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‘Harold y Maude’, el amor fuera de toda norma entre un joven y una excéntrica anciana de 80 años

Por SModa  ·  18.11.2021

Cuando Harold y Maude se estrenó en 1971 pocos adivinaron su ternura ácida y ácrata, una comedia tan negra como luminosa sobre el idilio entre un joven con fantasías suicidas y una excéntrica anciana de 80 años libre como un gorrión. El tiempo no ha dejado de jugar a favor de la película que dirigió Hal Ashby y de su personaje femenino, interpretado por la maravillosa Ruth Gordon. La historia de la diminuta y vital Maude no le era tan ajena a Gordon, una actriz y escritora nacida a finales del siglo XIX que en los años cuarenta, cuando ella casi alcazaba el medio siglo, se casó con el dramaturgo, guionista y director Garson Kanin, 16 años más joven que ella y su pareja hasta su muerte en 1985.

Harold y Maude nació de la imaginación de Colin Higgins, una tesis doctoral para la Universidad de California, donde se graduó en Escritura de Guiones, que acabó convertida en el libro que ha recuperado en España Capitán Swing. Hubiese querido dirigir él mismo su historia, pero Ashby ya tenía cierto nombre y le entusiasmaba el guion. Casi una década después y antes de morir de sida, Higgins llegó a dirigir comedias como Juego peligroso o Cómo eliminar a su jefe.javascript:falsePUBLICIDAD 

Mientras, Harold y Maude alcanzó el comodín de película de culto. El relato giraba alrededor de un amor fuera de toda norma, una respuesta hippy y libérrima a El graduado, que se había estrenado cuatro años antes. Pero Harold y Maude no iba solo de una señora seduciendo a un jovencito, iba de algo mucho más sutil y triste. Ella había llegado a EE UU huyendo del nazismo y cuando Harold le pregunta por un paraguas que tiene en casa, la anciana le cuenta que con él luchó por causas como “la libertad, los derechos y la justicia”. “También”, añade, “por los reyes muertos y los reinos caídos. ¿Sabes? No echo de menos los reinos: no creo en las fronteras, las naciones, ni en el patriotismo”. En uno de los momentos clave suena Where do the children play?, de Cat Stevens, músico que firmó toda la banda sonora, y rodeados de un campo de margaritas que acaba mutando en uno de lápidas blancas, Maude le advierte a Harold que ni una sola margarita es igual a otra y que el mundo sería un lugar menos doloroso si nadie se dejase tratar como uno más y cada flor supiese el valor de su diferencia.

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