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“Han cambiado las expectativas: parece que ya no aspiramos a vivir mejor, sino a tratar de mantener lo logrado”

Por Espacio Público   ·  11.12.2019

Noemí López Trujillo es periodista, escritora, feminista; es mujer, vive en España y es joven. Lo que es igual a decir que sufre la inseguridad laboral (ha pasado por las redacciones de varios medios), la discriminación por ser mujer, la incertidumbre que depara el futuro y, como ella dice, una precariedad que “es vital y atraviesa nuestros cuerpos”. En 2017 obtuvo el premio de Periodismo Joven sobre Violencia de Género que otorga el INJUVE y en la actualidad escribe (generalmente) sobre temática social y siempre desde el punto de vista de vista de las mujeres. Hace un par de meses ha publicado en la editorial Capitán Swing  El vientre vacío, con prólogo de María Sánchez.

Lourdes Lucía de Espacio Crítico (EC) conversa con ella.

EC: Buenos días, Noemí. En primer lugar, enhorabuena por este libro. No es un libro cualquiera. Es un texto breve, 120 páginas, pero muy intenso, hay que pararse una y otra vez a reflexionar sobre lo que dices. Porque impacta, no te deja indiferente. Hablas sobre el miedo a tener hijos que tenéis las mujeres de tu generación, pero también del miedo a no tenerlos (Un escenario donde plantearse tener hijos da pánico. Pero no tenerlos, cuando lo deseas tanto, también). Tú dices que ya no existe la posibilidad de predecir cómo serán vuestras vidas en el futuro porque la precariedad ha dinamitado esa posibilidad. ¿Crees que hay salida a esta incertidumbre? ¿Está todo perdido?

No, no lo creo. Darlo todo por perdido sería una cesión al caos propio del individualismo. Yo creo que hay muchas personas organizándose y esforzándose para intentar que el Estado del Bienestar no se vaya del todo al traste, para intentar sostener las estructuras construidas. Si lo diésemos todo por perdido no habría nada por lo que luchar, mi libro siquiera tendría sentido. Me quejo porque creo en un mundo mejor. Y desde ese ejercicio de fe, construimos. Darlo todo por perdido, según qué narrativa, sería casi un lujo o un privilegio.

EC: En una entrevista que hiciste para TVE (La aventura del saber) dices que el título del libro viene por un sueño que tuviste (“Cada vez más imagino mi vientre vacío. Como una tumba a la que algún día llevaré flores”) y liga con un verso de María Sánchez, comentas que  muchas mujeres de tu generación tenéis la sensación del hueco, de ese vacío, de la imposibilidad de algo. Después de escribir un texto tan intenso, tan dolorosamente necesario, ¿cómo te sientes?

Creo que escribir sobre una misma es algo así como practicar el canibalismo. Mi escritura se alimentaba de la miseria propia. Y lo que más me aterraba era no sentir ese miedo que durante años he experimentado y no poder aterrizarlo en palabras. Ahora estoy haciendo la digestión de todo eso, así que no pienso mucho en cómo me afecta emocionalmente.

EC: Hablas en el libro, y lo recoge también Diana Oliver en una entrevista que te hizo para El País, de lo que le escuchaste a Rafaela Pimentel, una activista defensora de los derechos de las trabajadoras domésticas: “El feminismo que se centra en romper el techo de cristal es insuficiente cuando hay limpiadoras que ni siquiera están dadas de alta en la Seguridad Social”, ¿no crees que a veces, también en el feminismo, se ven los problemas desde una situación privilegiada?

Claro, el género y la clase son cuestiones intímamente ligadas. De ahí la potencia del movimiento feminista, de esta cuarta ola a la que asistimos, que es transversal e interseccional: son las mujeres más precarizadas (como las mujeres migrantes o las mujeres trans) quienes están construyendo los discursos más transgresores y están haciendo que el movimiento evolucione. No es que antes no lo hicieran, porque el movimiento siempre ha pertenecido a ellas, pero la hegemonía se visibilizaba y se construía desde el privilegio. Una vez que se han alcanzado ciertos consensos, nos damos cuenta de la enorme deuda que tenemos con compañeras a las que hemos arrebatado espacios.

EC: Últimamente se habla mucho de la Renta Básica Universal, ¿crees que una medida de este tipo mejoraría la situación y podría contribuir a la estabilidad que se necesita para planificar el futuro?

No tengo una opinión formada sobre la Renta Básica Universal. A priori me parece una buena idea, pero no tengo la suficiente información como para relacionar esta medida con lo que expongo en el libro, ni si mejoraría la situación o podría contribuir a la estabilidad. Desde luego necesitamos un gobierno progresista que legisle con perspectiva feminista y que saque adelante propuestas de corte social.

EC: Insisto en que en tu libro no sobra nada, hay que pararse en cada frase. Me parece muy buena esa descripción que haces del paro, viendo cómo, en diferentes etapas de tu vida, iba aumentando la fila de personas que aguardaban su turno ante la oficina de empleo. Es una imagen muy gráfica de las consecuencias de la crisis. Hablas aproximadamente del año 2009. ¿Crees que en estos diez últimos años ha cambiado algo? ¿Qué?

