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Gueto: historia de una idea encerrada

Por La Razón  ·  10.09.2018

Un exhaustivo ensayo de Mitchell Duneier rastrea la historia del término desde el siglo XVI y se centra en los suburbios negros de EE UU.

los polacos les irrita profundamente que se hable del gueto de Varsovia o de los campos de exterminio polacos de Auschwitz, Treblinka y tantos otros y tienen razón porque debería decirse gueto nazi de Varsovia o campos nazis de exterminio en Polonia… De eso a la aprobación, el pasado 31 de enero, de una ley que penaliza con hasta tres años de cárcel el uso de la expresión «campos de concentración polacos» y las acusaciones de complicidad polaca con los crímenes nazis, media un abismo y ha abierto la caja de Pandora: las páginas de la historia que recuerdan la horrible cara del antisemitismo polaco, de sus leyes contra sus tres millones de judíos, a veces su complicidad con los nazis, el sinnúmero de delaciones tanto de judíos como de los polacos que se la jugaban para ayudarlos, el expolio de los bienes de las víctimas y la persecución de quienes los reclamaban… El caso, aunque poco tenga que ver, retorna a la actualidad con la aparición de un libro singular, «Gueto, la invención de un lugar, la historia de una idea» (Capitán Swing), del sociólogo norteamericano Mitchell Duneier, profesor en la Universidad de Princeton.

Y tiene poco que ver pese al título porque sólo se refiere al antisemitismo nazi y a sus guetos en el capítulo primero, «Un engaño nazi», en el que es interesante ver cómo nació el término gueto en la Venecia de comienzos del siglo XVI para designar un lugar donde debían vivir los judíos, aunque podían salir durante el día y ejercer fuera de él sus actividades habituales, nada muy distinto, por cierto, al sistema de segregación o «apartamiento» habitual en el medievo español: las llamadas juderías («calls» en Cataluña y Mallorca), existentes hasta la expulsión.

Esta marginación no fue siempre negativa para los discriminados. Según el historiador Salo Baron, citado por Duneier, en el gueto «los judíos podían vivir en una relativa paz, sufrían menos interrupciones por los pogromos que los campesinos por las guerras, participaban en una economía y un comercio tanto o más rentables que la mayoría de profesiones urbanas, con libertad de culto, y eran objeto de la Inquisición únicamente en ocasiones extremas (como ocurrió tras los bautismos obligatorios de España y Portugal). Evidentemente, no tenían derechos políticos, pero, salvo los nobles y el clero, nadie los tenía…»

Un método de exterminio

Al respecto debe recordarse que Hitler intentó justificar sus guetos alegando que eran herederos de la idea renacentista, en buena parte de iniciativa eclesiástica. Una falsificación. En Venecia, Roma y tantos otros lugares se apartaba a los judíos de la población cristiana no por motivos raciales sino religiosos, la concentraba en un lugar, a veces en condiciones penosas, pero no amenazaba su vida, permitía su libre actividad profesional y económica, su gobierno interno y el desarrollo de sus instituciones y cultura. El gueto de Hitler obedece a su racismo: consideraba a los judíos como raza inferior que contaminada a la superior raza aria, por tanto, afectaba a todos los judíos, fuera cual fuese su religión si es que la tenían. En una primera fase, eran concentrados en el gueto tras haberseles privado de sus bienes y derechos; permitía su actividad solamente dentro del recinto y de forma limitada y, en ciertos casos, fuera de él como trabajo esclavo, sometido a estricta vigilancia armada; impedía su salida bajo pena de muerte, que los guardianes cumplían con todo rigor incluso con los niños; sometían a los recluidos a tales condiciones de hambre, miseria e insalubridad que el gueto se convertía en un semillero de enfermedades y muerte… entonces se pasaba a una segunda fase: el gueto se convertía en el pudridero de una población ya inútil para el trabajo o, para acelerar el proceso, los espectros que lo habitaban pasaban a los campos de exterminio

Cinco modelos y cinco épocas

Pero el auténtico propósito de Duneier, su contenido diferente y su originalidad, son los guetos negros en Estados Unidos, ejemplificados en cinco modelos y cinco épocas, registrando la atroz situación en los años cuarenta y su enorme evolución en las últimas siete décadas. La idea del gueto nazi es la que existía cuando comenzó a utilizarse el término para designar a los míseros barrios negros de los Estados Unidos de la época.

