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George Monbiot: “Usted puede permitirse tener una piscina; pero el planeta, no”

Por La Vanguardia   ·  11.06.2020

Las piscinas privadas en la Inglaterra más avanzada son vistas como una horterada nouveau riche gracias a las performances de Extinction Rebellion o la columna de George Monbiot en The Guardian. Es la revolución cultural que condena el mal gusto de la avaricia privada y preconiza el disfrute compartido –y, ¿por qué no?, hasta el lujo– de lo colectivo. El tren eléctrico debe darnos a todos el confort de una limusina. Son los nuevos commons que quieren salvar el planeta sin hacernos renunciar a nada y haciéndonos disfrutar de todo; pero con todos. Se trata de una gigantesca empresa cultural que está cambiando el relato aspiracional de Occidente: en la Tierra hay para cubrir las necesidades, incluso los lujos compartidos de todos, pero no para la avaricia de unos pocos.

Está haciendo pensar a cientos de millones de personas que tal vez no vivían tan bien como creían; porque ahora disfrutan de aire limpio y del silencio como nunca y de ciudades por las que pueden caminar y correr sin coches.

Sólo cuando te dejan salir de casa.

Pero es que, tras la pandemia, podríamos tener ciudades igual de limpias si llegamos a un pacto que respete el hecho de que somos la naturaleza; somos el planeta, y no es una mina que explotar hasta agotarlo para ser ricos.

La mayoría hoy estamos perdiendo renta.

¿Lo ve? Y ahora hablan de volver a la normalidad: ¿la normalidad es la contaminación y el ruido de antes otra vez para todos? ¿Tener piscina para usted solito? ¿Un chalet y dos 4×4 para esquiar?

A mí me gusta esquiar y me gustaría una piscina. ¿Qué tiene de malo? ¿Le molesta?

Claro que me molesta; porque su mal gusto, prepotencia y egoísmo están poniendo en peligro el futuro de mis hijos y mi bienestar y el de todos; y el suyo y de sus hijos.

¡Vamos!: si yo sólo quiero una piscinita.

Usted puede permitírselo…

Ya le digo yo que cada vez menos.

Pero el planeta no puede. Y el planeta es de todos: no sólo suyo. No quiera una piscina.

¿Pondría usted multas por tener piscina?

Estamos haciendo algo mejor: estamos cambiando las mentalidades hasta que los dueños de las piscinas privada se avergüencen de la horterada insolidaria que son.

¿Es guerra cultural o lucha de clases?

Es sentido común. No pedimos a la gente que renuncie a nada, sino que disfrute de todo y más; pero de forma más educada y generosa.

¿Renuncio a soñar mi piscina privada?

¿Se imagina una gran piscina pública compartida con amigos y familias bien educadas y generosas en un ambiente sano y alegre?

Tal vez sea más difícil eso que la privada.

Yo no lo creo. Y somos muchos como yo los que preferimos trabajar para compartir el planeta y no para privatizarlo. Ahora imagínese Barcelona con su piscina privada…

Fácil.

¿De verdad? Y al lado de la suya, la otra y otra y otra… Hasta cubrir de piscinas Barcelona y ­Catalunya… ¿Tiene agua para tantas? ¿Quiere que suceda con las piscinas como con los ­parkings que ocupan media ciudad para que en ellos envejezcan miles de coches sin usar?

¿Qué propone?

Compartir piscinas públicas y, si quiere, de lujo: con prestaciones que una privada nunca tendrá: saunas, chorros, juegos… Y con personas, amigos, familias que enriquecerán su experiencia. Y lo mismo con todas esas ambiciones que el sistema actual nos presenta falsamente como aspiracionales… ¡Compartirlas!

Yo no quiero un helicóptero ni un jet.

Pero nos engañan con películas de que eso es lo que debemos desear. Créame, no lo necesitamos, y si renunciamos a esas tonterías, podemos frenar la degradación de nuestra verdadera piscina, que son los mares y nuestros ríos y lagos.

Pero yo quiero volar y conducir por todo el planeta y llegar a mi isla en Filipinas.

Adelante: tenga una vida maravillosa y descubra el planeta volando y conduciendo menos; pero usando tren eléctrico, por ejemplo, Podemos hacer que el transporte compartido sea lujoso y mucho más agradable que ahora.

¿Por qué se interesa en salvar la Tierra?

La pregunta es por qué no estamos interesados todos. Yo tengo la suerte de que fui bendecido con una niñez en la campiña inglesa que ha dado sentido a mi vida. A los 24 años me fui a Indonesia a frenar la invasión de Papúa y la destrucción de los indígenas y sus hábitats.

¿Consiguió algún avance?

Nos perdimos en la selva y nos detuvieron tropas indonesias y sí, logramos que el genocidio fuera noticia en la BBC. Después he vivido seis años en África oriental y la Amazonia para preservar el bosque húmedo.

¿Por qué es tan importante?

Porque hemos destruido tanto el planeta que ya no es suficiente con frenar su degradación: hay que restaurarlo o pereceremos. Por eso, ahora regenerar los corales y la selva húmeda es la mejor manera de volver a fijar el carbono que calienta el clima en el suelo.

¿No es usted es alarmista en su columna?

Estamos ya dos grados por encima de la temperatura que nos lleva a la catástrofe: ¿alguien se creía que un virus podía detener toda la economía mundial? Pues pasará lo mismo con el cambio climático si no actuamos ya.

¿Le han dicho que es un empeño ingenuo?

Somos conscientes de que no basta con hacer propaganda: hay que hacer política hasta cambiar las relaciones de producción y de poder en nuestras sociedades. Y eso supone lograr que las mayorías voten por programas de commons , que logren el control social de los recursos cruciales y los centros de decisión.

¿Eso no es revolucionario?

Es sentido común. Lo absurdo es la actual promesa del sistema de hacernos a todos ricos para tener mansiones con piscinas, coches y aviones privados que destruyan el planeta hasta dejarnos sin nada.

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