Han cambiado las expectativas: parece que ya no aspiramos a vivir mejor, sino a tratar de mantener lo logrado -en cuestión de derechos-. Y eso es muy peligroso para el progreso: si tenemos que recuperar las luchas pasadas y defender lo que pensábamos que ya se había conseguido, no progresamos, sino que nuestros esfuerzos van dirigidos al mantenimiento. Eso nos sitúa en un estado de latencia permanente donde es muy difícil evolucionar.

EC: Hablamos todo el tiempo de maternidad, pero ¿qué hay de los hombres, de la paternidad?

Bueno, ese es un discurso que deben construir ellos. Esto de que nos pregunten a las mujeres “¿y qué hay de los hombres?”, “¿qué opinan de esto los hombres?”, “¿cómo les afecta?” -como si fuese también nuestro trabajo crearles el mensaje más adecuado- no me convence, no me parece justo. La realidad es que gran parte de los hombres no se preocupa sobre si será demasiado tarde para su cuerpo cuando quieran ser padres, la paternidad apenas les penaliza en el mercado de trabajo, y no hay una narrativa tan bestia del “mal padre” como sí la hay de la “mala madre”. Así que la reflexión de cómo todo esto les interpela es su trabajo. Tenemos que combatir esta imagen de la madre salvadora que sabe dónde se ha dejado el chiquillo esa sudadera que tanto le gusta y que no encuentra entre tanto desorden porque así es ella, omnipresente y atenta a los detalles. Ese rol que se traslada al feminismo, según el cual somos espeleólogas de lo masculino también: siempre con la respuesta perfecta, siempre entregadas a la causa.

Noemí  López, fotografía de JAVIER NADALES

EC: Uno de los temas que planteas en el libro es el proceso de mercantilización de la congelación de óvulos. Sobrecogen las páginas que dedicas a contar las experiencias de mujeres que han tenido que pedir créditos, que se han endeudado para congelar sus óvulos con el deseo de ser madres un día. ¿Crees que se ha creado un negocio con la maternidad?

Sin duda. Las clínicas de reproducción asistida han sido inteligentes y han visto que aunque la maternidad se estaba imposibilitando, muchas mujeres iban a hacer todo lo posible por ser madres. Así que han puesto precio a nuestros deseos y a nuestros miedos. Esto, además, es bueno para el Estado porque aquí se ha descargado parte de la demanda que tenía que asumir la sanidad pública. Pero las listas de espera son incompatibles con la vida y con los proyectos vitales.

EC: Todo lo que dices en el libro es evidente, yo lo veo clarísimo. Sin embargo, leí después de la entrevista que te hizo Carlos Ansina en Onda Cero varios comentarios de personas que te habían escuchado:

Comentarios: Menos seguridades tenían nuestros padres, y todos hemos salido. La problemática de esta sociedad es la falta de compromiso o quizá la falta de confianza en la vida. Un hijo te trae una energía, que te irías al fin del mundo para conquistar la Patagonia si fuera necesario. Fuera cobardías.

Me parece que esta chica refleja perfectamente uno de los grandes paradigmas de la juventud española… Le echa la culpa a otros de las cosas que no están bajo su control.

Mis padres también tuvo [sic] 9 hijos. 4 chicos y 5 chicas. Fuimos muy felices. Entiendo que son diferentes tiempos, pero yo creo que hoy en día esta generación es muy cómoda. Yo tengo 52 años, 3 hijas y 1 hijo. 5 nietos y un bisnieto. Y me siento plenamente feliz con mi maravillosa familia. Todos vivimos en el mismo barrio y somos como una piña.

¿Te sorprenden este tipo de comentarios? ¿Crees que vivimos en una sociedad muy insolidaria, demasiado individualista?

No me sorprenden y en cierta forma los entiendo. Creo que uno de los discursos que más ha calado en las últimas décadas es el del “si quieres, puedes”, esta lógica del “hombre hecho a sí mismo”. Y creo que mucha gente que hace este tipo de comentarios tienen un sesgo del superviviente brutal: si a mí me ha funcionado, significa que a los demás también; y si no les está funcionando, es que algo estarán haciendo mal. Este sesgo del superviviente nos hace interpretar la realidad con unos códigos asentados en el esfuerzo, el talento propio y lo merecido, en vez de en la suerte, el privilegio y la desigualdad. Es casi una historia que nos contamos a nosotros mismos, un relato enunciado en positivo, que nos permite enorgullecernos de lo logrado desquitándonos la responsabilidad de actuar sobre los mecanismos que permiten que haya una sociedad desigual.

EC: Por último, siempre pienso que un libro, un ensayo como es este caso, debe servir para comprender mejor el mundo en el que vivimos, debe ayudarnos para transformarlo, ¿piensas que El vientre vacío está sirviendo para este fin?

Creo que de alguna forma sí, pero porque dialoga con obras y textos que otras mujeres han escrito o están publicando recientemente. Sinceramente, no le busco tanto la utilidad o la productividad a la obra, no la escribí por eso. La escribí porque mi editora y yo pensamos que es un relato importante el de las consecuencias de la crisis, de cómo la violencia económica impacta en nuestros deseos (impacta de muchas maneras, esta es una de ellas). Y pensamos que quizá habría mujeres que se podrían sentir identificadas.

Por último muchas gracias, felicidades de nuevo y quedamos a la espera de tu próxima obra.

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