«Después de la Segunda Guerra Mundial –escribe Duneier–, el gueto nazi ofreció a muchos afroamericanos una poderosa metáfora de su propia experiencia. A pesar de que la realidad en el nazi era tan distinta de Harlem o el South Side de Chicago como de Roma y Venecia en el siglo XVI, acabó siendo una referencia crucial». Hasta la Segunda Guerra mundial fue raro el empleo de la expresión de «gueto negro» que se generalizaría en los años siguientes. El motivo no solo era el escándalo universal suscitado por los confinamientos nazis, sino, también, el agravamiento de la situación racial en Estados Unidos. Hasta entonces, los barrios afroamericanos se componían de una población humilde pero muy mezclada (italianos, irlandeses, judíos…) y el problema se creó a partir de los años veinte, con la imposición de los contratos restrictivos: acuerdos privados entre blancos que se comprometían a no vender, ceder o alquilar la casa o el piso objeto del contrato a un negro. Así, los barrios negros se fueron superpoblando y, progresivamente, deteriorando, depauperando y unificando racialmente porque las minorías no negras se marcharon. Creció la miseria, debido a la discriminación laboral, empeoraron las condiciones higiénicas, sanitarias y educacionales y la delincuencia juvenil se convirtió en una lacra.

Los contratos restrictivos fueron apoyados, incluso, por algunas iglesias mayoritariamente blancas y universidades como la de Chicago y por las sociedades urbanísticas cuyo código profesional prohibía las ventas a «contrabandistas, prostitutas, gánsteres y negros con dinero». «Yo no tengo prejuicios –manifestaba un propietario– pero quemaría este edificio antes que vendérselo a un maldito negro».

Y si, por casualidad, algún afroamericano, como le ocurrió a Virginia Dobbins en 1944, lograba adquirir una casa fuera del barrio negro, cuando iba a habitarla se encontraba que la estaban demoliendo los vecinos, sin que la policía hiciera nada y los tribunales se inhibieran.

El autor, cuyo estudio se centra en un pormenorizado análisis de los trabajos de la intelectualidad de la época, concluye que el alambre de espino utilizado por los nazis suscitaba una protesta universal, pero no era más eficaz a la hora de encerrar a una minoría en un gueto que los contratos restrictivos, que perdieron vigor entre 1948 y 1953, cuando los tribunales comenzaron a considerarlos ilegales.

En los años sesenta, el Harlem del jazz, del Cotton Club y los míticos Globbetrotters, había perdido relieve ante a una deprimente realidad de “abandono y desesperanza (…) de residentes desvalidos, incapaces de controlar sus propias vidas y destinos». Kenneth Clark, el estudioso del barrio en la época, amigo de Martin Luther King y de Malcolm X, escribía en 1964 lo siguiente: «El gueto de Harlem está compuesto por la agitación socialmente engendrada, el resentimiento, el estancamiento y las reacciones potencialmente explosivas ante la impotencia y los abusos constantes».

El «Black Power»

En ese cambio influían múltiples factores, como la masiva emigración de la población negra del sur hacia el norte, donde en apenas veinte años había pasado de poco más del 30% hasta superar el 60%; particularidades de la nueva realidad poblacional fue el incremento cultural de la juventud negra y su capacitación para obtener mejores empleos; sin embargo, ambos factores no contribuían a la igualdad social ni a terminar con la segregación, lo cual generaba desengaño, descontento e ira.

Es la época de los veranos calientes de los guetos negros, con el de Los Ángeles como máximo exponente, donde intervinieron 12.000 efectivos de la Guardia Nacional para terminar con los disturbios que se desencadenaron y que dejaron 35 muertos, 900 heridos, 3500 detenidos y amplias zonas arrasados.

Es, también, el momento culminante del movimiento por los Derechos Civiles, chocando en él dos tendencias: los separatistas (Malcolm X, Stokely Carmichael) que pretendían como única solución la separación absoluta de negros y blancos, y la corriente integracionistas (liderada por Martin Luther King) cuya opción era el fin de los guetos.

Mucho se ha avanzado en el último medio siglo e, incluso, es infrecuente escuchar la denominación gueto, pero el problema sigue ahí porque, según Duneier: «Por encima y más allá del racismo, esta capacidad de los estadounidenses para compartimentar y para vivir en una disonancia moral es el pilar fundamental que subyace en el gueto olvidado».

La familia, factor clave
Uno de los investigadores del problema en los sesenta fue Daniel P. Moynihan, que lo estudió a través de la situación de la familia. Refiriéndose al caso de Harlem, escribía: «No podría haber una demostración más dramática del derrumbe de la estructura familiar (…) En el centro del deterioro del tejido de la sociedad negra está el deterioro de la familia negra. A no ser que se subsane, cualquier esfuerzo para acabar con la discriminación, la pobreza y la injusticia quedará en nada».

Sus investigaciones contribuyeron a que el presidente Lyndon B. Johnson firmara la Ley de Derecho al Voto el 6 de agosto de 1965 (el año anterior había firmado la Ley de Derecho Civiles); en un comunicado interno, el presidente afirmaba: “Si no fortalecemos la familia para crear condiciones en las que la mayoría de los padres permanezcan unidos, todo lo demás —escuelas, campos de juego, asistencia pública e intereses privados— nunca será suficiente para acabar definitivamente con el círculo de desesperación y carencias»

Mitchell Duneier Capitán Swing

360 páginas,

20 euros

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