que el igualitarismo basado en el apoyo mutuo es una de las bases de la democracia radical. Dicho así, suena un poco a monserga piadosa. Pero es una forma de resumir el tipo de comprensión de la política que tenían quienes inventaron la democracia moderna. No creo que Internet ni ninguna otra máquina vaya a producir ese cambio ni a resolver nuestros problemas políticos. Lo que sí puede pasar es que resulte de gran ayuda cuando finalmente tomemos la decisión de afrontar esos retos. Los electrodomésticos no liberaron a las mujeres. Fueron las propias mujeres las que lo hicieron luchando políticamente contra su relegación al espacio doméstico. En todo caso, los electrodomésticos nos ayudaron a reorganizar el trabajo doméstico una vez que se produjo esa transformación política tan importante.

-Defines el callejón sin salida de la izquierda como “la búsqueda de una estructura consistente y viable de un compromiso con los demás y compatible con la autonomía individual y la realización personal”. ¿No es eso, o fue, la socialdemocracia?

No soy experto en historia política, pero creo que no. Hay elementos fascinantes de la apuesta socialdemócrata original: el modo en que en la Alemania de principios del siglo XX apareció un amplísimo tejido comunitario socialdemócata que convivía, casi sin tocarse, con el capitalismo. Pero creo que esa convivencia es finalmente imposible. El capitalismo es un proyecto expansivo y universalista, como el catolicismo, y por tanto no hay gran cosa que negociar con él. En todo caso, se puede negociar qué papel deberíamos asignar al mercado. No es de ningún modo lo mismo. El mercado es una institución económica presente en casi todas las sociedades conocidas, pero siempre de forma muy limitada.

-Dices que “cuando al fin vivamos en una sociedad en la que sea posible un contrato social racional sin interferencias económicas espurias, aparecerá una versión mejorada del ser humano que deseará desarrollar un proyecto de vida socialista”. ¿Crees realmente que ese escenario se dará en algún momento? Por otro lado, esta afirmación no puede escapar al hecho de que la inmensa mayoría de los proyectos socialistas han sido un rotundo fracaso, no ya en términos de libertades y emancipación, sino económicos. Y no me refiero solo a dictaduras como la de Korea del Norte, sino la propia Francia de los primeros años de Mitterrand.

¡No! Era una declaración estrictamente irónica. La tesis del hombre nuevo, la idea de que el cambio político radical producirá grandes transformaciones antropológicas, no sólo era absurda sino que tuvo consecuencias infames. Creo que en nuestras intervenciones políticas tenemos que apañarnos con lo que tenemos, sin trucos de magia ideológicos. Como en el barco de Otto Neurath, que hay que reconstruir en alta mar. Hoy, tras la experiencia soviética, conocemos algunos límites insuperables de la planificación económica. También algunas virtudes, por cierto. En cualquier caso, me resulta extraña la idea de que ha quedado demostrado que el socialismo fracasó. Como si ese sistema económico se hubiera enfrentado a un experimento crucial que lo ha refutado. Me pregunto cuándo llegará ese experimento crucial para el capitalismo. ¿Dos guerras mundiales, dictaduras atroces y crisis económicas indescriptibles no han sido suficientes? ¿Por qué un 30% de paro o una crisis alimentaria global no demuestran el fracaso del capitalismo? No siento una gran simpatía por el sistema político cubano, pero la verdad es que Cuba es uno de los pocos países del mundo que combina altas tasas de desarrollo humano y sostenibilidad ecológica. ¿Qué nos dice eso sobre la posibilidad o la imposibilidad del socialismo?

-Hay una crítica que se repite con frecuencia en el libro, y es que el ciberfetichismo oculta y legitima los vicios del capitalismo dándole una pátina de modernidad progresista. ¿No hay una izquierda en la Red? ¿No puede haberla por principio? De nuevo parece que la herramienta se come el concepto.

Sí, claro que hay una izquierda en la red. Hay medios de comunicación alternativos, iniciativas educativas, repositorios valiosísimos, espacios de comunicación, herramientas de gestión, instrumentos de agitación… Pero también hay amplios espacios supuestamente ecuménicos que trasladan a las relaciones sociales una lógica propia del consumismo. Lo que planteo es que la frontera entre unas iniciativas y otras no siempre está clara. Mi posición no es que la izquierda deba desentenderse de la red. Más bien al contrario. Pienso que sólo las políticas de izquierdas pueden permitirnos sacar de las tecnologías de la comunicación todos sus beneficios potenciales.

-Dices que “en el caso de la mayor parte de los países occidentales, la sostenibilidad ya equivale a decrecimiento”. En otra época pero con una cuestión de fondo similar, Malthus se equivocó en un vaticinio parecido. No estamos en un escenario estático, sino todo lo contrario, en el que la ciencia y la conciencia medioambiental, pueden ir resolviendo cierto tipo de problemas. ¿No es una visión reaccionaria el decrecimiento?

Malthus propuso una hipótesis especulativa a partir del diferente comportamiento de la población y los recursos alimentarios. Yo diría que eso es exactamente lo que hacen hoy quienes especulan con la posibilidad de que en el futuro la ciencia llegue al rescate para permitirnos seguir usando chismes de dos toneladas para transportar setenta kilos de casa al trabajo o disfrutar del sublime placer de comer hamburguesas con sabor a plastilina. Al día de hoy, el actual ritmo de consumo de Estados Unidos es materialmente imposible de globalizar. Harían falta cinco mundos para vivir como en la tierra del hombre libre. Eso significa que hay una manifiesta desigualdad ecológica internacional basada en criterios de poder político y económico. Lo que quiero decir es que no me interesa la perspectiva decrecionista por sus dimensiones conservacionistas sino por razones políticas relacionadas con la justicia social.

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