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Guía para viajar en el tiempo a la Edad Media

Por La Razón  ·  24.02.2023

Ian Mortimer y Jerry Toner firman, por separado, dos manuales bien detallados para escaparse a dos épocas muy concretas: a la Edad Media inglesa, en el primer caso, y al vasto territorio que Roma abrazó alrededor del Mediterráneo

Hace casi cuatro décadas que Doc y McFly (Christopher Lloyd y Michel J. Fox), a las órdenes de Robert Zemeckis, nos invitaron a soñar de era en era. Ir adelante y atrás en el tiempo a capricho como ya muchos otros fantasearon antes: H. G. Wells, por ejemplo, con La máquina del tiempo (1895) con la que encontró un futuro mucho más oscuro de lo imaginado. Así que, como ir hacia delante es una incógnita, al menos a esta hora del siglo XXI, mejor retroceder para ver con nuestros propios ojos aquello que nos han contado los vencedores de la historia o que hemos visto en los museos; o ver con vida a todas esas piedras roídas que hemos tocado en alguna escapada fuera de los fuegos de artificios de la contemporaneidad.

Y, mientras el Doc de turno da con la clave para viajar intertemporalmente, la opción es refugiarse en un par de libros que invitan a pasearse por dos épocas muy diferentes y muy concretas: Guía de viaje por el Imperio romano (Crítica), de Jerry Toner; y Guía para viajar en el tiempo a la Inglaterra medieval (Capitán Swing), de Ian Mortimer. Dos títulos firmados por británicos que, cada uno a su manera, llevan al lector al día a día de los siglos pasados, de las termas romanas al talante de la Edad Media: “Una sociedad violenta, pero con mucho sentido del humor… Otra cosa es que nos pueda parecer divertido”, anticipa el segundo.

“Sitúate mentalmente caminando por una polvorienta calle londinense una mañana de verano”, invita Mortimer. “De repente, un criado abre las contraventanas de una vivienda situada sobre tu cabeza y comienza a sacudir una manta. Un perro encargado de guardar las bestias de carga de un viajero rompe a ladrar. Unos mercaderes de las inmediaciones vocean sus artículos apostados tras un tenderete; frente a ellos, dos mujeres charlan animadamente (…) De pronto, junto a los puestos del mercado, un ratero se apodera de la bolsa de un comerciante y este sale a la carrera tras él, gritando a pleno pulmón”.

Así comienza el de Reino Unido un libro en el que, dice, pone el énfasis en concebir el pasado “como una realidad que está sucediendo” en lugar de verlo como algo ya desaparecido. “Abre la puerta a un nuevo modo de contemplar la historia. La propia idea de viajar a la Edad Media nos permite considerar el pasado desde una perspectiva más amplia y descubrir facetas inéditas en los placeres de quienes vivieron en esa época, así como acercarnos a cómo eran esas gentes”.

Si en el caso del Medievo son los ojos de Mortimer los que nos van describiendo el paisaje, en el de Roma es Marco Sidonio Falco (un noble romano) el que va narrando su viaje en primera persona; eso sí, “con la ayuda de mi secretario”, el doctor Jerry Toner, que se camufla tras ese “alter ego” que cuenta la historia desde una perspectiva privilegiada, o “cautivadora, arrogante y brutal”, que escribía New Yorker en su crítica: “Los viajes y el turismo despegaron durante los largos siglos de paz romana, la Pax Romana del Imperio, cuando viajar resultaba relativamente seguro y fácilmente accesible y asequible, si no para el público en general –presenta el texto–, al menos para un grupo más amplio de lo que históricamente había sido el caso”.

Así, el asistente Toner va picoteando por los momentos álgidos del “tour”, “los fascinantes monumentos y santuarios de las ciudades, los extraños rituales y la abrumadora diversidad; y por otros más “bajos”, “la distraída indiferencia ante el sufrimiento de muchos, la altiva arrogancia frente a los provincianos, la inquebrantable creencia en la superioridad de Roma y sus valores”. Porque el imperio obligó a muchos a viajar.

Apuesta Falco por un “grand tour” que “ni siquiera un griego había intentado jamás”. Una guía que abordase los lugares y monumentos más memorables de todo el Imperio gracias a esa “excelente red de comunicaciones, tanto por tierra como por mar, que ha brindado un confort y una seguridad en los desplazamientos que no ha hecho más que incrementar esta pasión por los viajes”. El libro de Crítica pone el dedo en la prosperidad y la habilidad constructora de los romanos como los principales culpables “del continuo crecimiento y embellecimiento de las ciudades”.

Solo existía un objetivo: “Superar a sus rivales y vecinas y ser las más hermosas. También en las antiguas regiones bárbaras del norte proliferan los arcos triunfales, las plazas pavimentadas, los templos de mármol y los anfiteatros de piedra. Brillan en todo su esplendor y el mundo entero parece haberse abandonado al placer y la magnificencia”. Tumbas de los héroes de la antigüedad, como la de Aquiles en Troya; volver a andar los pasos de Alejandro cuando partió en su gran expedición hacia el Imperio persa; los enclaves donde tuvieron lugar las batallas de las guerras médicas; o allá donde otros hombres famosos vivieron, se sentaron y charlaron, como la casa de Sócrates en Atenas.

