El científico y divulgador Andreu Escrivá, que se define a sí mismo como “pesado climático”, ha estudiado, escrito y reflexionado sobre la emergencia climática como pocos. En su último libro “Y ahora yo qué hago” (Capitán Swing, 2020), hace una especie de examen de conciencia sobre los aciertos y errores comunicativos de quienes tratan de cambiar el rumbo de las cosas para amortiguar el impacto del calentamiento global en nuestras vidas. El libro se publicó en el contexto de otra emergencia global que nos hace coger perspectiva sobre cómo se pueden torcer las cosas para los humanos y cómo somos capaces de reaccionar. Charlamos por teleconferencia con él desde Valencia, donde vive y trabaja.
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¿Qué lección nos deja la gestión de la pandemia respecto a la lucha contra la emergencia climática?
Yo preferiría que la pandemia no nos enseñara nada, no me gustaría que fuera ninguna lección ni que lo viéramos como llamada de atención o entendiéramos que la naturaleza nos va a enseñar nada. Sí que hay cosas que hemos visto estos meses que tenemos que aprender a valorarlas. Por ejemplo, ¿nos mola Madrid sin humos que nos matan? Pues hagámoslo, pero de otra forma que no sea confinarnos en casa. ¿Nos gusta escuchar el sonido de los pajaritos? Apostemos por políticas contra la contaminación acústica. Sobre la gestión, la clave para mí es que hemos visto lo que significa una emergencia, a pesar de todas las descoordinaciones, hemos visto cómo actúa un país cuando hace falta.
¿Quiere decir que con la emergencia climática se puede hacer algo más, si no lo tomamos en serio?
Ahora la gente ha visto cómo se actúa ante una emergencia y una de las enseñanzas que nos deja esto, lamentablemente, es que el clima no es una emergencia ni para la sociedad ni para la política. Sí que hay gente concienciada y políticos que están muy implicados, pero no se está actuando igual, y hay motivos que lo explican. Es verdad que la tragedia climática es a cámara lenta y durará muchos más años, pero la urgencia por actuar es la misma.
Dicen algunos científicos climáticos que por fin los epidemiólogos comprenden lo que han sentido ellos todos estos años, que una parte de la población que no te hace caso a pesar de las pruebas…
Esto lo que demuestra es que los seres humanos no actuamos racionalmente cuando tenemos la información correcta. Y que la sociedad española, como otras muchas, tiene grandes carencias en formación científica.
“Si no hacemos nada vamos a un escenario de profundizar en el individualismo de sálvese quien pueda”
Están los que piensan que la pandemia nos hará reflexionar y los que creen que todo irá a peor, ¿en qué grupo está usted?
Yo no estoy en ninguna de las dos. Desde luego no estoy entre los optimistas que creen que la gente ha sido iluminada por un rayo de luz poderoso que nos ha demostrado que tenemos que vivir de otra forma. Pero es verdad que si no hacemos nada vamos a un escenario de profundizar en el individualismo de “sálvese quien pueda”, de sobrevivir como se pueda sin importar los impactos ambientales. Lo que sí que creo, y por eso escribo el libro, es que tenemos una capacidad de redirigir y transformar ese rumbo, que podemos reenfocar ese crecimiento de otra forma y con soluciones mucho más colectivas. Y claro que hay días que me levanto hundido, pero es importante diferenciar entre optimismo y esperanza. El optimismo no te hace actuar, porque ya lo ves todo bien, la esperanza te la tienes que currar.
Por lo visto hay personas embarcando en vuelos a ninguna parte Taiwán, solo porque echan de menos volar. Es como una metáfora de esta mentalidad autodestructiva, ¿no?
Al final tenemos una serie de deseos que nos han metido con calzador, que nos han hecho asimilar lo que es una “vida buena” o de progreso. Y lo de volar se ha convertido en una especie de pulsión, ya no es un medio de transporte, sino que se ha convertido en un objetivo en sí mismo, como lo que pasa con algunos centros comerciales, que ya no vas para comprar unos vaqueros, sino que vas a divertirte y pasar tu tiempo de ocio. Y si no cambiamos esa mentalidad, lo tenemos jodido.
“Una amiga que me dijo una vez: oye, yo que no puedo tener hijos, ¿cuántos vuelos puedo coger?”
Dice usted que contar gramos de CO2 emitidos es como andar contando calorías, ¿vivimos en el autoengaño ecologista?
Sí, hay una amiga que me dijo una vez “oye, yo que no puedo tener hijos, ¿cuántos vuelos puedo coger?”. Esto es como el que no se come un croissant y calcula qué se puede comer a cambio, al final te vas haciendo una especie de “Tetris” sobre lo que puedes emitir. La gente no tiene una conciencia clara.
Plantear esto de los “lunes sin carne” a muchos les ha sonado a los viernes de Cuaresma, ¿es una buena idea?
Ya, hay un riesgo de que nos vean como los nuevos curas. Es verdad que hay algunos comportamientos que pueden ser percibidos como sermones o posiciones cuasireligiosas. Esto es verdad que recuerda a los viernes de Cuaresma, por eso es importante explicar de dónde viene, y me parece una idea muy chula. Yo dejé de ir al carnicero en 2018, pero no he dejado de comer carne alguna vez fuera de casa. La cuestión es no obsesionarse, sino reducir el consumo y, si es con un día sin carne, estupendo.
“Una vez me preguntaron por qué la carne contaminaba, que si era cuando la hacías en la sartén”
Ya, pero ¿por qué? Porque a veces damos por hecho que todo el mundo entiende lo mismo y a la gente el mensaje le suena marciano.
Una vez me preguntaron por qué la carne contaminaba, que si era cuando la hacías en la sartén. Me di cuenta de que no estaba explicando qué era la huella de CO2, que para mí es un concepto muy claro. La gente no lo entendía. Lo que pasa básicamente es que criar un “bicho”, para obtener un filete, cuesta muchísima energía, y además las vacas se tiran eructos que emiten muchísimo metano, que es un gas de efecto invernadero muy potente, y a eso súmale la huella hídrica, el transporte, la refrigeración… Al final los animales grandes rumiantes emiten muchísimo y es mucho más sostenible una dieta basa principalmente en vegetales. Pero ojo, si la dieta fuera de vegetales al cien por cien también tendríamos problemas de deforestación y de ocupación de suelos en determinadas zonas.
Aquí denuncia usted otra idea “errónea”, que es que la culpa es que somos muchos comiendo carne o muchos en general… ¿cuál es el “truqui”?
Hay una especie de mantra, que incluso ha abrazado el ecologismo, sobre la bomba poblacional. Se ha visto siempre como el factor principal de degradación ambiental el hecho de que somos muchos y la capacidad de la Tierra no es suficiente. Pero es que no es así, es que el 1% de la población consume y emite el doble que el 50% más pobre, según el último informe de Oxfam. No es una cuestión de que seamos muchos, sino que un pequeño porcentaje que consume recursos de forma desaforada y son los más interesados en que hablemos de superpoblación porque distraemos el foco.
En el libro apunta que si todo el mundo consumiera como España, necesitaríamos dos planetas al año…
Y si lo hiciera como EE.UU. necesitaríamos cuatro planetas y pico. Pero si consumiéramos com Senegal o Camboya, menos que un planeta.
Habrá quien piense que quiere usted que seamos como Senegal o como Camboya.
No, claro que no. No tenemos que ser como Camboya, sino que tenemos que ir hacia otra España, a otro tipo de territorio, de economía… Tenemos que ser capaces de crecer en otras cosas como por ejemplo en tiempo, en bienestar, en cultura… y en sectores que no demandan demasiado gasto en CO2.
“No puedes decirles a los ciudadanos que son insolidarios y esperar que cambien porque han visto la luz”
Pero se proponen modelos que no todo el mundo se puede permitir, como lo de ir en bici a trabajar o tener un coche eléctrico. ¿Los que hablan de estas cosas se olvidan de que no todo el mundo vive en Malasaña?
Eso es así. Y el primer paso para lidiar con eso es evitar la culpa climática, porque si encima de tener un coche viejo y vivir lejos te están culpando que eres mal ciudadano, mandas a tomar por saco la ecología. Por eso me gusta hablar de condiciones de vida y no de estilos de vida. Hay que dar herramientas para conseguir un menor impacto. No decirles a los ciudadanos que son insolidarios, imbéciles y contaminadores y esperar que cambien porque han visto la luz. Hay que ser más empáticos y bajar el suelo.
Dice usted que el catastrofismo conduce a la resignación. Yo mismo me visualizo dentro de 25 años y lo que imagino no es bonito. ¿Eso es parte del problema?
Eso es parte del problema. Como dice Allam Bloom, el mayor freno a construir nuevos futuros no son los obstáculos que tengamos de forma tangible, sino es la incapacidad para imaginarlos. Ahora nos imaginamos el futuro siempre como un final inhóspito, tenemos la sensación de que hemos llegado como al fin de la historia y hemos perdido un poco esa capacidad, e incluso a nivel personal hemos empezado a asumir que vamos a vivir peor que nuestros padres. Pero eso se puede cambiar. Tenemos que ser capaces de sobreponernos e imaginar cosas mejores.
Su libro parece dirigido a un público con mala conciencia o ecoansiedad, ¿el problema no son los que tienen ecoindiferencia? ¿Cómo llegamos hasta ellos?
Esa pregunta es buena y es difícil. Con esto paso un poco como las investigaciones de cómo hacer para que la gente se ponga la mascarilla. Al final hay que hablar de cosas que les toquen. Decirle “oye, a ti no te importa porque crees que es una cosa de cuatro rojos que quieren imponer su agenda, pero esto va de ti, de tus hijos, de tus padres de tus paisajes”. La “ecoindiferencia” solo se sostiene con la “ecoignorancia”, una vez que lo sabes, si eres consecuente, te ves impelido a hacer algo.
O te ves impelido a negarlo.
Claro, hay mucha gente que se considera buena persona. Y el dilema se plantea así: si el cambio climático es real , yo tendría que hacer algo. Y como no quiero dejar de ser buena persona, pero tampoco quiero hacer nada, lo que digo es esto no existe o esto no es grave o a mí no me tocará. Son trampas cognitivas.
“Por algún motivo, somos incapaces parar. Un observador de fuera pensaría que no podemos ser tan tontos”
Al final la conclusión es que hace falta un cambio interior en mucha gente, casi un cambio espiritual.
Pues sí. Y mira que yo no soy nada espiritual. Esto es el mayor reto al que nos hemos enfrentado como especie, porque estamos modificando las condiciones del único planeta con vida que conocemos, somos conscientes de ello, pero por algún motivo somos incapaces de parar. Visto desde fuera es lo más absurdo el universo. Un observador de fuera pensaría que no podemos ser tan tontos. Pero no debemos culparnos. Hay una actitud de fustigamiento, de pensar que somos lo peor, pero ya hemos cambiado otras veces. Es lo más difícil que se haya intentado hacer nunca, y tiene que nacer de nosotros
¿Se puede hacer una entrevista sobre cambio climático sin hablar de Greta Thunberg?
Acabamos de comprobar que sí se puede (risas).
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