Pero el “tour” da comienzo en Roma y pronto se dirige al golfo de Nápoles, en la Via Appia, “una buena calzada”, una carretera ancha y pavimentada, “de modo que un carruaje puede avanzar un buen trecho sin dejar al fatigado viajero lleno de moretones debido a los baches y al traqueteo del trayecto”. Luego, la Via Domitiana para llegar hasta Neápolis, “fundada por los griegos y conserva un aire helenístico, con numerosos vestigios de cultura griega [gimnasios, zonas de ejercicios para los jóvenes, hermandades…] e incluso nombres griegos por todas partes “a pesar de que ahora la población es romana”, señala Toner de una ciudad en la que “todavía celebran una competición sagrada cada cuatro años, al estilo de los Juegos Olímpicos de Grecia, aunque a menor escala y con el foco puesto en las artes”.

Después, Baiae o “el paraje más hermoso del mundo, en el que se ha construido villa tras villa, palacio tras palacio”. Ejemplo de lo que se va encontrando a lo largo de todo el golfo: manantiales sulfurosos de agua caliente brotan de las rocas. Emplazamiento en el que chapotean “los ricos de Roma”, pero también “es el hogar del vicio”: “Donde las esposas son tratadas como si fueran propiedad común y, por supuesto, no es lugar para mujeres virtuosas. Los ricos derrochadores dilapidan sus herencias en placeres. Se dice que quien se baña en las aguas se enamora y es cierto que muchos hombres que acudieron a Baiae en busca de curación, se marcharon con el corazón roto”.

Es solo el principio de un viaje que se desvía a la “villa definitiva”, la del emperador Adriano en Tibur, de un tamaño colosal, cuatro veces más grande que la colina Palatina en Roma; y que se alargará por los confines del Impero. Falco y Toner proseguirán sus pasos entre el mundo griego, pero también de Éfeso a Antioquía, Judea “y más allá”, Egipto, África y, como no, Hispania (o Iberia).

La última gran etapa de la guía romana será la de las tres provincias ibéricas: la Baetica en el sur, la Lusitania en el oeste y la Hispania Tarraconense. Gran parte de lo que siglos después sería España “ofrece escaso sustento a sus habitantes, pues está formada por montañas, bosques y llanuras cuya tierra es pobre [aparte de no estar uniformemente regada]. La Iberia septentrional, además de su aspereza, no solo es extremadamente fría en invierno, sino que, al estar junto al océano Atlántico, sus habitantes tienen la característica de ser poco hospitalarios con los forasteros. Es también un lugar excesivamente miserable para vivir. Sin embargo, casi toda la Iberia meridional, la provincia de la Baetica, es fértil y agradable”, apuntan quienes atraviesan la península, Gades o Cartago Nova, fundada por Asdrúbal, hermano de Aníbal, “y rodeada de hermosas murallas y sólidas fortificaciones”.

“No obstante”, se detiene el libro, “en lo que Hispania destaca es en la cría de caballos. Las granjas de sementales albergan a los mejores purasangres, cuyos potros son de la mayor calidad. Es bien sabido que, en Lusitania, en la zona del río Tagus, las yeguas quedan preñadas volviendo la cabeza hacia el viento del oeste cuando sopla. Los potrillos concebidos de este modo destacan por su extrema velocidad, pero nunca viven más de tres años. Las regiones de Gallecia y Asturia producen una especie de caballo que tiene una marcha peculiar –continúa–: mueve las dos patas del mismo lado a la vez. Los caballos son las bestias más extraordinarias y los animales más útiles de todos para la raza humana. Poseen una inteligencia que sobrepasa cualquier descripción”.

Toner también apunta hacia una Iberia “rica en metales”, aunque detiene su marcha a mitad de lo trazado para saltarse Lusitania y Emerita Augusta por cuestiones del directo. Así que encamina sus últimos pasos hacia donde el “gran emperador Trajano” sirvió en calidad de gobernador provincial, Tarraco: “Capital de la provincia” y contenedor de “numerosos templos y edificios públicos dignos de ser visitados”.

Clichés de Hollywood

Unos cuantos años más adelante se sitúa Mortimer con su “manual para todo el que visite el siglo XIV”. Sin embargo, esta guía no sigue las líneas de su “colega” británico, no se marca un plan de ruta, sino que va desgranando diferentes aspectos: su paisaje, en el que sobresalen las catedrales de las ciudades; sus gentes, “mayoritariamente jóvenes”; o la vestimenta, donde el autor señala que “Hollywood ha conseguido que tengamos la impresión de que se vestía un uniforme típico y tópico”, pero que no son más que clichés erróneos. “En el siglo XIV se producen más cambios en la manera de vestir que en cualquiera de los periodos de cien años transcurridos hasta entonces”.

Pero también se centra en dónde dormir, en qué comer (oca de calidad superior, 6 peniques; becada, 3; perdiz, 5; lomo de cerdo de primera, 5…) y hasta cómo viajar, aunque no fuera excesivamente seguro: por mar hay que afrontar los “riesgos de un naufragio o un ataque, sobre todo en el mar de Irlanda, donde los piratas escoceses, como Thomas Dun, campan a sus anchas durante el reinado de Eduardo II”; y, por tierra, cualquier cantidad de plata era capaz de “atraer a cuantos malandrines hayan tenido ocasión de observarte en la última posada, estás pidiendo a gritos que te roben”.

Incluso se atreve con un chiste de la época: un comerciarte le pregunta a otro si está casado y el último responde que ha tenido tres esposas, “pero todas decidieron ahorcarse en un árbol que tengo en el jardín”. A lo que el primer mercader le ruega: “Dame un esqueje de tan milagrosa planta”. Ya advirtió Mortimer que no tenía que ser un humor “divertido”…

“Guía para viajar en el tiempo a la Inglaterra medieval” (Capitán Swing), de Ian Mortimer, 472 páginas, 25 euros.

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